El dilema de las ciudades inteligentes: ¿Tecnología al servicio de quién?
Por: Alejandra Trejo Nieto*
La novela de Seth Fried de 2019, “Los municipalistas”, es una historia sobre Henry Thompson, un burócrata que trabaja para la United States Municipal Survey (USMS), una agencia gubernamental ficticia encargada de garantizar que las ciudades funcionen de manera eficiente. Henry es un seguidor de reglas por excelencia, prefiriendo el orden y la lógica a la interacción humana. Sin embargo, su mundo cuidadosamente construido se trastoca cuando se le asigna la tarea de investigar la corrupción en Metrópolis, una ciudad futurista en expansión. A Henry lo emparejan a regañadientes con OWEN, un agente de inteligencia artificial cuya personalidad descarada e irreverente contrasta marcadamente con la conducta reservada de Henry. Juntos, descubren una conspiración que amenaza a la ciudad, lo que obliga a Henry a reevaluar sus creencias sobre el uso de la tecnología, la eficiencia y la individualidad. Es una novela satírica, pero a la vez sugerente que expone las amenazas de la tecnología, así como los desafíos y absurdos de la vida urbana en la era contemporánea al imaginar una agencia dedicada exclusivamente a la optimización de las ciudades a través de la tecnología y la inteligencia artificial.
Más allá del ámbito literario, la promesa de las ciudades inteligentes, o smart cities, ha capturado la imaginación de urbanistas, tecnólogos y políticos alrededor del mundo. En el discurso contemporáneo, las ciudades inteligentes se presentan como la solución casi mágica a los retos urbanos del siglo XXI. Sin embargo, detrás de los algoritmos y sensores que prometen resolver problemas complejos, surgen preguntas fundamentales: ¿Está la tecnología libre de errores y peligros? ¿Se pone verdaderamente al servicio de todos o sirve para configurar un modelo urbano que beneficia a unos pocos?
En esta columna inquiero el continuo interés por la incorporación de las tecnologías en las ciudades y reflexiono sobre los riesgos de exclusión, vigilancia excesiva y privatización de bienes y servicios públicos.
El sueño de la eficiencia
En su concepción ideal, las ciudades inteligentes son aquellas que emplean herramientas de tecnología avanzada como el Internet de las Cosas, Inteligencia Artificial y Big Data en la infraestructura urbana para resolver problemas urbanos diversos. Las ciudades inteligentes prometen optimizar la gestión de recursos urbanos y elevar la calidad de vida de la población. Sistemas de tráfico que se ajustan en tiempo real, redes energéticas eficientes y servicios públicos accesibles son solo algunos ejemplos de cómo la tecnología promete revolucionar la vida urbana. Singapur y Barcelona han mostrado algunos beneficios de la transformación tecnológica urbana tales como una reducción significativa de las emisiones de carbono y mejoras en la movilidad.
Sin embargo, la narrativa de la eficiencia con frecuencia omite cuestiones cruciales sobre los riesgos de tales tecnologías. Estos riesgos varían entre países, incluso entre ciudades de un mismo país, pero, en general, se producen brechas tecnológicas entre diferentes sectores de la población, además de generarse tensiones entre la eficiencia tecnológica y la privacidad de los ciudadanos. Asimismo, detrás de cada política de ciudad inteligente hay decisiones que reflejan prioridades políticas y económicas, las cuales no siempre coinciden con las necesidades de la población general.
Los riesgos de la exclusión
Uno de los mayores peligros de las ciudades inteligentes es la posibilidad de ampliar las brechas sociales. La introducción de tecnologías suele ser costosa y compleja, lo que puede significar que solo ciertas áreas o grupos accedan a sus beneficios. En muchas ciudades latinoamericanas, por ejemplo, existen grandes zonas más marginadas que carecen incluso de servicios básicos como agua potable o transporte. La digitalización de servicios también puede excluir a quienes no tienen acceso a dispositivos o habilidades tecnológicas, como adultos mayores o comunidades rurales. En lugar de cerrar brechas, las ciudades inteligentes podrían profundizar la división digital y las desigualdades socio-espaciales. Ante esta realidad, surge la pregunta si es posible priorizar tecnologías de punta cuando las desigualdades estructurales persisten sin resolverse.
Además, los proyectos de ciudades inteligentes suelen ser impulsados por corporaciones tecnológicas que priorizan intereses económicos lo cual puede llevar a una gestión urbana controlada por entidades privadas, dejando a la población con menos voz en las decisiones sobre cómo se diseñan y gestionan sus ciudades.
Privacidad y control: una amenaza latente
Otro dilema crítico es el manejo de los datos. Las ciudades inteligentes dependen de una recopilación masiva de información, desde patrones de tráfico hasta datos personales. Esto plantea serias preocupaciones sobre privacidad y vigilancia. En un contexto donde la transparencia no está garantizada, las ciudades inteligentes podrían convertirse en espacios de vigilancia masiva. Ejemplos como el sistema de reconocimiento facial muestran cómo la tecnología puede ser utilizada para amenazar libertades. La frontera entre la seguridad y la vigilancia estatal o corporativa se vuelve difusa, con riesgos de abusos como la monitorización de actividades políticas o la discriminación algorítmica.
Un futuro tecnológico es posible
Pese a los riesgos, es posible replantear la manera en que se diseñan e implementan las tecnologías urbanas. Algunos ámbitos de oportunidad incluyen:
Participación ciudadana: La población debe estar en el centro de la planificación. Esto implica la consulta así como la participación en el diseño y seguimiento de políticas.
Transparencia en el uso de datos: Es necesario establecer marcos legales que protejan la privacidad y limiten el uso indebido de la información. Los ciudadanos deben saber quién controla sus datos y para qué se utilizan.
Tecnología al servicio de la equidad: En lugar de priorizar soluciones sofisticadas, se deben resolver, primero, problemas básicos como acceso a servicios públicos y vivienda adecuada.
Colaboración público-privada: Si bien las empresas tecnológicas juegan un rol clave, los gobiernos deben asegurar que los beneficios de la tecnología sean colectivos.
El dilema de las ciudades inteligentes no radica, pues, en la tecnología en sí, sino en cómo y para quién se utiliza. Si bien el potencial de transformar la vida urbana es inmenso, también lo son los riesgos de exclusión y control. Para que la tecnología cumpla sus promesas, debe estar guiada por principios de justicia social, inclusión territorial y participación ciudadana. Solo así podría la tecnología ser verdaderamente un instrumento al servicio de todos.
Profesora en el Centro de estudios demográficos, urbanos y ambientales El Colegio de México
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