Sobre la naturaleza de los sueños de Hugo Hiriart [1]

Por: Adolfo Castañón
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No parece fortuito que S. T. Coleridge sitúe en la columna vertebral de su Biographia literaria el tema de la asociación y de sus leyes, pues él sabrá edificar ese peculiar platonismo de la imaginación poética que es el suyo. No es tampoco un capricho que William James conceda un papel moderadamente periférico al asunto en sus Principios de psicología. No parece, desde luego, una distracción que el novelista y dramaturgo Hugo Hiriart esquive, con metódica circunspección, el caudal de erudición y referencias que podrían apurarse sobre el tema en su ensayo Sobre la naturaleza de los sueños, en cuyo título resuenan tantos clásicos. Si la sintaxis es capaz de restituir, al menos fragmentariamente, el rostro interior del hombre, entonces las leyes de la asociación asimilan las leyes que gobiernan los sueños y su mundo, ¿no sabrían rendir el secreto, la clave mayor de una identidad? Sobre la naturaleza de los sueños sabrá decepcionar al cerebro ingenuo en busca de fácil profecía. Acaso incluso decepcione al lector de Coleridge y a los abogados de la imaginación y la phantasia soberanas, a pesar de que Hiriart declare: “Nuestro interés se mueve, a partes iguales, en el corazón humano y en los géneros literarios. Nosotros consideramos a los sueños, al describirlos, una invención artística que nace del trabajo espontáneo de nuestra imaginación”. Dejemos de lado, por el momento, la contradicción aparente entre arte y espontaneidad. Retengamos que trabajo e invención son voces que nos invitan a leer esta obra o bien como un ensayo artístico o bien como la crítica de un ensayo artístico. En ese orden de ideas, la verdad que encierra el libro será estética o crítica, es decir de segundo grado. Pero, según todas las apariencias, el libro es las dos cosas: un conjunto de ensayos artísticos (irracionales a veces) seguido y aderezado con observaciones lógicas y sensatas. El libro ha sido escrito por un narrador imperativo que ordena ejercicios y guía al lector, con pedagógica condescendencia y espectacular paciencia, tal un maestro de ceremonias en el circo, un monitor de ejercicios gimnásticos (oníricos aerobics) o un guía con alto parlante en el volátil parque de diversiones en los sueños. Pero a Hiriart, el dramaturgo del pensamiento, el filosófico ceramista de la imaginación y el sueño, le salen bien los delirios, mejor el montaje que el desmontaje de los mecanismos más gruesos del flujo onírico.
Es, entonces, más convincente, más verdadero como soñador artístico que como maestro de la anatomía fantástica. ¿Aporta algo que no supiéramos a las teorías de Aristóteles, Santo Tomás de Aquino, Luis Vives, Thomas Hobbes, David Hume, René Descartes, S. T. Coleridge, William James, Sigmund Freud, C. G. Jung o Ferenczi? ¿Pone en crisis las conjeturas orgánicas de Rudolf Steiner? Si él elude la cuestión ¿cómo situarlo ante el surrealismo en forma nítida y explícita? Hugo Hiriart escribe ciertos sueños desbocados literariamente (p. 202-206) no exentos de infeccioso y magnético interés. Pero ¿no sueña que despierta, del mismo modo en que el lector sueña que lee los sueños de alguien que sueña que escribe una reseña? En todo caso, concedamos que estos lúcidos ejercicios no hacen dormir y la Reina Neurona y su cortejo son sometidos con éxito al escrutinio indiscreto —claroscuro de arte y filosofía— de un espejo en prosa.
[1] Era, México, 1995.
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