Un fantasma vive en mi cuarto

Por: Irene González
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Un fantasma vive en mi cuarto. Se llama Antonio, pero me deja decirle Toño. Toñito no, porque se enoja, y los fantasmas enojados son muy poco agradables, incluso los fantasmas buena onda, como él. Dice que ya está grande para ese apodo y que solamente dejaba que su mamá le llamara así.
— Y, a todo esto, ¿dónde está tu mamá, Toño?
Le pregunté, un día que estábamos viendo a escondidas la película de “El Aro”. Habíamos hecho un fuerte con cobijas y almohadas para que la luz del IPad no despertara a mis papás. Bueno, lo hice yo, porque Toño, al ser un fantasma, atraviesa todo lo que toca. Al menos eso dice, chance y es el pretexto del que se agarra para no ayudar en nada, ni a construir fuertes ni ha limpiar la recámara.
— No sé — Toño se encogió de hombros sin dejar de mirar la pantalla —. Me morí antes que ella. Se fue a vivir a otra casa hace mucho tiempo, pero yo me quedé aquí.
— ¿Por qué no te fuiste con ella?
— No sé. Es que nunca supe cómo irme a otra parte.
— ¡Qué mal! Digo, me da gusto que estés aquí conmigo y todo. Me gusta mucho ver películas juntos, más porque a ti no te tengo que compartir de mis palomitas o de mis Takis. ¡Pero seguro que extrañas un montón a tu familia!
Toño se quedó callado un rato. Pensé que se había enojado conmigo por decirle eso, o que a lo mejor se había agüitado.
— La verdad ya casi no me acuerdo de ella, ni de mis amigos, ni de mi vida cuando estaba vivo. Fue hace muuuucho, mucho tiempo. Yo creo que ahorita ya deben estar todos muertos.
Le puse pausa a la película. No nada más porque era la parte en la que la niña del aro sale del pozo y esa escena sí que daba miedo. Aunque, después de conocer a Toño, yo ya estaba bien curado de espantos. Antes de darme cuenta de que era un fantasma amistoso, casi me mata varias veces del infarto. Le pedí a mi mamá un exorcista mil veces, pero nunca me hizo caso.
— Toño, no te preocupes — puse mi mano sobre su hombro. O, mejor dicho, dejé mi mano levantada en el aire— ¡te voy a ayudar a resolver tus asuntos pendientes para que puedas irte a la granja!
— ¿A cuál granja?
— Cuando se murió mi pollito Timoteo, mi mamá me dijo que se había ido a una granja en el cielo, grande, grande, donde Timoteo podía comerse todos los granos de elote y todas las semillas de girasol del mundo. Eso es lo que pasa cuando nos morimos y nos vamos a otro lado, llegamos a una granja llena de comida y llena de animalitos para jugar con ellos, acariciarlos, abrazarlos y así.
— Órale. A mí me dijeron que uno se iba a vivir con los angelitos.
— Mmm… Pues sí, ¿no? A lo mejor los animales han de ser los angelitos.
— Puede ser. Tiene más sentido que bebés con alas, flechas y pañales. Ah, y a tu pollito Timoteo se lo comieron a la naranja. Yo vi a tu abuela prepararlo para la cena.
— ¿Quéeeeee? — Tuve que gritar bajito para que mis padres no vinieran a ponerme una regañiza— ¡Híjoles! Bueno, de todos modos ya estaba muerto cuando lo cocinaron, así que supongo que está bien. ¿Quieres terminar de ver la peli o ya te quieres ir a fingir que duermes?
Pasaron varias semanas, y ya hasta se me había olvidado un poco la promesa que le hice a mi amigo de resolver sus asuntos pendientes. Mis intenciones eran buenas, lo juro, pero es que entre las tareas, las clases de inglés y de matemáticas, las prácticas de fútbol y mi mamá que me obliga a limpiar la cocina después de comer, estaba ocupadísimo. Pero una tarde que regresé de la escuela descubrí que había un perro en mi cuarto. Y no cualquier perro. Un perro fantasma.
— ¿Y ahora tú quién eres?
Aventé la mochila al suelo y me agaché para verlo de cerca. Era un perrito chiquito, del tamaño de un chihuahua. Saltaba por todo el piso dando ladridos fantasmas, que son ladridos normales pero que parece que solamente yo puedo escuchar, porque los adultos de esta casa, como siempre, no se enteran de nada. ¿Así son todos los adultos del mundo?
Total, que ahora dos fantasmas vivían en mi cuarto. Toño no había visto al chucho todavía. A veces se iba a pasar el día entero quién sabe a dónde. Por ahí a alguna cripta, al cementerio o a los baños de una escuela, esos sitios que siempre están embrujados y donde imagino que se entretienen las almas en pena. Cuando volvió a la casa y se encontraron, los dos se emocionaron muchísimo.
— Oye, Toño, está bien que vivas tú en mi cuarto y todo eso, pero ya dos fantasmas, me parece excesivo…
— ¡Es Tocino! ¡Era mi perro cuando estábamos vivos!
Resulta que por eso Toñito… digo Toño, no se había ido a la granja, porque no quería dejar atrás a Tocino. El perrito se había quedado solo y triste tras la muerte de su dueño, y cuando Tocino se murió también, alguien, a lo mejor la mamá de Toño, decidió enterrarlo en el patio de la casa. Por eso se quedaron los dos aquí atrapados y así estuvieron años, hasta que mi mamá decidió un buen día que andaba aburrida y que quería plantar unas flores en la tierra del patio. Cavando descubrió la cajita de zapatos donde habían sepultado a Tocino. Supongo que por eso se despertó el perro, porque movieron sus huesos.
— ¡Tocino! ¡Ya me acordé de ti!
El perrito bailó alrededor de mi amigo, los dos estaban tan contentos de volverse a ver que tuve que irme al baño para sonarme tantito, porque se me había llenado la nariz de mocos. Imagino que el perro sí se sabía el camino a la granja del cielo y nada más estaba esperando encontrar a su dueño para enseñárselo, porque después de eso se fueron los dos juntos y ya nunca los volví a ver.
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