Vargas Llosa y Hernán Lara Zavala, dos recuerdos

Por: David Noria

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Para Camila

I

Estas líneas no son más que un pequeño testimonio, la respuesta ante la desaparición de dos grandes literatos, acaecidas en el espacio de unos cuantos días: Hernán Lara Zavala (1946-2025) y Mario Vargas Llosa (1936-2025). Los libros de ambos siempre estuvieron a la mano en mi casa. Sus nombres eran sinónimos de profesionales de la escritura; su prosa, remanso de tardes soleadas y despreocupadas en Ciudad de México. Tuve el honor de conocer a ambos brevemente.

            Madrid, fines de 2021. Después de conversar con Andrés del Arenal en la librería “Juan Rulfo” del FCE, me invita “a una fiesta”. Tomamos el bus desde Chamberí hasta el Palacio de Correos. Es un atardecer otoñal de Madrid, rosado y tibio. Entramos al soberbio edificio del Círculo de Bellas Artes. Andrés desaparece un momento, pero antes me dice: toma el elevador hasta el último piso. Apenas se abren las puertas, veo venir hacia mí a tres figuras. Es Mario Vargas Llosa, alto, erguido, traje inglés a la medida y –como lo ha recordado Gustavo Gac Artigas en su noble obituario del peruano– un bastón con chapa de plata, que va marcando su andar con parsimonia. A cada lado, flanqueándolo, un paje. Dudé si ocultarme, tan contundente e inesperada fue la impresión. Pero en seguida resolví hablarle teniéndole la mano.

            –Don Mario, es un honor saludarlo.

            –¿Cómo está? ¿Es mexicano?

            –Sí, colaboro en Letras Libres. (Era la fiesta de la revista)

            –Vivo en Aix-en-Provence.

            –Ah, Francia. Es importante vivir en Francia.

–Gracias, don Mario… (¿“Gracias, don Mario”?, sin duda la perplejidad se había apoderado de mí)

Tras lo cual me lanzó una sonrisa amable y franca –los pajes siempre flanqueándolo—y prosiguió al elevador. “Si así empieza la fiesta…”, dije pasándome la mano por la nuca y arreglándome la corbata.

            De aquellos días en Madrid dejé un poema que tal vez ahora, después de esta pequeña viñeta, cobre otro fondo y otra nostalgia:

Madrid

A un extremo del Retiro

saludé la estatua de Lucifer:

se cae y dos sierpes lo jalan al abismo,

pero aún tiene sus alas.

Otro día volví para hacer la siesta

sobre la cama de hojas rojas y doradas.

España, de puertas abiertas y tertulias.

Miami de los nobles maestros de la lengua,

ciudad abarcable y halagadora, Madrid.

En la sobremesa del Café Gijón se habla de los reyes,

de premios literarios, ferias del libro y arrabales,

cenáculo digno del Españoleto.

Por la noche, en la cima del Círculo de Bellas Artes,

con la ciudad iluminada a los pies,

mientras el Nobel se retira a tiempo,

las editoras maduras seducen a jóvenes novelistas,

ofreciéndoles las dos caras de la gloria.

Quién escribiera narrativa.

La luna se cae sobre el Palacio de Correos.

“Hoy empieza un nuevo ciclo”,

piensa con lo que le queda de juventud.

¿Ser artista para quemarse en los ceniceros de veladas opulentas?

Debe haber algo más.

Desengañados y en silencio,

Goya y Velázquez sólo observan lo que pasa.

II

Mi hermano conoció a Hernán Lara Zavala mucho antes que yo. Quince años antes que yo. Pues andando apenas él por los diez años, participó en una de las presentaciones de la novela de Hernán, Península Península (2008), en la Magdalena Contreras. ¿Cómo participó Sebastián? Bien trajeado y peinado, por supuesto, y recitando de memoria y completo el “Sol de Monterrey” de Alfonso Reyes. Las fotos –mi única prueba, pues yo no estaba ese día– muestran a un Hernán feliz ante el prodigio infantil en una velada amable y literaria. Se ven como dos amigos con 50 años de diferencia.

            Yo busqué a Hernán apenas en 2022 para regalarle un ejemplar de mi libro sobre la historia del español. Me citó en el Sanborns de Plaza Loreto. La inmediata familiaridad con que platicamos, llena de simpatía, humor y ligereza, son difíciles de explicar. Era un carisma de Hernán, su bonhomía. No sé por qué en un momento llegamos al lugar común: Paz o Fuentes. Él defendió a Fuentes. Por mi parte, no me sentía en la necesidad de tomar partido, cosa que acaso lo destanteó un poco, como si estuviéramos jugando y de pronto yo rompiera las reglas con una abstención innecesaria. Creo haberle dicho algo como: “tenemos mano derecha y mano izquierda. Las dos son importantes”. Me doy cuenta de que pudo haber sonado vanamente grave y superficial. Pero el wiski nos llevó a otro tema. No hablaba de sí mismo, ni de su obra, sino de Eliot. Su voz era francamente asombrosa, por grave y melódica, y su figura como de actor de cine. Una hora y media se derritió como los hielos en los vasos. Antes de levantarse con una gran sonrisa, me invitó las rondas de wiski, y nos despedimos: “Avísame cuando vuelvas a México para vernos”, me dijo. Como con mi hermano menor en la foto, así también Hernán me dio la impresión de compartir el secreto de la amistad inmediata. Él amaba la literatura inglesa: acaso estos versos de Thoreau se apliquen a él: “True kindness is a pure divine affinity”.

            Mencioné a Hernán en una reseña del libro de nuestro común amigo Adolfo Castañón, George Steiner: lectura y catarsis. Hernán escribió una aclaración en la sección de comentarios:         

Hernán Lara Zavala October 25, 2022 at 7:19 pm

Gracias, querido David por la mención. No obstante, debo aclararte que yo escuché las conferencias de Steiner no en una sino en varias ocasiones. Durante la época que yo estudié en East Anglia había una suerte de pugna entre los “narratólogos” del tipo Gennet y estructuralistas (que en paz descansen) y los profesores clásicos de la Universidad. Steiner siempre daba sus conferencias sin leer, improvisaba con un énfasis y una sapiencia que impresionaba a los extraños e irritaba a los propios. Tenía una pequeña lesión en un brazo que le impedía moverlo con soltura. No obstante, sus conferencias eran tan brillantes, eruditas, políglotas y convincentes que no cabía duda de que estábamos frente a un gran intelectual. En una de esas ocasiones alguien le preguntó qué opinaba sobre la frecuente comparación entre música y literatura. Su respuesta fue contundente: “la literatura dice, la música es”. Un abrazo y te felicito por tu texto. Hernán. (Estelas de George Steiner – Literal Magazine)  

Así también recordaré a Hernán Lara Zavala, como la música, que no dice, sino que es.

París, 14 de abril de 2025

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