Pre-textos

María Del Valle

Uno de…

Sí, es con a y a nadie debería de costarle tanto trabajo aceptarlo.

¿Cuál es la dificultad? La a es la primera letra del abecedario, encabeza la fila de las 5 vocales y es la primera letra que nos enseñan a trazar durante la infancia. En las escuelas Montessori el primer trazo de las letras se hace siempre sobre una charola con arena y, una vez que se domina dicha encomienda el siguiente paso, antes de tomar un lápiz para dibujar la letra sobre un papel, consiste en seguir con el dedo índice la silueta de la grafía aprendida sobre unas letras de lija. El trazo manuscrito siempre es en la misma dirección para poder enlazar una letra con la siguiente; en el caso de la a la colita final es lo que permite seguir construyendo la palabra en cuestión. La a es una letra para construir ¿Por qué si es un comienzo no puede ser también un final?

No sé desde hace cuántos años lavo mis calzones -probablemente aprendí primero a trazar las letras de mi nombre o a escribir mamá-. Sin embargo, desde que me encargo de ello, lo hago todos los días con una barra de jabón Zote. Supongo que comencé a lavar mi ropa interior por pudor. ¿Por qué alguien más habría de hacerlo por mí? No sé sembrar, soy incapaz de cosechar mis propios alimentos y si quiero comer una ensalada tengo que ir al mercado a comprar los ingredientes. Nadie me enseñó a sembrar siendo niña porque en el contexto en el que nací no pensaron que era algo que necesitara saber; no lo consideraban una herramienta de supervivencia. Me enseñaron a ser pudorosa no autosuficiente.

¿Cuántas cosas no podemos hacer las mujeres por pudor? Es curioso que el pudor no sea un filtro en el accionar del mundo masculino. Mis propios hijos, a los que tampoco les enseñé a cosechar una zanahoria, son capaces de poner sus calzones sucios en el bote destinado para ello sin ningún pudor y con total desparpajo. Alguien más lava sus calzones y les parece normal. Yo soy incapaz.

Me pregunto quién lavará los calzones de la presidenta ahora que, además de ser mujer, mamá, abuela y científica, ha pasado a ser la presidenta de una nación. Seguramente ha tenido que sacudirse de encima el pudor, entre muchas otras cosas quizá no tan menores como el miedo, la inseguridad o la frustración. O quizá no; tal vez en su baño sigue habiendo una barra de jabón Zote y ser presidenta no necesariamente la obliga a prescindir de este acto de intimidad que es lavar sus propios calzones… Aunque claramente las preocupaciones de una mandataria, de la jefa de las fuerzas armadas de un país, van más allá de unos calzones sucios o el hecho de tener que renunciar a este tipo de “pudores”.

Todo lo que ha tenido que pasar en el mundo para que hoy el destino de tantas personas esté en manos de una “mandataria” y todo lo que ella misma tendrá que enfrentar y resistir durante su mandato. ¿A qué hora llora? ¿Puede hacer ejercicio? ¿Qué come? ¿Quién le hace manicure? ¿Compra en amazon o va a las tiendas? ¿Escoge todavía su propia ropa, sus collares, el color de las sombras de ojos, el rímel que más le gusta, sus zapatos, sus calcetines o alguien más lo hace por ella? ¿A qué hora lee? ¿Cuándo va al médico? ¿Qué crema usa? ¿Cocina? ¿Con quién se ríe? ¿Toma tequila o mezcal? ¿Dónde acomoda su vida para poder ser presidenta? ¿Desde hace cuántos años su vida se convirtió en esta carrera “sin pudor” para llegar a ser la presidenta? ¿Cómo maneja el enojo? ¿Quién le hace un masaje en los hombros cuando necesita relajarse? ¿Qué medicinas toma? ¿En quién confía? ¿Quién le suaviza las verdades o la ayuda a matizar la realidad que la circunda? ¿Quién le miente? ¿Quién la defiende? Tremendo ser presidenta.

Mucho más tremendo que ser presidente, porque en un mundo como en el que vivimos, a los hombres les resuelven todas estas cuestiones sin mayor problema ni pudor ni empacho; tal vez ni siquiera les preocupa. Se da por hecho que tendrán una cuadrilla de expertas y expertos a su servicio resolviendo estas nimiedades mientras ellos se encargan de resolver las cuestiones de ESTADO. La presidenta también lo hará, pero asumimos que ella tiene que alaciarse el pelo, usar tacones, lucir cintura, aretes, maquillaje y sonreír antes de tomar una decisión con la que podremos estar de acuerdo o no, apoyar incondicionalmente o ejercer la peor de las críticas. Tremendo ser la presidenta. ¿Tomará pastillas para dormir? ¿Medita? ¿Cómo apagas la cabeza para descansar cuando eres la presidenta?

La mujer que hoy es la presidenta, con a, cambió pañales y lavó platos, cocinó, leyó cuentos a sus hijos, los llevó al pediatra, los recogió de la escuela y seguramente también manejó muchas tardes para llevarlos al ballet, a la clase de música o al futbol, organizó fiestas de cumpleaños, compró los regalos para las maestras, aplaudió en sus festivales y muy probablemente puso muchas veces la lavadora. Tal vez durante los siguientes años, además de no poder entrar a solas a una librería a recorrer sus pasillos y elegir entre los apellidos acomodados alfabéticamente de la “a” a la “z”, no hará más la lista del súper. Ahora sus listas “enlistan” otras prioridades, otras misiones, otros pendientes.

Así que calma pueblo, calma, que si Delacroix no tuvo reparo en pintar a la Liberté guidant le peuple con el vestido caído no hay ningún impedimento para que hoy en pleno siglo veintiuno podamos trazar la a final de las palabras con el respeto que ameritan: mamá, abuela, amiga, compañera, ingeniera, científica, escritora, autora, creadora… presidenta. Por citar algunas.


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