Una página sobre Mario Vargas Llosa

Por: Adolfo Castañón

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El domingo 13 de abril a las 20:10 hrs. me llamó la periodista de La Razón de México Adriana Góchez para pedirme un breve comentario sobre Mario Vargas Llosa, lo transcribo aquí: “Con la muerte de Mario Vargas Llosa, la literatura hispanoamericana está de luto. Se cierra un capítulo de la forma en que las letras y la política dialogaban en el ámbito hispánico y transatlántico. Era ante todo un testigo de lo que sucedía y ocurre en América Latina. Nunca le faltó el sentido del humor, ni tampoco el sentimiento solidario con la tragedia de la historia hispanoamericana y peruana’”. “Aparte de ser un escritor, fue un hombre con una gran dimensión política. Me llama la atención su audacia, su capacidad de ir siempre más adelante, su gran capacidad de escuchar a los otros”.[1]

La primera novela que leí de Mario Vargas Llosa fue La ciudad y los perros. Seguí con Los jefes y La casa verde, que releí tres veces. Luego Conversación en la catedral, que sólo releí dos. La guerra del fin del mundo me entusiasmó menos. Las piezas menores como Pantaleón y las visitadoras o el Elogio de la madrastra me atrajeron menos. Leí con avidez la Historia de un deicidio dedicada a Gabriel García Márquez y paralelamente el ensayo a Martorell y el “elemento añadido” sobre El combate imaginario, así como El pez en el agua. Memorias, que por cierto, están dedicadas a Fernando de Szyszlo, quien fue marido de Blanca Varela y muy amigo del propio Vargas Llosa y del poeta Emilio Adolfo Westphalen. Estas lecturas las hice siempre libremente, pero hubo al menos tres obras suyas que reseñé: La orgia perpetua, dedicada a Gustave Flaubert, Lituma en los Andes sobre Sendero luminoso[2] y La fiesta del chivo, dedicada a Trujillo el dictador de República Dominicana.[3]

Me tocó ver de lejos en el FCE el proceso editorial de La utopía arcaica. Por si eso fuera poco, me tocó conocerlo personalmente en Lima en la casa de Blanca Varela en compañía de Enrique González Pedrero, Julieta Campos y Mauricio Merino cuando estaba en plena contienda electoral para ser Presidente del Perú, en 1989. Al reseñar La fiesta del chivo su amiga la escritora Dominicana Soledad Álvarez, esposa del historiador Bernardo Vega, me refirió algunas cosas relacionadas con la escritura de esa obra, y fue precisamente gracias a ella que pude conversar con cierta holgura de tiempo en el Lobby del hotel donde él esperaba que su amiga Soledad Álvarez lo recogiera. Estos episodios me ayudan a arropar el duelo por su muerte.

Un último recuerdo. Cuando vino Mario Vargas Llosa y dialogó con Octavio Paz antes de que él muriera, surgió la fórmula en labios del peruano del México del PRI como “dictadura perfecta”. El lema causó revuelo un par de años después en Washington en un homenaje a Paz. Me acerqué al escritor andino y le recordé sus palabras diciéndole que en relación con el susodicho refrán pensaba yo que no era perfecta esa dictadura pero que la estábamos perfeccionando.


[1] Adriana Góchez, “Muere Vargas Llosa, grande de las letras y consistente liberal”, La Razón, 14 de abril de 2025 (https://www.razon.com.mx/cultura/2025/04/14/muere-mario-vargas-llosa-el-ultimo-de-los-mas-grandes-novelistas-del-boom-latinoamericano/).

[2]Lituma en los Andes de Mario Vargas Llosa”, Vuelta, núm. 208, marzo de 1994, p. 39.

[3] “La última fiesta del faraón”, Revista Mexicana del Caribe, vol. VI, núm. 12, 2001, pp. 189-200.

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