Musarañas 01
Por: Francisco Segovia
01.
Cáncer, vida y muerte ~ El cáncer no es la muerte; es la vida desatada, devorando vida… hasta que se la acaba.
Es la vida, no la muerte, la que deja los despojos y ensucia nuestros sueños. No va a dejarnos olvidar que antes de la limpia desaparición final (antes del ángel) hay que pudrirse. Por eso es absurda la idea cosmética de quienes creen que la resurrección de la carne nos devolverá a la vida en nuestro mejor momento (¡Ah, morir a los 80 pero resucitar a los 25 o 30!)…
Los medievales veían claramente que para volvernos ángeles o demonios debemos partir de la carroña. Justo antes de la eternidad, la vida debe despedazarse a sí misma, expiar esto que es el verdadero pecado de la carne: estar viva… Pero los medievales creían en la vida eterna y en el Cielo. Nosotros, en cambio, hemos remplazado el Cielo por esa idea de la resurrección de la carne “en su mejor momento”, que es un avatar de la eterna juventud, del paraíso como ambiente juvenil. A ellos, paganos cristianizados, la promesa del ángel les hacía tolerable la idea de la carroña; a nosotros, cristianos paganizados, nos consuela una idea cosmética…
El siglo xx todo lo rebajó, incluida la noción de paganismo, que tuvo en él sus peores deslices fascistoides (incluidos los del Pessoa de El regreso de los dioses).
Hay en la cremación una voluntad de limpieza. ¿Es hipócrita y cosmética esa voluntad? Hay en ella algo profundamente enemigo de los fluidos. Si el cuerpo ha de volver a la tierra, que sea disecado, deshidratado, en forma de momia o de ceniza. En esto va de suyo que el cuerpo que pesa como una vejiga llena de agua es cosa advenediza, que esencialmente somos la ligereza del espíritu.
Estamos brevemente posados en la tierra, pero ultimadamente somos pájaros… (Otra vez la idea del ángel).
Kierkegaardiana ~ “La vida contiene en sí a la muerte”. Esto es cosa que han dicho muchos, muchas veces. Cantinflas, por ejemplo, mirando una radiografía: “¡Cómo no va uno a morirse, si lleva la muerte adentro!”; o Juan José Arreola: “Como es público y notorio, las mujeres transmiten la vida, esa enfermedad mortal”. En estos dos casos la muerte aparece como una certeza, pero nada en su enunciación indica temor o desesperación. “Toda vida termina” es una oración neutral, muy distinta por eso de la que diría alguien que siente angustia ante la muerte; es decir, alguien que vive en la desesperación. Según Kierkegaard, cuando alguien dice “Estoy enfermo de muerte”, no quiere decir que está enfermo de algo que va a acabar matándolo, sino que está infectado de muerte, poseído por la muerte. La desesperación, para él, consiste en saber que esa infección no lo matará y que, en ese sentido, es su condición de vida. No se trata ya, pues, de que la muerte sea el punto final de una vida sino de que es su condición; y, en cuanto tal condición, es eterna, es una “muerte sin fin”, como diría José Gorostiza. La desesperación dice: “Crees que la muerte te tiene echado el ojo y que pronto vendrá por ti. Pero la muerte no actúa de ese modo. Cada segundo entra en tu vida como un aluvión que te cubre por completo con su lodo. Si un segundo después sigues vivo, es que has resucitado, para morir de nuevo”.
Último pudor ~ David Rousset cuenta (Les jours de notre mort) dos escenas que me recuerdan una frase de René Char. En la primera, un viejo que camina en fila hacia la cámara de gases no puede dar un paso más y cae al suelo. Un guardia de las S.S., que vigila el paso de esa mesnada de espectros, le dice: “Si no caminas hasta donde vas, te mato”. El viejo, avergonzado, se apresura a suplicar: “Señor, señor, no me mate. Camino”. Unos metros más allá, la cámara donde el viejo sabía lo que le ocurriría … En la segunda, un grupo de polacos son llevados al cadalso para ser ahorcados. La soga de uno de ellos se rompe y éste cae al suelo, vivo. Se levanta y dice: “Perdonen ustedes, no ha dependido de mi voluntad”. Los guardias lo llevaron al Block. Esa misma tarde lo fusilaron…
Hay algo que parece absurdo en estos actos. ¿Por la esperanza inútil? No lo creo. Más bien, por el último gesto de pudor, de cortesía, de humanidad; eso que los seres humanos conservan hasta el final —como aquella mujer atropellada que, tendida en la calle, pálida ya de muerte, se bajaba pudorosamente la falda alzada… Dignidad humana… La frase de Char que estas escenas me recuerdan está en las Hojas de Hipnos: “Entre las dos balas que decidieron su destino, todavía tuvo tiempo de llamar a una mosca ‘Señora’”.
La chispa de la vida : El comienzo ~ Dice Raymond Van Over (Eastern Mysticism) que las religiones proponen una causa para aquello que parece no tenerla. Hasta aquí, la idea no pasa de ser una puesta al día del viejo argumento positivista, que veía en los dioses una explicación precientífica de los fenómenos naturales. Pero al hacerlo —continúa Van Over, despidiendo ahora un tufillo nietzscehano— el hombre se propone a sí mismo como su propia causa. Si uno se atuviera a sólo esa opinión psicológica, no podría dejar de reprocharle que siga pensando, como el racionalismo decimonónico que aún priva, que el sentimiento religioso pretende siempre responder una pregunta. Pero Van Over hace algo más. Sin argumentar en torno a ello —y quizá de ahí su poder de convencimiento—, deja ver ese sentimiento en cuanto tal sentimiento (no en cuanto pregunta sino, en todo caso, como experiencia de aquel misterium tremendum del que hablaba Rudolf Otto) al señalar que a los hombres nos parece más grande la chispa que encendió la vida que la suma entera de todas las vidas que han ardido desde entonces.
Intimidad y vida ~ Abro la ventana y ya comienza el canje del calor de adentro y el frío de afuera. Abro la ventana… ¿Está la casa viva? Si no ¿por qué respira como un pecho?… Según los biólogos, para que haya vida es necesario que algo pequeño se encierre en sí mismo en medio de algo más extenso. El intercambio entre ambos es ya metabolismo, incluso infección, enfermedad… Abro la ventana. Mi casa fuma… Es cierto: la vida necesita de un adentro. Para que algo viva es necesario que tenga intimidad…
La muerte asediada ~ Todo nos da la vida; todo, menos la muerte. Hasta el crimen, el dolor y la desdicha vienen de la vida. De la muerte, en cambio, no nos llega nada, ni siquiera la muerte misma.
Decir que la muerte nos da la muerte es un exceso. La muerte no nos da nada. Y ni siquiera nos quita nada. Es pura inercia…
La muerte no es, por más que ocurra… Y ocurre como una ausencia rodeada —y más, asediada— por la vida.
Los deudos rodean un féretro para señalar que en su centro anida el vacío, pero decir que el vacío precede al círculo es tan absurdo como decir que un cañón se hace forrando de hierro un hoyo…
Lo que hay es vida. Lo que no hay es muerte.
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