Pablo de Rokha: una biografía literaria

Por: Gabriel Trujillo Muñoz*

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Hay que poseer el heroísmo de agonizar correctamente

Pablo de Rokha

Los poetas son alborotadores de primera, gente a la que no se le puede tener confianza, creadores que siempre están negando la cruz de su parroquia. ¿No me creen? Lean Mala lengua. Un retrato de Pablo de Rokha (Alfaguara, 2021) de Álvaro Bisama (Valparaíso, Chile, 1975), un narrador reconocido que se ha dado a la tarea de contar la vida y milagros de uno de los poetas chilenos más influyentes del siglo XX. El resultado es una biografía ejemplarmente fiel al espíritu de Pablo de Rokha, un hombre peleonero como pocos, deslenguado hasta la calumnia y el esperpento, que hizo de su poesía proclama pública, horizonte de dolencias, pandilla de locos en el mentidero de la historia. Nunca asumió más compromisos que sus propios gustos y obsesiones.

Nacido en 1894, don Pablo se suicidó en 1968. El relato que nos cuenta Bisama es, a la vez, una tragedia inevitable y una comedia de enredos. La suma y destino de un poeta que siempre vivió a la sombra de los poetas chilenos más prestigiosos: Gabriel Mistral, Vicente Huidobro y Pablo Neruda, con quienes tuvo más reyertas que coincidencias. Estamos aquí, en este libro, con una visión que quiere asumir el legado de un escritor que tomó su propio camino y nunca lo abandonó. En esta narración, tan bien cincelada por la prosa empáticamente crítica de Bisama, podemos contatar hazañas literarias y desencantos personales, pérdidas dolorosas y fatigas humanas. Su vida es una mezcla de frenesí y mal humor, de rencor y agruras intelectuales. Este es, sin duda, un libro imprescindible para reconocer, en este siglo XXI, que la poesía latinoamericana es un cementerio de grandes mausoleos y un rito de dioses ciegos, arcaicos. Fosa común llena de gastadas potestades y mitos perturbadores.

Lo que Bisama nos ofrece en su biografía es la celebración de un poeta de la barbarie, cuando la barbarie es creatividad a destajo, movimiento telúrico, lengua franca sin excusas ni pretextos: “Por nosotros hablarán los desamparados, los abandonados y los que están llenos de olvido y silencio en las provincias, los románticos y los anónimos”. Para de Rokha la verdadera poesía no estaba en la república de las letras sino en el interior de la vida comunitaria, en los pequeños pueblos rurales, en la naturaleza misma de un Chile que todos los días daba a luz cantos de pájaros y vientos iracundos.

Por eso nuestro autor afirma que desde joven, frente a un mundo que se deshace de continuo, Pablo representa para sus contemporáneos “una figura móvil” en el recuerdo colectivo: “Pablo es una silueta que atraviesa pueblos abandonados, mercados y cocinerías, caminos de tierra, salones de té, chinganas, construcciones de adobe que han sobrevivido a terremotos. Criatura de los caminos, el escritor furibundo adquiere otros avatares y se mezcla así con el vendedor viajero, con el contador de mentiras, el rapsoda itinerante”. Su historial existencial pasa por la penuria, por el pobrerío, por la dádiva, por el sueño de la fanática devoción a ideas e ideales. En cierta forma, hay mucho de personaje rulfiano en el Pablo que este libro nos pinta de cuerpo entero, de alma en pena, de paladín de una justicia muy suya y de nadie más. Hijo de aldeas en ruinas, de campos abatidos por el abandono, de urbes que descuellan por sus peores pesadillas. Y otro vínculo con Juan Rulfo es que de Rokha fue, al igual que el narrador mexicano, vendedor ambulante, mercader que recorría los lugares más remotos para vender mapas del tesoro, contar historias de aparecidos, relatos de humor negro.

Para Álvaro Bisama, la poesía de su biografiado es cosmogonía y lamento, golpe en el pecho y fuera máscaras, duelo a muerte y guerra sin sosiego, acto de amor y balbuceo profético. Bisama dice que don Pablo fue parte “de un mundo, de un presente, de un país, de un continente y de una tradición”. Su poesía es la poesía del autarca, del solitario, del entusiasta entre las ruinas de la civilización. Y por haber vivido desde los tiempos del modernismo tardío, de Rokha hizo uso de todas las tendencias sin desviarse ni un ápice de su propio sentido poético, de su orgulloso excepcionalismo. Así pasó por los territorios de las vanguardias literarias, los compromisos políticos, el amor a los suyos y el canto a lo propio, a ese Chile de raíz amarga y tiempo crudo.

Como Bisama lo asegura, en el caso de don Pablo, el camino del exceso realmente lo lleva al palacio de la sabiduría. Y el biógrafo se atiene a la franqueza de este poeta chileno para contarnos su existencia con todas sus equivocaciones y cegueras, con todos sus maltratos y accidentes, recordándonos que no hay poesía fallida sino distintas maneras de conjurar el mundo, de hacer aquelarre con la palabra, de reclamar la poesía no como un culto sino como un elemento cotidiano hecho para compartirse entre todos. Que no hay una sola ruta para acceder al verso en su crisálida de posibilidades y portentos.

He aquí, pues, una biografía que es, al mismo tiempo, texto que esclarece, ficción en marcha y crónica de viaje. Y por eso, también, este libro de Bisama no está construido con la objetividad sino con la pasión por una obra que exige valor para leerla, tenacidad para escucharla. El Pablo de Rokha que en ella se proclama es el de un poeta que, aun siendo fantasma o espejismo, sigue caminando entre nosotros: haciendo ruido, nunca dejándonos en paz con su cataclismo vociferante: “Yo tengo la palabra agusanada y el corazón lleno de cipreses metafísicos, ciudades, polillas, lamentos y ruidos enormes; la personalidad, colmada de eclipses, aúlla”. Sí, también podríamos decir que don Pablo fue un poeta beat antes de que hubiera poetas beat. O afirmar que de sus poemas surge la vendimia actual de la poesía latinoamericana: esa cosecha de prodigios naturales y cultura sin freno, de incendios imbatibles y visiones inauditas. El anhelo por escapar de la oscuridad creciente y la alegría por gozar el instante irrepetible. O como lo vislumbra Bisama de nuevo: los poetas existimos porque existe el poema, que se convierte en nuestra carne viva, en nuestra respiración, en “nuestro último aliento”. Canto de pájaros en parvada. Lluvia perentoria en su diluvio final. Abismo de donde nadie sale ileso.

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