La Chinesca: refugio cultural en la frontera norte de México
Por: Gabriel Trujillo Muñoz
A pesar de las adversidades y desafíos de construir una ciudad en el desierto y de transformar un desierto en un próspero valle agrícola, la colonia china de Mexicali continuó prosperando desde principios del siglo XX. Si en 1914 se calculaba una población de 2 000 chinos en la ciudad y el valle de Mexicali, para 1919 ya había más de 11 000 chinos en el valle de Mexicali y en ese mismo año se funda, el primero de noviembre, la Asociación China de Mexicali, teniendo como primer presidente a Wong Ko-Hin y como asesores jurídicos a los licenciados Arturo y Edmundo Guajardo, quienes se dedican a naturalizar a miles de nacionales chinos en Mexicali, ofreciéndoles la posibilidad de trabajo y ciudadanía para que no fueran molestados. Era un negocio que favorecía a los dueños estadounidenses de la Colorado River Land Company como a las autoridades en turno, especialmente durante el gobierno dictatorial (1914-1920) del coronel Esteban Cantú, quien muy a la sorda sacó grandes beneficios de sus negocios con la comunidad china, beneficios que repartió entre sus oficiales más leales, los políticos afines a su gobierno y su familia política.
Sólo hasta la salida del coronel Cantú en 1920 es que el gobierno mexicano comenzó a tomar cartas en el asunto y buscó disminuir y detener la inmigración oriental (china, sobre todo, pero también hindú y japonesa) a Baja California. La Chinesca, nombre con el que se le conocía al barrio chino, era una zona roja para los años veinte del siglo XX, con fumadores de opio y casas de juego, pero también con restaurantes y comercios chinos. Un barrio lleno de intrigas por sus nexos con el contrabando de productos y personas. Sin embargo, desde el punto de vista oficial se veía que Baja California estaba invadida por los chinos y se les acusaba de monopolizar todas las fuentes de riqueza de Mexicali. La Chinesca empezó a verse a través del filtro de una leyenda negra: era zona de vicios, donde se ocultaban en subterráneos multitudes de orientales que sólo salían de noche para no ser detectados.
Para Trinidad Montoya, un pionero de Mexicali, “En sus inicios, la Chinesca era un simple callejón. Ahí estaban las entradas a las vecindades de los chinos. En ella había restaurantes, tiendas, prostíbulos y fumaderos de opio, para uso exclusivo de los propios chinos. Era peligroso andar por esos rumbos. No se les permitía la entrada a los mexicanos. Entonces un chino valía más que un mexicano. Los fumadores no pasaban de ser unas barracas de madera en cuyo interior había camastros, literas, vasijas para la cocción del opio, tubos y pipas para inhalarlo. Eso era La Chinesca: un mundo aparte, otro universo”. Los chinos, como pueblo industrioso y emprendedor, pusieron su empeño en hacer de Mexicali un emporio agrícola. Así, en el valle de Mexicali había trabajo en abundancia para los coolies chinos y la Chinesca era su campamento de descanso, su barrio hecho a imagen y semejanza de los barrios chinos de tantas otras partes del mundo: un conglomerado de callejuelas y comercios, de subterráneos donde miles de chinos se acomodaban para mal vivir mientras lograban ahorrar lo necesario para traer al resto de su familia a estas nuevas tierras, llenas de oportunidades para prosperar.
Para Maurilio Magallón en su libro Breves apuntes sobre Mexicali y sus condiciones comerciales (1922), “la población de Mexicali cuenta aproximadamente con un número de 10,000 habitantes”, todos ellos eran “sanos elementos que cansados de las mil penalidad de nuestras luchas intestinas, vinieron a esta región en busca de un descanso o de un refugio que consideraron seguro para laborar por la subsistencia de sus familias, muchas de las cuales habían perdido a sus padres o hermanos y habían recurrido al pariente más cercano para procurarse un pequeño auxilio y poner fines a las penalidades de la lucha que les envolvía”.
