Poesía mexicana y maternidad

Por: Alejandro Hagashi
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Por supuesto, hay una larga tradición en la poesía mexicana que se refiere a la maternidad. En la poesía decimonónica que circuló en periódicos y revistas, con una función pedagógica o de circunstancias, la importancia social y política de la figura materna fue neutralizada por un patriarcado que hizo de la maternidad algo trivial (igual que había trivializado el embarazo y lo había arrinconado al ámbito de lo doméstico) y acusó a la poesía que se escribía sobre ese tema de ingenua y sentimental. Como resultado, rápidamente se consiguió que las pocas escritoras profesionales que iban surgiendo en la primera mitad del siglo xx renegaran de ella. Recordemos que cuando Margarita Paz Paredes tocó el tema en A veces llora el hombre (1948), lo hizo desde la perspectiva de la envidia del útero del varón ante su discapacidad gestante; para Enriqueta Ochoa, en Las urgencias de un Dios (1950), la maternidad fue una alegoría de la creación artística. Jaime Sabines habló de la gestación muy tímidamente en Tarumba (1956), pero desde la perspectiva que le era más familiar, la paternidad.
Los poemas donde la madre era ejemplo de sacrificio, como una forma de perpetuar los patrones de control y sumisión del patriarcado, habían quedado muy atrás; pienso en “Cuarto menguante” (1896), de Laura Méndez de Cuenca; y más bien cedían el paso a una ruptura drástica con el pacto patriarcal, como “Se habla de Gabriel” (1972), de Rosario Castellanos, con versos que revisaban críticamente la visión idílica de la maternidad, tan conveniente para el patriarcado: “Como todos los huéspedes mi hijo me estorbaba / ocupando un lugar que era mi lugar, / existiendo a deshora, / haciéndome partir en dos cada bocado”. Otras autoras, como Paula de Allende, exploraron la identidad del sujeto femenino como parte de una genealogía a través de un par de poemas extensos, “Retrato de mi abuela o crónica de un recuerdo” y “Amorosa raíz”, dedicado a su madre, publicados ambos en Puerto de abrigo (1976).
En Los dedos de mi mano (1958), su primer libro publicado en México, Alaíde Foppa tomó una decisión artística contraria a la que había marcado a las escritoras mexicanas hasta entonces. Como señalan Diana del Ángel y Alejandro Palma en la introducción a su edición de Las palabras y el tiempo (Malpaís, 2018), “Alaíde Foppa trata el tema de la maternidad con emoción, pero apunta también la complejidad que tal relación supone”. Escribir sobre la maternidad tenía algo de acto político y en Los dedos de mi mano Alaíde Foppa reincorporó a la esfera pública un acto esencialmente femenino y transformador como el dar a luz. Los poemas conjugaban sencillez expresiva y anécdotas cotidianas que convencían de su honestidad por la falta de adornos. Lamentablemente, desde la perspectiva de una poesía hegemónica centrada en el lenguaje, malacostumbrada a la pirueta verbal y a la racionalidad patriarcal, Los dedos de mi mano pareció un libro simple, fallido y sensiblero.
Todo lo contario. Este poemario de Alaíde Foppa fue pionero en plantear la experiencia de la maternidad como anulación del yo, centrada en el cuidado. Sin victimizarse, la autora se veía a sí misma como un ser ocupado por otro y que debía estar en control de sus emociones para no violentarlo “mientras crece en secreto / la criatura”, consciente de su ser desplazado: “soy apenas / tu ciega morada / transitoria”. Para la autora, la gestación no se concebía como un acto violento de usurpación (perspectiva típica del heteropatriarcado y que fue en las escritoras un reflejo de su misoginia internalizada), sino como la reconciliación del ser femenino con su identidad gestante; identidad cambiante y fragmentada, pero igualmente esencial.
En la última década, la madre como tema aparece aquí y allá con soluciones muy distintas; en Anamnesis (2016), de Clyo Mendoza, se reconstruye la memoria Ofelia en un entorno familiar que atraviesa por distintos episodios de amor y violencia; en Aspiraciones de la clase media (2018), de Brenda Ríos, la madre es una figura fundamental dentro del esquema de la economía familiar; Perras (2019), de Zel Cabrera, le atribuye un papel totémico en el rubro de la identidad del género; Lengua materna (2020), de Yelitza Ruiz, es un meticuloso estudio de las redes genealógicas tendidas por las mujeres en su familia y de las distintas herencias que han aportado; Serie de circunstancias posibles en torno a una mujer mexicana trabajadora (2021), de Yolanda Segura, expone la violencia sistemática con la que generaciones de mujeres ingresan al campo laboral; Bitácora de mis entrañas (2022), de Claudia Sandoval, trata los entretelones del aborto; “Herencia electiva”, publicado en Planetas habitables (2022), de Elisa Díaz Castello, revisa la influencia de los linajes femeninos en su propia identidad; Jessica Anaid denuncia la violencia obstétrica que prevalece en la medicina patriarcal en Innecesárea (2023) y en Lengua hierba (2023), Diana del Ángel habla de la necesidad de extender el vínculo genealógico a la sociedad, para restituir esa idea comunitaria de maternidad de la que la modernidad nos ha privado.
El tema no se agota, pese a la originalidad que se despliega con cada iniciativa. Zel Cabrera, por ejemplo, destaca el vínculo menstrual (“Madre sangraba, / soy su sangre, / la madre de mi madre / sangraba”) y Claudia Sandoval, la empatía (“Me parezco a todas las mujeres / de mi familia / y ellas se parecen a mí”). En ocasiones, el vínculo con la genealogía materna es sumamente conflictivo y se retrata desde el horror que provoca la gestación, como sucede en dos obras de Esther M. García, “La embarazada solitaria”, publicada en Bitácora de mujeres extrañas (2014), o desde el maltrato infantil, como en Mamá es un animal negro que va de largo por las alcobas blancas (2017). En Ensayos para una historia de economía doméstica (2023), de Eva Castañeda, la figura de la madre le inculca a la hija la importancia de las condiciones materiales para el ejercicio de la autonomía, pero simultáneamente es quien primero le recuerda que en su separación le vieron “la cara de tonta”.
Probablemente ninguno de estos enfoques nos resulte familiar al hablar de la figura materna en poesía. No debería extrañarnos: la poesía mexicana contemporánea está aquí para hacernos pensar en nuestra realidad con una perspectiva problemática, no para repetir las mismas ideas de siempre.
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Al hilo de los viajes y los descubrimientos, el cuarto de maravillas aparece en el Renacimiento para guardar y exhibir objetos nuevos, singulares o desconocidos del mundo. Este cuarto de maravillas es virtual y está limitado a rarezas de la poesía mexicana.
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