Desidia

Por: Marcos Límenes
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El flaco que se encuentra de pie a la izquierda, con una lanza en la mano, ese soy yo. Sobra decirlo porque en mi aldea no hay gordos, nunca los ha habido, pues vivimos de lo que cazamos y eso no ocurre muy seguido. En particular esta temporada ha estado floja y los estragos ya se dejan sentir, sobre todo, entre los niños y los ancianos. Estos últimos nos echan la culpa y nos llaman flojos. Nos dicen que carecemos de espíritu emprendedor, que prestamos oídos sordos a los ancestros que nos heredaron el coraje y todo el know how para atrapar una presa.
Preferiría que me asignaran una pared de la cueva para pintar unos bisontes -fui asistente de un viejo que me enseñó cómo trazar las líneas necesarias valiéndome de las sombras generadas por las antorchas- pero con el hambre que traigo me saldrían más bien unos bifes con patas.
Tengo claro que no me voy a poder zafar, y ya escucho las palabras del viejo:
Permaneceré despierto, por ti y los demás, cuidaré el fuego, cuestionaré a las estrellas, pegaré los trastos rotos, sanaré las heridas. Yo también tuve miedo y rehuí el olor de la sangre, temí convertirme en presa antes que en cazador. ETREUM Y ADIV NARINU ES ANAÑAM.
Concéntrate en el olfato, identifica los olores que te rodean, el tuyo propio. Huele el humo, ubica su fuente, las ramas del oyamel, los restos de comida. Aspira el olor de las sandalias en contacto con tus pies, identifica el cuero del animal con las que fueron elaboradas; el olor de mis sobacos a mandioca fermentada, aspira los orines vertidos hace unas horas por perros y gatos, por ti y por mí. Trata de penetrar con tu mirada la oscuridad de la cueva ¿Qué es lo que ves? ¿Algo se mueve en su interior? Es el cielo mismo, todas las estrellas encerradas en este rincón, el tiempo infinito que llega puntual a la cita, siempre. Toca la arena que pisas, siente como corre entre tus dedos, ve la huella que deja tu pie desnudo. Observa la punta de tu lanza, presiónala contra tu vientre, percibe el dolor que sentirá tu presa.
Todo eso suena muy bonito pero a la hora de la hora quien tiene que actuar soy yo y si el viejo posee tanta sabiduría –y hasta los poderes que dice tener- pues ¿por qué no convierte las piedras en alimento?
Ha llegado la hora de partir, yo solo contra el mundo. La vida de los míos depende, ciertamente, de mi éxito o fracaso. ¿Por qué no habré nacido niña? Tengo hambre.
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