“Trasterrado”, sin embargo, se llamó a sí mismo el filósofo José Gaos para no identificarse con el antiguo “desterrado”, a pesar de haber sido expulsado del paraíso terrenal que resguardaba en la memoria. “Trans-terrado”, como en la vieja raíz de la palabra “traducir”, “trans-ducere” (i.e., conducir del otro lado), como árbol transportado vivo y entero más allá de las aguas, porque había logrado sobrevivir a pesar de haber sido despojado de su tierra; a pesar de haber sido “des-enraizado”; a pesar de haber sido embarcado con las raíces casi desnudas y sin nutrientes, con la esperanza de poder ser sembrado en nueva tierra y lograr florecer y dar fruto otra vez y, por tanto, no había sido “desterrado” como un destino fatal. Pero el filósofo, a pesar del dolor brutal de la expulsión; a pesar de las heridas y las derrotas; a pesar del “éxodo y del llanto” que nombrara su compañero poeta; a pesar de haber comido el “pan amargo del destierro” como dijera Dante; al igual que un árbol “trans-plantado” llegó a un nuevo continente, tuvo la tierra para hundir de nuevo sus raíces; fue plantado otra vez; se afincó, germinó nuevos brotes, floreció y dio fruto y fue cobijo y sombra para los suyos y para los ajenos. Por eso el filósofo, sabiendo como le enseñó su maestro Heidegger que en el nombrar radica la fundamentación de los seres, reflexionó hondamente y concluyó que era necesaria otra palabra para expresar su vivencia y la de los suyos. Por eso, acuñó el vocablo “trasterrado”.