La literatura medieval en la Nueva España

Por: Luis Manuel Reza Maqueo

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El arribo de Cristóbal Colón a América en 1492, las exploraciones posteriores de los conquistadores, la incursión de Hernán Cortés a México en 1519, la caída de Tenochtitlán en 1521, el sometimiento de los pueblos mesoamericanos y la fundación del virreinato de la Nueva España en 1535, coinciden históricamente con el fin de la Edad Media y el inicio del Renacimiento.

            Hasta entonces, la producción editorial europea se limitaba, casi exclusivamente, a los libros conocidos como manuscritos iluminados, elaborados artesanalmente por monjes. Los monasterios disponían de talleres con mobiliario y equipo especializado en grandes salas llamadas scriptoriums. Los textos, a dos columnas, se acompañaban con ilustraciones y cenefas de colores que a veces incluían pinturas hechas con oro o plata. Los capítulos solían iniciar con mayúsculas de tamaño ampliado y vistosas decoraciones. Los monasterios, precursores de las imprentas, publicaban textos sobre filosofía moral y religión: biblias, catecismos, sacramentarios y los devocionarios, conocidos como salterios y libros de horas. Excepcionalmente trataban sobre otros temas como poesía o historias clásicas.

            Muy características de esa época son las hagiografías o vidas de santos, cuyo mejor ejemplo se encuentra en la Leyenda Áurea, una recopilación de ciento ochenta biografías realizada por Jacobus de Voragine en la segunda mitad del siglo XIII. Se reprodujeron miles de ejemplares de esta obra, la cual, además de catequizar, sirvió como inspiración a grandes pintores del medievo y el renacimiento. Sus páginas narran los casos más emblemáticos del martirologio católico, como el desollamiento en vida de san Bartolomé, la decapitación de santa Bárbara, cuyo padre, antes de entregarla a las autoridades romanas, la mantenía encerrada en una torre para evitar influencias cristianas, y el tormento de san Sebastián, un centurión del emperador Diocleciano convertido al cristianismo, que fue descubierto y lacerado por las flechas de un pelotón de arqueros y, al ratificar su fe tras el tormento, fue azotado hasta morir.

            Mención especial merecen los bestiarios, unos catálogos ilustrados de animales exóticos ligados a emociones o cuestiones morales, algunos reales y otros surgidos de mitos y leyendas. Esta paradójica expresión de paganismo avalado por la Santa Inquisición tiene como antípodas al unicornio, que representa la pureza y la virginidad, y al dragón, que en todas sus modalidades se asociaba a lo demoniaco. La mención de tales seres fantásticos en esos libros era suficiente para conferirles credibilidad. También sirvió para que algunos comerciantes bribones hicieran grandes negocios vendiendo cuernos de unicornio, que en realidad eran picos de narval, un cetáceo del Océano Atlántico con una prolongación frontal ósea similar a la del marlín y la del pez espada. Esas preciadas piezas llegaron a formar parte de colecciones en templos, abadías y sedes de la realeza. En la Casa de Austria, en Viena, permanecen dos objetos catalogados como inalienables, es decir, que deben quedar en manos de la dinastía de los Hasburgo, por lo que no pueden venderse ni regalarse. Uno es una cuenca de ágata que se creía que era el Santo Grial, la copa utilizada por Cristo en la Última Cena; el otro es el ainkhürn, un largo pico de narval que durante varios siglos fue tomado por reliquia de un unicornio.

            En la España medieval dominaron tres grandes escuelas literarias llamadas mesteres, concepto derivado de oficios en latín:

– Mester de clerecía. Era un género culto, consistente en estrofas con rima consonante y cuatro versos de catorce sílabas, conocidos como alejandrinos. Eran creados por clérigos, con fines formativos y moralizantes, frecuentemente versaban sobre temas religiosos y hechos heroicos. Regularmente se daba crédito a sus autores, entre los que destacan Gonzalo de Berceo, con Los milagros de Nuestra Señora, y el Arcipreste de Hita, con El libro del buen amor.

