Musarañas 13

Por: Francisco Segovia

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EL BORAMETZ Y LAS ESPONJAS: ANTIGUAS ZOOFITAS Y MODERNOS PARAZOOS

Esta mañana leí en El cordero vegetal de Tartaria, de Henry Lee, una cita en la que el naturalista Claude Duret, rayando el siglo xvii, decía que “el Borametz —verdadera planta-animal— puede existir como está descrito, tal como las esponjas, los erizos de mar y las medusas, los cuales todo el mundo sabe que son verdaderas zoofitas, o animales-planta”. No me extrañó demasiado la estrategia: defender la existencia real del imaginario borametz poniéndolo en una categoría que incluye seres reales y comunes, como los erizos y las esponjas. Sin embargo, en la tarde, por una extraña coincidencia, encontré en el último libro de Oliver Sacks (The River of Consciousness) la siguiente frase, que traduzco: “algunos animales (como las esponjas) perdieron sus células nerviosas y regresaron a una vida vegetativa”. ¡Otra vez las esponjas, los animales y las plantas!

La vieja categoría intermedia entre los animales y las plantas —estática, al parecer; una mera consecuencia del sistema de comparaciones de la taxonomía— tiene en Sacks una versión dinámica, evolucionista. Porque parece claro que para Sacks hay un paso entre las plantas y los animales, pero que este paso no se da de una categoría hacia la otra sino de una categoría anterior a ambas hacia cada una de ellas: es el paso de un ancestro común —o, mejor dicho, los dos pasos de un ancestro común: el que avanza hacia el reino animal y el que se dirige hacia el reino vegetal… En cualquier caso, eché un ojo a la Wikipedia, a ver dónde colocaba la taxonomía moderna a las esponjas, y fui siguiendo el hilo…

La Wikipedia cita a Dexipo, discípulo de Jámblico de Calcis, que escribió: “La naturaleza no pasa directamente entre categorías, como por ejemplo entre animales y plantas, sino que tiene que idear un tipo de vida intermedia, tal como los zoofitos, que unen ambos extremos y completan así ambas categorías”. La idea parece tomada de Darwin, pero ya se ve que es muchísimo más antigua; y, de hecho, tuvo tan buena fortuna que hasta fue resumida en un lema latino: Natura non facit saltus, ‘la naturaleza no da saltos’ (y a esa expresión alude, para contradecirla, el término “salto cuántico”).

Hasta el siglo xviii, las esponjas fueron consideradas plantas; luego fueron vistas como animales de pleno derecho, pues comían y excretaban como ellos. Hoy la biología las coloca dentro del reino animal, aunque tienen características tan particulares que constituyen un filum especial, Porifera, al cual la mayoría de los biólogos consideran el único del subreino de los Parazoa —de suerte que, para ellos, las esponjas constituyen por sí solas un subreino del reino animal. Entre las características que distinguen a las esponjas, la Wikipedia cita una que avala la afirmación de Sacks: “Son los únicos animales que carecen de sistema nervioso”, aunque hay que añadir que tampoco tienen verdaderos tejidos ni, por lo mismo, músculos ni órganos. Con todo, Sacks dice algo más extraño: que alguna vez tuvieron neuronas y que las perdieron en una regresión —esto es, en una involución— hacia la vida vegetativa. Sacks no dice tanto como que las esponjas sean plantas, es verdad, pero sí que son animales que viven una vida vegetativa, vegetal. Su primo, el mítico borametz, hacía lo inverso: era una planta que llevaba una vida animal.

La taxonomía moderna ha desechado el grupo taxonómico de las zoofitas, pero parece claro que la idea que mantuvo vigente al taxón durante tantos siglos sigue vigente, y que no es muy distinta de la metáfora que probablemente dio origen a la leyenda del cordero vegetal de Tartaria, el borametz; a saber, que el algodón es la forma vegetal de la lana, donde se implica que ambas son una misma cosa, aunque expresada en dos reinos diferentes —o en dos continentes diferentes, pues mucho de lo que los europeos tejían con lana, los asiáticos lo tejían con algodón. Al parecer, los europeos ignoraron el algodón hasta los tiempos de Alejandro Magno, cuando Megástenes, dirigiéndose a Seleuco en su libro sobre la India, dijo que “hay árboles donde crece la lana”. La idea cundió. Por eso no debiera extrañarnos —como nos extraña— el nombre alemán del algodón: Baumwolle ‘lana de árbol’.

Uno no puede dejar de ver que esta metáfora tiene un valor similar al que los biólogos conceden al ancestro común, pues un ancestro común contiene rasgos que comparten sus dos descendientes, como la metáfora contiene rasgos comunes a sus dos términos. En este sentido, la metáfora del cordero vegetal y su clasificación como zoofita son tan “científicas” como la de la esponja vegetal y su clasificación como parazoa (cuya etimología misma delata sin ambages la comparación; para-zoa: parecido a un animal, en camino de ser un animal —aunque de ello resulte que las esponjas, que pertenecen hoy al reino Animalia y al subreino Parazoa, sean animales que parecen animales). Pero el cambio de nombre (de la esponja zoofita de Duret a la esponja parazoa de Sacks) supone una ruptura del viejo equilibro entre lo animal y lo vegetal —un equilibrio que basculaba entre hablar de zoofitos (en masculino: animales que parecen plantas) o de zoofitas (en femenino: plantas que parecen animales). El nuevo taxón implica que la balanza moderna se ha inclinado definitivamente hacia los animales, quizá porque el árbol de lana no ha sido nunca visto en el mundo real, lo que falta a las comprobaciones del método experimental. Pero con ello queda flotando la idea de que, para la taxonomía moderna, hay animales que parecen plantas (hay parazoos), pero no hay plantas que parezcan animales (no hay parafitas). Es como si la biología hubiese decidido que la base de sus comparaciones ha de ser siempre animal (animales que parecen plantas) y nunca vegetal (plantas que parecen animales). Esto no sólo contradice a la evolución, que coloca la aparición de las plantas mucho antes que la de los animales, sino que además sugiere, así sea sólo subliminalmente, que los gorros de lana de los europeos son el ancestro de los gorros de algodón de los asiáticos, cosa que no dejará de contrariar a quienes hablan de plantas carnívoras y no de carnívoros vegetales… En fin… Así están hoy las cosas: aunque la biología sabe que los animales vinieron después, los echa por delante de las plantas…

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