Xirau (I)
Por: Adolfo Castañón
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A Ana María Icaza de Xirau [1922-2022]
I
Los diccionarios consignan que Ramón Xirau Subiás
nació en Barcelona el 20 de enero de 1924.
También que Joaquín Xirau Palau
falleció el 10 de abril de 1946.
Tal vez esta sea la fecha del segundo nacimiento de Ramón,
el día en que tuvo que hacerse cargo de Pilar, su madre.
Antes había colaborado con su padre en la traducción
de El amor y occidente (1944)
de Denis de Rougemont sobre el amor cortés.
No solo tradujo el libro.
Podría decirse que vivió dentro de su llama doble.
La presencia de Ramón tenía algo de la de Joaquín, su padre.
Un joven filósofo, Emilio Uranga, lo recordaba así:
“Sentí de inmediato que me hallaba ante una mente vigilante.
Los menores matices de mi pensamiento eran fielmente registrados […]
En una palabra, el ánimo de sus discípulos le era transparente,
nada se le ocultaba, dialogaba adecuadamente con ellos
porque poseía el exquisito tacto para instalarse en el meollo mismo de la persona.
Por eso a su lado nunca se sentía soledad […]”.[1]
¡Cuánta soledad no habrá sentido Ramón al perder a su padre!
“Parece que la fatalidad haya querido herir a una paloma”,
exclamó Reyes al conocer la muerte de Xirau Palau.
II
Cuando toqué a las puertas de su casa
por primera vez,
Xirau tenía cincuenta años,
yo menos de veinticinco.
Me acompañaba Marcelo Uribe.
Tanto admirábamos a Xirau que lo queríamos entrevistar,
para una tarea encargada por Huberto Batis (1934-2018).
Deslumbrante sesión.
Al llegar a casa,
para escuchar lo grabado,
se nos fue el alma a los pies:
¡no se entendía nada!
¡Nada!
Cuarenta años después
atravesé las mismas puertas
del Callejón de Galeana
para decirle adiós a ése que empezó
siendo un profesor lejano y se transformó
al volar de las páginas y de las hojas del calendario
en un guía sagaz
por los bosques de la experiencia y de la memoria.
“…el ánimo de sus discípulos le era transparente…”
“Hombre-puente”,
lo llamó su hermano mayor —Octavio Paz.
“Hombre-puente”, lo era, sin duda.
Era también un imán de archipiélagos
disfrazado de isla:
un hoyo negro
que devoraba constelaciones.
No sé qué tanta geometría conocía.
Pero él era, imponía, una geometría y era geometra.
Los pájaros callaban y empezaban a cantar mientras él hablaba.
Casi no se le oía. Había que escuchar la voz farfullada
manando como una cascada entre los dientes indecisos.
Razonaba como quien lanzaba flechas distraídamente
—todas daban en el blanco.
“…el ánimo de sus discípulos le era transparente…”
Amorosas flechas: flechazos.
Algo tenía de poeta italiano del Renacimiento,
algo de soldado del amor.
Entre Petrarca y Francisco de Asis,
entre Dante y Cavalcanti.
También disfrutaba a los prosistas de aquellos siglos:
Nicolás Maquiavelo, Marsilio Ficino, Giordano Bruno, Pico della Mirandola.
Gozaba sobre todo la conversación:
entre poesía y arquitectura,
entre música y política,
entre filosofía (del amor) y teatro de la memoria.
Hombre-puente en más de un sentido.
No le importaban ni los premios ni los honores.
Se resignaba a ellos como niño travieso…
No lo decía: se consolaba con la filosofía
de su fracaso como santo…
No estoy tan seguro de que Xirau no lo haya sido,
una cierta afinidad,
una afinación musical lo hizo reconocer a Alfonso Reyes y a José Gaos.
Lo adoptaron sin pensarlo cuando murió súbitamente el autor de sus días.
