El territorio de la fantasía

Por: Ernesto Priani Saisó
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¿Pero qué tan claro es que todas nuestras fantasías tienen un origen perceptual y los “cuerpos fantásticos” se forman directamente de lo que acontece en el mundo? Aristóteles ya había observado que nuestras fantasías tienen como fuente nuestra percepción. En un pasaje de Sobre el alma (3, 3 427a) citado ya infinidad de veces, el estagirita dice: “La imaginación es, a su vez, algo distinto tanto de la sensación como del pensamiento. Es cierto que de no haber sensación no hay imaginación y sin ésta no es posible la actividad de enjuiciar”.
La versión en español del pasaje utiliza la palabra imaginación para traducir el término aristotélico phantasia de donde, por supuesto, proviene nuestra palabra ‘fantasía’. La distinción entre ‘fantasía’ e ‘imaginación’ no siempre ha sido clara. Imaginatio en principiofue la traducción latina del concepto aristotélico, pero la filosofía estoica romana terminó por incorporar ambos conceptos para distinguir dos procesos psíquicos distintos: el de la formación de las imágenes (imaginación) y el de la manipulación de estas (fantasía). Esa diferencia, sin embargo, no ha sobrevivido históricamente. Hoy, ‘imaginación’ y ‘fantasía’ son términos intercambiables la mayor parte de las veces, y así los usaré aquí.
Por ahora sólo veamos que con el término phantasia, Aristóteles introduce una diferencia entre el proceso por el cual las imágenes aparecen en nosotros, de los procesos de sentir y de juzgar con los que formaría una cadena. Así, por la percepción se producen sensaciones desde donde se generarán los contenidos de la fantasía y esta, a su vez, produciría las imágenes que servirán para el juicio. El camino que sigue Aristóteles tiene un interés epistemológico, pues tiene la intención de entender cómo, desde las cosas mismas se puede avanzar hacia los enunciados verdaderos sobre ellas. La cuestión es que, al andar por él, el estagirita dará con un territorio que resultará, por decir lo menos, demasiado fértil.
Phantasia en griego deriva del verbo phanrazó que significa “hacer aparecer”. Con ella se hace referencia al fenómeno de experimentar la aparición de una imagen en nuestra cabeza, como cuando alguien dice: “su auto”, para referirse al coche de un amigo, y somos capaces de “ver” interiormente a qué modelo de auto se refiere, e incluso si tiene una abolladura y le falta un faro, después de aquella noche en que chocó saliendo de Río Magdalena.
Para Aristóteles la phantasia es “aquello en virtud de lo cual solemos decir que se origina en nosotros una imagen” (Sobre el alma, 3, 3). Sin embargo, como sugiere Dorothea Frede, en esa definición simple quedan agrupadas muchas más cosas que el fenómeno de la aparición de la imagen. Cosas como la capacidad de “experimentar la aparición”, la naturaleza de “aparición misma” y el carácter de “lo que aparece” son cuestiones en las que Aristóteles no incursiona, pero que está ahí. De modo que, circunscritos a la idea de que las imágenes son resultado de la percepción, quedan contenidos muchos problemas. Entre ellos, el de las imágenes que se forman desde otras imágenes, como esos monstruos del mar retratados por dibujantes que escuchaban atentos el relato de los marinos al arribar a puerto, pero que en realidad nunca habían mirado.
Por supuesto Aristóteles, en la diáfana claridad de la Atenas clásica, buscaba algo muy concreto: establecer los bordes de un territorio. Sin embargo, lo que produjo fue introducir todo un nuevo género de problemas sobre la forma en que los hombres percibimos y pensamos. La idea de que toda imagen tiene su origen en la percepción y que a ella debemos referir su forma, es el principio que demarca dos distintas operaciones del alma y que a su vez encadena la percepción con el juicio. Pero esa demarcación sirve para ver hoy la complejidad que se encuentra dentro de ella. Fenómenos a los que nos enfrentamos en nuestra experiencia particular y cotidiana, deben ser explicados más allá del hecho de que la percepción permite la producción de imágenes y estas a la vez los juicios. El territorio definido por Aristóteles fue descubriéndose, con el paso del tiempo, como compuesto por una naturaleza tal que parece no ceñirse a lo que la percepción y el juicio le proporcionan y le exigen, sino ser tan fecunda como para ser ella misma no sólo independiente, sino incluso influir en la percepción y el juicio.
Este artículo forma parte de una serie sobre la fantasía.
Texto anterior: https://artefactodeletras.com/imagina-un-mago/
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