Para Magallón, la enérgica laboriosidad de la comunidad china “demostrada por la mayor parte de estas gentes en el transcurso de cuatro años, coronó con creces sus esfuerzos, ya con una pequeña parcela rural, ya con una no menos pequeña propiedad urbana, tras grandes desvelos y gran pérdida de energías en la intensa lucha del trabajo y bajo el fuego de un sol verdaderamente infernal, y toca a nuestro Gobierno, en mérito de tan denodados luchadores y como un deber de protección a los buenos mexicanos que laboran en los distintos ramos de la actividad humana, difundiendo por acá el amor a la Patria, impartirles como premio a su constancia el bien de una ley que se traduzca en ayuda eficaz y que fortalezca los cimientos de una región que, como buenos mexicanos supieron construir, y alejando así todo temor de nuevos trastornos interiores, ocasionados tantas veces por la falta de garantías y por un agudo malestar económico. La tranquila vida de nuestro pueblo no se distraerá en odiosas consideraciones sobre los numerosos extranjeros que al amparo de las leyes y concesiones de pasadas épocas, vinieron al campo de las actividades de nuestro país y cuya actuación amerita un estudio detenido, a fin de examinar las leyes ya dictadas y de definir la verdadera situación del elemento extranjero y sus deberes y su radio de acción, haciendo desaparecer las malas voluntades y el temor en una posible fricción o un trastorno en la futuro”. Así, en el valle de Mexicali había trabajo en abundancia para los coolies chinos y la Chinesca era su campamento de descanso, su barrio hecho a imagen y semejanza de los barrios de su tierra de origen: un conglomerado de callejuelas y comercios, de subterráneos donde miles de chinos se acomodaban para mal vivir mientras lograban ahorrar lo necesario para traer al resto de su familia a estas nuevas tierras, llenas de oportunidades para prosperar.
La Chinesca tuvo un gran auge durante el periodo denominado de la ley seca o también llamado la época de los casinos (que abarca de 1919 a 1935), cuando el turismo estadounidense invadió Mexicali para beber a raudales y divertirse con algarabía y desenfreno. La Chinesca fue el centro de la diversión nocturna, ya que estaba entrando a México en cuanto se cruzaba la aduana fronteriza. La Chinesca era todo un polo de desarrollo económico y comercial, por lo que pronto surgieron asociaciones chinas de apoyo comunitario, estos organismos ofrecían diversos servicios a sus agremiados, desde asesoría legal hasta escuelas, desde atención en caso de enfermedades o de ancianidad, incluso pagando los servicios financieros o el apoyo para traer a otros parientes desde sus hogares en China. Con los años se convirtió en el corazón mismo de la ciudad de Mexicali. Por ella pasaban la vida comunitaria y pronto, los propios chinos residentes en la capital de Baja California, ofrecieron a los bajacalifornianos sus artes y su cultura. Basten los ejemplos de Mariano Ma, el padre de la comida china regional, y Eduardo Auyón, pintor y embajador de las artes de China en México.
Para los tiempos de la Segunda Guerra Mundial, esta comunidad asiática decidió orientar sus actividades productivas exclusivamente en el comercio, y mantener su centro de trabajo comunitario en el barrio de la Chinesca. Desde allí sostuvieron su perfil cultural como un acto de equilibrio: dando importancia a sus propios rasgos de cultura oriental y, al mismo tiempo, uniendo tales rasgos con los de la identidad propia de la cultura mexicana fronteriza por medio de una convivencia con el resto de la sociedad mexicalense. Y lo hicieron a través de sus tiendas de barrio, sus restaurantes de comida china, sus inversiones en el comercio local y su participación entusiasta en cuanto festejo cívico había por estas tierras. La danza del dragón y los conjuntos de música china han prevalecido sobre cualquier gesto de desconfianza hacia esta comunidad.
Pronto, desde su llegada a principios del siglo pasado, los chinos crearon lazos de unión con la cultura nacional. Se les respetó por sus contribuciones a la convivencia comunitaria, a la vida social de nuestro pueblo. Por eso, la xenofobia contra ellos fue disminuyendo durante el transcurso del siglo XX, impidiendo que los grupos nacionalistas, especialmente los del periodo del Maximato callista, llegaran a repercutir en esta frontera. Es sintomático que ahora, cuando se rescata su historia como parte de la historia bajacaliforniana, haya cronistas locales que se han propuesto desdeñar sus aportaciones a nuestra cultura, negar su importancia histórica en el desarrollo de nuestra entidad y, sobre todo, minimizar su participación como pioneros de Mexicali, olvidando que la construcción de una sociedad de frontera como la nuestra se hizo con la labor conjunta de muchos pueblos y de gente venida de todas partes de nuestro país y del mundo. Edificar en el desierto fue trabajo de jornaleros y obreros que, a pesar de hablar diferentes idiomas, lograron superar los muros de la incomprensión e impulsar el desarrollo de canales de riego, campos de cultivo, fábricas, silos de almacenaje, caminos y vías férreas, entre los muchos milagros que nos legaron.
En todo caso, la comunidad china es, ciertamente, un ejemplo a seguir: el de un grupo extranjero que logró hacerse nativo contra todo pronóstico. Su lucha por permanecer, por perdurar sin dejar de lado sus peculiaridades, su sensibilidad artística y mercantil, hoy es parte fundamental del espíritu fronterizo mexicano. Mientras en otras partes de México eran objeto de abusos y masacres, en la Chinesca los hijos del lejano oriente encontraron un sitio para levantarse de nuevo, un lugar para arraigarse y prosperar. ¿O quién se atreve, en este siglo XXI, a ponerlo en duda?
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