– Mester de juglaría. Composiciones también en verso, pero con menos rigor en cuanto a métrica y rima, se declamaban por juglares en las plazas públicas con fines de entretenimiento. Eran principalmente narraciones anónimas de contenido épico llamadas cantares de gesta, ejemplificadas por el Cantar del Mío Cid.

– Mester de cortesía. Obras generadas en las cortes y destinadas a la nobleza y la aristocracia. A diferencia de los géneros anteriores, se trataba de composiciones en prosa con fines didácticos. Un texto ilustrativo es El conde Lucanor, compuesto por cincuenta y un cuentos de contenido moralizante, escrito por el infante don Juan Manuel, sobrino de Alfonso el Sabio.

De esas tres grandes tendencias quedan como testimonio algunos ejemplares sobrevivientes de los manuscritos iluminados.

            A mediados del siglo XV, el genio alemán Johannes Gutenberg, a partir de la impresión mediante planchas de madera y cobre, creó la imprenta de tipos móviles metálicos, que posibilitaba el tiraje de libros en serie, hasta entonces copiados manualmente. Su motivación era editar un ejemplar de la Biblia, objetivo que logró en 1455. Así pasó a la historia como el inventor de la imprenta, y la llamada Biblia de Gutenberg es a menudo citada como el primer libro impreso con esa tecnología. Tal atribución, sin embargo, es inexacta, el mérito corresponde realmente a la Antología de enseñanzas zen de los grandes maestros budistas, también llamada Jikji elaborada por el monje Baegun Hwasang en el templo de Heungdeok-sa de la ciudad de Cheongju, en Corea del Sur, ochenta años antes de la creación de Gutemberg. Siddharta Gautama, quien vivió cinco siglos antes de la Era Cristiana, nuevamente se anticipó a Jesús de Nazaret.

            Con la popularización de aquel invento, también nació el periodismo, que tenía como antecedente la difusión de hojas sueltas. Cuando las tropas españolas se desplegaban en América, Europa comenzaba a familiarizarse con palabras como gaceta, weekly, news, journal y post.  La revolución de la comunicación que en ese momento generó la imprenta, fue equivalente a la que hoy protagoniza la red global de internet. La proliferación de imprentas y publicaciones representaba un reto al control de la Santa Inquisición pues así como se incrementaba la reproducción de biblias católicas, se facilitó la difusión de las noventa y cinco tesis de Martín Lutero, documento que dio origen a la división de la Iglesia de Roma y la proliferación de credos cristianos que se extiende hasta la época actual.

            Se denomina incunables a todos los libros publicados en Europa durante la segunda mitad del siglo XV, siendo la Biblia de Gutenberg el primero de la serie. España cuenta con un catálogo de más de dieciséis mil ejemplares impresos en ese país. A los editados entre 1501 y 1520, que presentan características similares, se les conoce como post-incunables. Si bien el tema predominante en esos escritos sigue siendo la religión, la nueva imprenta sirvió de plataforma para otros géneros como la literatura artúrica, que en España trascendió como Novela de Caballerías.

            Entre los primeros libros que arribaron al antiguo México, además de biblias y catecismos, seguramente venían algunos cantares de gesta, poesía y novelas, tal como sugería Fray Antonio de Guevara. El cronista de la corte de Carlos V, en su puntual e irónica obra Arte de marear y de los inventores de ella: con muchos avisos para los que navengan en ellas, publicada en 1539, enlistaba una serie de recomendaciones para quienes se iban a embarcar en galeras, una de las cuales trataba, precisamente, sobre la necesidad de viajar con libros de entretenimiento, además de los religiosos: “Para el pasajero que presume de ser cuerdo y honrado, compre algunos libros sabrosos y unas horas devotas, porque de tres ejercicios que hay en la mar, a saber, el jugar, el parlar y el leer, el más provechoso y el menos dañoso es el leer”.  

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