Alfonso Reyes y la conciencia poética: el sueño de volver

Por: Beatriz Saavedra Gastelum

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La poesía de Alfonso Reyes es un retorno constante, un sueño recurrente que busca capturar la conciencia del instante poético. En su obra, el tiempo no es lineal, sino una sucesión de vacíos y plenitudes que abren espacio a la libertad, como si la poesía fuera un eco perpetuo de la memoria y el olvido.

La experiencia del sueño de volver en Reyes es, como diría Schopenhauer, la idea de que “la vida y los sueños eran hojas de un mismo libro, y leerlas en orden es vivir”. En esta concepción, cada poema es un intento de reconstrucción del tiempo, pero no de manera fija o predecible, sino a través de una estructura móvil y abierta que permite la superposición de pasado, presente y futuro. El sueño no es evasión ni simple divagación del inconsciente, sino una búsqueda de sentido, un tránsito entre lo efímero y lo eterno.

El concepto de vacío  es clave para entender su conciencia poética. Puede parecer paradójico afirmar que el vacío es germen de libertad, pero, como señala Gilles Deleuze al interpretar el atomismo de Epicuro, el vacío es lo que permite la desviación mínima, el clinamen, ese impulso que genera el movimiento del pensamiento.

Reyes parece intuir esta idea en su tratamiento del tiempo y la poesía. El tiempo sucesivo, al fluir de manera homogénea, se vuelve una corriente uniforme, pero en los momentos de fractura—en el miedo, el silencio, el sueño—se revela un espacio para la posibilidad y la creación. En su poema Pesadilla , vemos cómo esta idea se manifiesta en la imagen de un tiempo fragmentado y espectral, donde los recuerdos y los fantasmas se confunden:

“Por esas casas que visito en sueños,

confusas galerías y salones,

escalinatas donde vaga el miedo

y ruedan las tinieblas en temblores…”

Aquí, el sueño es el ámbito donde la memoria y la conciencia poética se entrelazan, donde el tiempo se pliega sobre sí mismo y permite al poeta intuir su propia existencia en Múltiples dimensiones.

La idea del sueño, entonces, se conecta con una tradición filosófica y literaria que va desde Heráclito hasta Borges. En la obra de Borges, la idea de la regresión infinita y la repetición del tiempo es una constante; en Reyes, el sueño es una estructura que permite contener el pasado y el destino en un mismo instante. Como señala Borges: “El hombre es lo que recuerda”, y Goethe complementa: “Lo que se olvida, se pierde”.

Para Reyes, el sueño no es solo un fenómeno personal, sino una construcción literaria en la que se conjugan parábola, memoria y símbolo. Este juego entre la evocación y el olvido, entre el deseo de regresar y la imposibilidad de hacerlo plenamente, estructura su conciencia poética. Como en el concepto borgiano del laberinto, cada sueño de volver es también un nuevo inicio, un eterno retorno en el que la poesía no es solo palabra, sino revelación del instante, vislumbra que el lenguaje, más que una simple herramienta de comunicación, es el espacio donde el tiempo y la conciencia se entrelazan. En su obra, el sueño no es solo descanso ni evasión, sino un instrumento de conocimiento, un territorio donde se conjugan historia, mito y creación poética.

Alfonso Reyes busca en la existencia la savia que fundamos en el camino oportuno de la eternidad, rescatando todos los intervalos de la vida y armonizándolos en una imagen culminante. Su poesía es una construcción de sentido, una forma de dar consistencia verbal a la realidad, como señala Paul Ricoeur al decir que “ejercer el oficio de hombre equivale a dar consistencia verbal a la realidad” .

En Reyes, mitos y logos no son opuestos, sino expresiones complementarias del conocimiento humano, caminos distintos para desentrañar el misterio de la existencia. Su poesía es una confirmación de esa búsqueda: el sueño, la palabra y la conciencia se entrelazan para revelar, en su fulgor efímero, una verdad más profunda.

Así, en la idea original del principio, como decía Schopenhauer, “la vida y los sueños eran hojas de un mismo libro, y leerlas en orden es vivir”. Para Reyes, soñar y escribir son actos inseparables, fragmentos de un mismo esfuerzo por comprender el mundo. Su poesía, en ese sentido, no es solo palabra, sino visión y revelación, un sueño eterno donde la memoria y el lenguaje crean la única forma posible de eternidad.

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