Homenaje a Jaime Torres Bodet
Por Adolfo Castañón
I
Escuché las seis sílabas del nombre de Jaime Torres Bodet de labios de mi padre. Lo admiraba como escritor, maestro y orador. Se sabía de memoria algunos fragmentos de discursos suyos, como el que pronunció en la Instalación de la UNESCO… y el pronunciado en el primer centenario del natalicio de Justo Sierra. Su obra imponente como poeta, ensayista y prosista lo sustraía de la lectura del poeta y del amigo de los poetas. De esa amistad dan cuenta los poemas de “Trébol de cuatro hojas”, dedicados a Bernardo Ortiz de Montellano, José Gorostiza, Carlos Pellicer y Xavier Villaurrutia. En esos poemas se resuelve con armonía la diferencia entre “los cubiertos de plata y las copas de cristalina sonoridad” y “las copas y los cubiertos vulgares”, para decirlo en sus términos. Torres Bodet por otro lado incursionó en la narrativa y en la novela. Publicó una novela vanguardista en la que se puede documentar la temperatura moderna y modernista que impregnaba la época Estrella de día.
A los treinta y un años Jaime Torres Bodet publica su cuarta novela “Estrella de día”. Es la historia de una amistad y una amorosa pasión platónica de un joven escritor por una estrella de cine mexicana triunfadora en Hollywood. que concluirá con el encuentro casual con ésta en la Ciudad de México a la cual la actriz nacida en Aguascalientes y llamada Piedad regresa. La pasión obsesiva por esta “estrella” hace al joven ver una y otra vez todas las películas en que ésta aparece. Memorizar sus escenarios y averiguar, como puede, su vida cotidiana. Esto lleva al escritor a mostrar al lector su erudición en materia de cine y de historia. De hecho, la caudalosa cantidad de información del autor le sirve para amueblar la narración. Por otro lado, el apetito por la historia, lleva al autor a mostrarnos las historias y genealogía de cada uno de sus personajes. Sobresalen los retratos del autor de sus días, “Teófilo”, y de su madre “Doña Carlota”, que son las dos caras de la moneda de sus raíces. El otro dato que se puede y debe rescatar de estas páginas es la sensibilidad del escritor por el paisaje y su capacidad de descripción poética del entorno. No es una novela “cubista” o vanguardista como las anteriores y casi podría decirse que podría ser trasladada al cine. No sé si Torres Bodet llegó a tener esta tentación. Es un hecho, sin embargo, que hizo crítica de cine en Revista de Revistas en la sección “Cinta de plata” con el seudónimo de “Celuloide”. Tener presente ayudará a comprender mejor hasta qué punto el cine formaba parte de su sensibilidad humana y poética. Estrella de día fue editada en Madrid por Espasa-Calpe, S. A., con un tiraje de 600 ejemplares, 100 en papel vitela y 500 en papel registro el 23 de noviembre de 1933, hace 90 años, cuando Torres Bodet tenía 31 y ya tenía tres novelas previamente publicadas y diez libros de poesía. La novela tiene un epígrafe de Soren Kierkegaard “Estaba en lo mejor de su vida. Porque una mujer no se desarrolla, no crece como un hombre… Nace un poco a cada momento, pero pone tiempo en nacer” El epígrafe del filósofo danés hace ver que Torres Bodet no era ajeno a la filosofía. Tampoco al cine, como prueban sus crónicas sobre el séptimo arte, en particular la dedicada a la actriz de cine mudo “Mary Pickford” por la cual el severo Torres Bodet muestra una abierta simpatía. Hay otras páginas sobre cine escritas por el poeta y diplomático como las de “La decadencia del cinematógrafo”, “El Capitán Kleinschmidt y su expedición al Polo Norte”[1] que podría decirse subyacen a la escritura de Estrella de día.
Pocos saben que fue además un crítico de cine y que su carrera literaria y política tuvo como apunta bien José Moreno Villa algo de paseo.
II
Cuando vino André Malraux a México se encontró con Torres Bodet:
Un decenio después, recibí su visita en México. Me cautivaron, desde el primer instante, su vibración, su carácter, su fantasía, y ese ir y venir de su inteligencia que juzgan otra morbosa nerviosidad. Era ya él, cuando vino a México, uno de los colaboradores más apreciados del presidente De Gaulle. Lo acompañé a recorrer, en sus antiguas instalaciones de la calle de La Moneda, el Museo Nacional de Antropología. Iba de sorpresa en sorpresa: no porque fueran nuevos —para su información de hombre culto— todos los objetos que contemplaba, sino porque las medidas de muchos de esos objetos no correspondían a las que había imaginado, de lejos, al estudiar sus reproducciones. De pronto, frente a la máscara del dios Murciélago, me cogió el brazo. Y me dijo, familiarmente, “Cher complice…” Comprendí muy bien el valor que tenían, en sus labios, esas palabras. Proteger la cultura, conservarla, admirarla, difundirla, son esfuerzos que, en cualquier Continente, implican seria complicidad. En efecto, según lo ha escrito Malraux: “el misterio más grande no es el de que nos encontremos lanzados entre la profusión de la materia y la de los astros, sino que, en semejante prisión, arranquemos de nosotros mismos imágenes suficientemente poderosas para negar nuestra nada.
André Malraux y Jaime Torres Bodet fueron cómplices nictálopes conscientes de la hermandad del hombre con los abismos.
III
Jaime Torres Bodet, nacido el 17 de abril de 1902. Se quitó la vida el 13 de mayo de 1974. Dejó una carta de despedida que es poco conocida y que he podido recuperar gracias a que Don José Luis Martínez la guardó y a que me fue dada a conocer por Rodrigo Martínez y Marilú Pérez Jácome. Su lectura estremece y deja constancia de la honradez intelectual y moral de este que fue y sigue siendo uno de los maestros claves de México por su preocupación por la calidad de la enseñanza y la limpieza de su transmisión. Fue publicada en Excélsior el 18 de mayo de 1999.
Al escribir estas páginas siento que de algún modo estoy dialogando con mi padre de cuyos labios escuche por primera vez las seis sílabas del nombre de Jaime Torres Bodet.
[1] JTB en “Los exaltados. Antología de escritos sobre cine en periódicos y revistas de la Ciudad de México, 1896-1929”. UNAM. Centro de Investigación y Enseñanza Cinematográfica. Universidad de Guadalajara, 1992, pp. 191-196.
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