Era una afinación heredada pues
traía en la sangre la música de sus musas.
“…el ánimo de sus discípulos le era transparente…”
Música ligera, aérea, como la casi inaudible
de Eric Satie que trabaja tanto con el silencio.
Xirau también trabajaba el silencio.
Había nacido a orillas del Mediterráneo
como sus antepasados:
los historiadores recuerdan a Joan Xirau,
consejero municipal de Cataluña
que se opuso inútilmente al Conde-Duque de Olivares
y a las exigencias de la Corona Española,
según se puede leer en The Revolt of the Catalans[2]
de John Elliott.
No se cansaba de contemplar las no siempre mansas resacas del Mediterráneo.
No se cansaba,
Xirau era infatigable…
Un viajero ávido de recorrer la tierra
paso a paso por las ciudades de su elección:
(cada una, una política, cada una biblioteca)
Nueva York, París, Brujas,
Florencia, Padua, Siena,
Capri, Amalfi, Roma,
Delfos, Barcelona,
Cuernavaca, Veracruz,
Figueras, la ciudad donde había nacido su padre,
a la que volvía para saludar aquella cuna
cada vez que le era posible
(Xirau leyó desde niño El Quijote ¡en catalán!).
Otro lugar de peregrinación:
Coilloure, ahí murió Antonio Machado
el 22 de febrero de 1939.
Joaquín y Pilar compartieron la ambulancia
en la que huyeron de España con el autor de Juan de Mairena.
Vino a México pasando por París y Nueva York,
llegó aquí a los quince años en autobús.
78 años después sería traducido a la otra orilla desde aquí.
Viajero inmóvil, peregrino.
Escribió muchos años después desde Delfos:
DELPHII A Anna María Boscs d’oliveres baixen del Parnàs a la ratlla corbada de Corint, baixen, golf blau, precís. Delphii, la fred i el sol l’auriga mira —què mira auriga? L’oracle és tot silenci. Tu m’ho dius: “Tot és els déus.” El Parnàs doble, encara blanc nevat. És maig. Flors vermelles ens miren en les celles de les herbes verdes —els ulls dels déus? En el bosc gris són grises les fulles olivaires de la brisa. Coneixe’t, diu, coneixe’t. L’auriga? Tots som aquest auriga destinat a llegir tots els destins. L’oracle calla, parla; baixa la blava coneixença, boscs d’oliveres baixen. | DELPHII A Ana María Bosques de olivos bajan del Parnaso a la raya curvada de Corinto, bajan, azul golfo preciso. Delphii, el frío y el sol, el auriga contempla —¿qué contempla el auriga? El oráculo es todo silencio. Tú me lo dices: “Todo es los dioses”. El Parnaso doble, aún blanco nevado. Es mayo. Flores rojas nos miran en las celdas de las hojas verdes —¿los ojos de los dioses? En el bosque gris son grises las hojas de aceituna de la brisa. Dice: Conócete, conócete. ¿El auriga? Todos somos este auriga destinado a leer todos los destinos. El oráculo calla, habla; baja el azul conocimiento, bosques de olivos bajan.[3] |
[1] Emilio Uranga, “In memoriam Joaquín Xirau” en Joaquín Xirau, Obras completas, edición de Ramón Xirau, Rubí, Anthropos, Madrid, Fundación Caja Madrid, 1998, pp. XXXVII y XXXVIII. Citado en J.M. Cuéllar, “Estudio preliminar” a Emilio Uranga, Diario alemán.
[2] John Elliott: The Revolt of the Catalans. A study in the decline of Spain (1598-1640). Cambridge University Press, Londres, 1963, p. 382.
[3] Ramón Xirau, Obras 1, Poesía completa 1951-1986, El Colegio Nacional, 2013, pp. 234-235.
Este texto es la primera entrega de 3 que forman parte de un texto Ramón Xirau: El pan en la servilleta Lecturas y recuerdos
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