Musarañas 01

Por: Francisco Segovia

01.

Los medievales veían claramente que para volvernos ángeles o demonios debemos partir de la carroña. Justo antes de la eternidad, la vida debe despedazarse a sí misma, expiar esto que es el verdadero pecado de la carne: estar viva… Pero los medievales creían en la vida eterna y en el Cielo. Nosotros, en cambio, hemos remplazado el Cielo por esa idea de la resurrección de la carne “en su mejor momento”, que es un avatar de la eterna juventud, del paraíso como ambiente juvenil. A ellos, paganos cristianizados, la promesa del ángel les hacía tolerable la idea de la carroña; a nosotros, cristianos paganizados, nos consuela una idea cosmética…

Hay en la cremación una voluntad de limpieza. ¿Es hipócrita y cosmética esa voluntad? Hay en ella algo profundamente enemigo de los fluidos. Si el cuerpo ha de volver a la tierra, que sea disecado, deshidratado, en forma de momia o de ceniza. En esto va de suyo que el cuerpo que pesa como una vejiga llena de agua es cosa advenediza, que esencialmente somos la ligereza del espíritu.

Kierkegaardiana ~ “La vida contiene en sí a la muerte”. Esto es cosa que han dicho muchos, muchas veces. Cantinflas, por ejemplo, mirando una radiografía: “¡Cómo no va uno a morirse, si lleva la muerte adentro!”; o Juan José Arreola: “Como es público y notorio, las mujeres transmiten la vida, esa enfermedad mortal”. En estos dos casos la muerte aparece como una certeza, pero nada en su enunciación indica temor o desesperación. “Toda vida termina” es una oración neutral, muy distinta por eso de la que diría alguien que siente angustia ante la muerte; es decir, alguien que vive en la desesperación. Según Kierkegaard, cuando alguien dice “Estoy enfermo de muerte”, no quiere decir que está enfermo de algo que va a acabar matándolo, sino que está infectado de muerte, poseído por la muerte. La desesperación, para él, consiste en saber que esa infección no lo matará y que, en ese sentido, es su condición de vida. No se trata ya, pues, de que la muerte sea el punto final de una vida sino de que es su condición; y, en cuanto tal condición, es eterna, es una “muerte sin fin”, como diría José Gorostiza. La desesperación dice: “Crees que la muerte te tiene echado el ojo y que pronto vendrá por ti. Pero la muerte no actúa de ese modo. Cada segundo entra en tu vida como un aluvión que te cubre por completo con su lodo. Si un segundo después sigues vivo, es que has resucitado, para morir de nuevo”.

            Hay algo que parece absurdo en estos actos. ¿Por la esperanza inútil? No lo creo. Más bien, por el último gesto de pudor, de cortesía, de humanidad; eso que los seres humanos conservan hasta el final —como aquella mujer atropellada que, tendida en la calle, pálida ya de muerte, se bajaba pudorosamente la falda alzada… Dignidad humana… La frase de Char que estas escenas me recuerdan está en las Hojas de Hipnos: “Entre las dos balas que decidieron su destino, todavía tuvo tiempo de llamar a una mosca ‘Señora’”.

La chispa de la vida : El comienzo ~ Dice Raymond Van Over (Eastern Mysticism) que las religiones proponen una causa para aquello que parece no tenerla. Hasta aquí, la idea no pasa de ser una puesta al día del viejo argumento positivista, que veía en los dioses una explicación precientífica de los fenómenos naturales. Pero al hacerlo —continúa Van Over, despidiendo ahora un tufillo nietzscehano— el hombre se propone a sí mismo como su propia causa. Si uno se atuviera a sólo esa opinión psicológica, no podría dejar de reprocharle que siga pensando, como el racionalismo decimonónico que aún priva, que el sentimiento religioso pretende siempre responder una pregunta. Pero Van Over hace algo más. Sin argumentar en torno a ello —y quizá de ahí su poder de convencimiento—, deja ver ese sentimiento en cuanto tal sentimiento (no en cuanto pregunta sino, en todo caso, como experiencia de aquel misterium tremendum del que hablaba Rudolf Otto) al señalar que a los hombres nos parece más grande la chispa que encendió la vida que la suma entera de todas las vidas que han ardido desde entonces.

Intimidad y vida ~ Abro la ventana y ya comienza el canje del calor de adentro y el frío de afuera. Abro la ventana…  ¿Está la casa viva? Si no ¿por qué respira como un pecho?… Según los biólogos, para que haya vida es necesario que algo pequeño se encierre en sí mismo en medio de algo más extenso. El intercambio entre ambos es ya metabolismo, incluso infección, enfermedad… Abro la ventana. Mi casa fuma… Es cierto: la vida necesita de un adentro. Para que algo viva es necesario que tenga intimidad…


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