Por: Adolfo Castañón
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A Marcela y Bernarda
¿Qué es la novela histórica? ¿Cuál es la diferencia entre la ficción que aspira a la objetividad en el relato histórico y la fábula que busca rescribir ese mismo relato? ¿Es posible separar la comedia de las ideas del teatro de los acontecimientos? Si la novela es un espejo que se pasea por el mundo y lo refleja, ¿la novela histórica es tan sólo paseo por el tiempo, un pasatiempo gratuito e irresponsable? O, por el contrario, ¿existe una responsabilidad en la memoria y quienes recuerdan, quienes han decidido salvar el tiempo perdido —como los novelistas— a través de la pérdida del tiempo, del pasatiempo de la palabra están marcados, llevan en la frente el estigma, la estrella del compromiso? Y si en verdad existe esa responsabilidad ¿cuál es su misión? ¿Se limita a recordar con nitidez, o la vocación del artista de la palabra va más allá de esa purificación y se define más bien en función de un abismo, de esa paradoja que consiste en abrir la gravedad y eternidad del lenguaje a la ligereza, a la frivolidad incluso de una letra divertida, de una palabra dicha o escrita para salvar el tiempo desde el pasatiempo?
Estas y otras preguntas vienen a la mente con la lectura de Rasero la primera novela publicada de Francisco Rebolledo, escritor mexicano nacido en 1950, es decir un hijo del fin de siglo americano marcado por las bengalas del 68. La crítica y la Revolución, en efecto, nutren con su materia prima esta fábula. Sin embargo, no se encontrarán flores en el pelo sino pelucas. No la música eléctrica sino la de Mozart, no el desocupado Hombre unidimensional de Ludwig Marcuse sino los ociosos ilustrados que fueron, después de todo, como Madame de Pompadeour, el público que supo aplaudir el ocaso del Mundo Antiguo. No se encontrarán, en fin, guerrilleros como el Guevara argentino sino jacobinos como el parisiense Robespierre.
Si bien ha cambiado el guardarropa no por ello deja de recorrer la novela el fantasma iluminado y deseante de la crítica, los demonios de la Revolución que hacen entrever un porvenir acaso diferente, acaso no. ¿Es posible pensar en un futuro mejor? se pregunta el mismo Rasero ¿es posible imaginar una edad dorada de la Revolución, idealizar el nacimiento de la crítica a la idealización? Nunca como en Rasero dar razón de los sueños es dar cuenta soñada de los sueños de la razón.
Pero el discreto encanto del tiempo perdido ¿no estriba precisamente en los sutiles vasos comunicantes, en el diálogo y el contraste de dos épocas que se afinan e interpelan? Una de esas arterias comunicativas es, por supuesto, la de la libertad.
La libertad de pensamiento, la libertad de costumbres, las amenazas contra la libertad y las luchas por ella son hilos conductores de este novela donde se da un diálogo incesante entre el amor a la libertad y la libertad del amor, entre el sueño de la libertad y la libertad del sueño. Este diálogo es de hecho una de las armazones de la novela, uno de los argumentos que sostienen en vilo leído la fábula de Rasero. El diálogo de la libertad se da como un diálogo entre los tiempos, un coloquio de las historia de la Historia que se cumple como una revelación, un acto de transparencia: una operación apocalíptica. Rasero, ese muchacho y luego hombre nacido en España pero que navega por los canales mundanos de Francia con la naturalidad de un ciudadano del mundo, Rasero se llama Fausto, y como el Mago legendario, es un hombre que mide su saber contra el mundo y que no teme hipotecar el alma —el amor— en aras del conocimiento demoníaco, es decir en aras del saber délfico del hombre sobre sí mismo. Las visiones del porvenir que Rasero tiene cuando accede al orgasmo, las ventanas que le abre a su historia el cuerpo abierto al amor sugieren entonces hasta qué punto puede resultar subversivo el conocimiento de la historia inspirado por la gramática amorosa de los cuerpos. No en balde los filósofos, les philosophes, supieron unir la edición, la sedición y la seducción; no en balde los abogados de la libertad fueron también libertinos. El gran fresco narrativo del siglo xviii francés que presenta esta faústica novela arranca entonces como una empresa filosófica, es decir como una aventura del saber. Sin embargo, cabe resaltar que esa aventura se cumple en Rasero como un viaje interior ya que el encantador y erudito ágrafo, al estrechar el cuerpo, abraza la historia y eleva el combate amoroso al plano de un saber sobre la guerra que pasa por el conocimiento augural de la ciudad y de la política. Rasero, ese mago que se anticipa las ilusiones perdidas de la utopía, ese filósofo que es también y sobre todo un artista del arte de vivir, es un hombre movido por la memoria del porvenir, por el principio de esperanza que significa acceder al secreto del eterno retorno que, más allá del baile de disfraces, se cumple en la historia. No sobra decir que Rasero es una novela misteriosa. Desde luego se podría leer como una novela histórica más o menos tradicional, digamos un librito híbrido de Andre Maurois y Diltheg o de Alejo Carpentier y Michele Vovelle. Con ser eso, es algo más, pues Rasero es un libro de viajes en el tiempo que lleva a preguntarse si, al igual que su personaje, Fausto Rasero, Francisco Rebolledo no es en realidad un hombre que ha ejercido el peligroso oficio de recordar sus vidas pasadas. Peligroso y amoroso pues sólo un escritor profundamente enamorado de las formas históricas, sólo un artista emotivo y cordialmente comprometido con las raíces de la ciudad sabría recrear para nosotros el olor, el sabor, el paisaje de una época; sólo un lector que ha dialogado intensamente con los difuntos sabría evocar con tanta y tan vívida exactitud a Diderot, D’Alembert, Voltaire, Lavoisier, Robespierre, Du Bouchet, Mozart, Danton y Goya; con tanta y tan hechicera exactitud a sus mujeres, el perfume de aquellas gloriosas carnes, la presencia real del eros difunto. Subsistirá una duda, ¿Rebolledo es un novelista o es un Rasero, un hombre que sabe recordar? ¿Rebolledo es un mago como Cagliostro y el Conde Saint-Germain —a los que por cierto, apenas menciona? ¿O sólo es un enamorado de las conjuras como lo fue Francisco de Miranda, el Casanova venezolano amigo de Diderot al que por cierto tampoco menciona? Por el momento el lector sólo sabría dar una respuesta: la novela Rasero es un gran transparente de la vida pasada en torno a la Ilustración y la Revolución, una prenda o muestra, una probada de ese gentil juicio final prometido por Zaratustra al sostener que toda alegría quiere eternidad. Rasero no sólo merece la lectura;vale la relectura.
Francisco Rebolledo 1950- 2025
[1]Francisco Rebolledo: Rasero. Premio Pegaso de Literatura 1994. Primera Edición Joaquín Mortíz. Segunda Edición Grupo Editorial Vid, México, 1997. Prólogo de Fernando Savater, 553 pp. [La novela ha sido traducida al inglés y al italiano]
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