Entre leonas y lobos: los escritores y sus espacios de creación

Por Gabriel Trujillo Muñoz

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Hay escritores que uno va descubriendo poco a poco, autores con los que se relaciona libro por libro, literatos que se vuelven amigos entrañables con cada nueva lectura de sus obras. Pocos, entre ellos, cuentan además con el genio de platicar de cosas que nos interesan y asombran, de contar historias que nos apasionan por la clase de personajes que en ellas viven, de ofrecernos el conocimiento integral de una filosofía, un acontecimiento histórico, una escuela de pensamiento o una imaginación peculiar. Aunque no coincidamos en sus posturas e ideas, encontramos en ellos puntos en común para comenzar una charla gentil, para dar comienzo un diálogo sobre temas que nos interesan o afectan a todos. De esos escritores, debo mencionar a Umberto Eco, Italo Calvino, Susan Sontag y Fernando Savater.

De Savater quiero comentar un par de libros suyos publicados en este turbulento siglo XXI. El primero es Lugares de genio. Los escritores y sus ciudades (2013), una obra que une la sabiduría del lector con el placer del viajero maravillado, porque Savater siempre se ha sentido a sus anchas contándonos las aventuras y desventuras de tantísimos escritores con respecto a las urbes donde vivieron y crearon las obras con que hoy los recordamos, concediéndole a estas ciudades “un aura casi mágica, y al mismo tiempo (estos autores) se nutren de lo que esos sitios privilegiados les aportan” para darnos, en sus libros, un atisbo de lo que fue vivir en ellas. Ligazón emotiva e intelectual que lleva, en numerosas ocasiones, a establecer vínculos polémicos entre el creador y su comunidad, entre su obra y la realidad donde ésta fue forjada con impulsos de amor y de odio, de felicidad y melancolía, de respeto y rebelión a un mismo tiempo.

Como lo dicho tantas veces el propio Savater, “la literatura es una tradición cuyas raíces se hunden en la historia y en la geografía”. Lugares de genio era un libro que nos hablaba de la Praga de Kafka, la Lisboa de Pessoa, la Florencia de Dante, la Buenos Aires de Borges, el Santiago de Chile de Neruda, el Dublín de Yeats, el Londres de Woolf, el París de los existencialistas y la ciudad de México de Octavio Paz, entre muchas otras urbes del mundo a las que la literatura les ha rendido honores. En cada capítulo se nos presentaban las peripecias de un literato y la resonancia creativa que tuvo cierta ciudad con su obra. Ya sea la neblina londinense, el bullicio a la mexicana, los seres mitológicos de Irlanda o el cosmos parisino en constante polémica, estamos ante el escritor que pelea por mostrarse digno hijo de su ciudad, representante veraz de un mundo propio donde nada de su entorno le es ajeno.

A este libro se le suma Aquí viven leones. Viaje a la guarida de los grandes escritores (2016), obra escrita por Savater junto con Sara Torres, su pareja por 35 años y ya fallecida. Estamos ante una obra que pasa de la ciudad como espacio de creación y estímulo, como contexto histórico y multitudinario a la vida doméstica de los escritores, a verlos en su entorno cotidiano, en su cercanía inmediata, en sus guaridas, como lo dice el subtítulo, en que estas fieras viven y habitan, en que estas bestias mitológicas de la literatura universal se refugian para hacer sus obras. En el libro de Savater y Torres es un tour por las casas y lugares de trabajo de autores como Edgar Alan Poe, Gustave Flaubert, Ramón del Valle Inclán, Alfonso Reyes, William Shakespeare, Giacomo Leopardi y Stefan Zweig.

En todo caso y como otras obras del propio Savater, este libro tiene como lector privilegiado a los jóvenes hispanoamericanos, a esos jóvenes que han sido los recipientes de obras suyas como Ética para Amador y Política para Amador. El viaje que aquí disfrutamos es todo menos aburrido, es una travesía enjundiosa, apasionada, siempre llena de vivos detalles y atmósferas sorprendentes, donde lo visual (Torres) y lo escritural (Savater) de dan la mano de una forma creativa y vigorosa, que nos lleva a entender a estos autores no como figuras míticas (que lo son, sin duda), sino como seres humanos con las mismas desventuras y percances, con las mismas ansias y placeres que todos nosotros.

No olvidemos que a los escritores les encantan, por más que lo nieguen, la vida pública, los cafés y antros, las mesas redondas, los congresos de literatura, los encuentros de autores, los convivios y fiestas entre colegas, las ferias del libro, las clases en universidades prestigiosas. Todo el tinglado de las letras como gremio, como discurso, como espacio de debate. Pero en la guarida propia es donde mejor podemos aquilatar su verdadera naturaleza como seres humanos, como criaturas en la privacidad de su reino doméstico.

Y eso es lo mejor de Aquí viven leones: podemos entrar a un mundo personal y hacerlo nuestro gracias a que contamos con dos guías de primera, gracias a que Fernando Savater y Sara Torres nos comparten sus descubrimientos y hallazgos en el campo de la vida de los escritores con sus mansiones, departamentos y buhardillas, haciéndonos partícipes de mundos lejanos que ahora ya son nuestros en sus peculiaridades y sorpresas. Es decir: ahora nos pertenecen para siempre. Y por eso mismo, ya podemos residir en ellos, volvernos parte de su historia, compartir sus misterios y secretos. Casas y jardines, cuartos y terrazas, comedores y salas, cocinas y estudios, objetos decorativos y mascotas. Esa arquitectura que nos permite ver lo cotidiano y lo ordinario, el entorno que hizo posible tantas obras literarias, tantas vidas pasaderas. El punto donde cada leona ruge a su modo, donde cada lobo aúlla a su manera. A espaldas del mundanal ruido, he aquí las madrigueras de la creación, las guaridas del verbo. El cubil donde nacen historias y poemas, ensayos y manifiestos, novelas y aforismos. Ese hogar ni tan dulce ni tan cruel. Ese espacio donde nada es como parece y que, sin duda, se muestra como el sitio donde la imaginación se prepara para lanzarse a conquistar el mundo, donde la creación se pone a contar sus aventuras.

Al final de cuentas, la escritura literaria adquiere la fisonomía, el carácter de las ciudades donde se crea, al mismo tiempo que los rincones donde cada autor escribe, sea un patio, un jardín, una sala o un balcón, funcionan como generadores de ideas, como alicientes arquitectónicos para la imaginación, la reflexión y el ansia de concebir lo inconcebible, de escribir: esto soy.  Y luego, enviar lo escrito al ancho mundo, compartirlo con quien quiera leerlo, escucharlo, reconocerlo como suyo. Porque si somos justos, la literatura consiste en exponer las realidades propias y es el lector el que las visita, el que siente, al recorrerlas, que esos orbes aparentemente ajenos también son su residencia, su calle, su mundo. Que ese autor, al principio extraño, ahora es un amigo, un familiar. Alguien que uno conoce como la palma de su mano. Alguien en quien puede confiar.

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