Xirau (II)

Por: Adolfo Castañón

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Cuenta Ana María:

“íbamos de paseo con Rufino y Olga Tamayo,

Octavio y Marie-José Paz, en largos fines de semana”,

iban en auto a recorrer las ruinas y sitios de México.

En Cuernavaca rompía su encierro para ir a visitar a Eric Fromm e Iván Illich.

Adonde quiera que iba buscaba un jardín, una plaza, un claro del bosque,

un lugar del tiempo para estarse quieto:

TAULA I   La taula blanca. Tres taronges transparents,                      el vas de l’aire transparent                      el vas de l’ aigua.                       Poques coses, precises la tula —tres taronges— blanca.  MESA I   La mesa blanca. Tres naranjas transparentes,                        el vaso del aire transparente                        el vaso de agua.                        Pocas cosas, precisas la mesa —tres naranjas— blanca.      
TAULA II   Aquí         molt verd                              el doll —fusta les taules d’or.   El doll,              ¿qui ens mira en el dibuix                    de l’arbre?MESA II   Aquí,          muy verde,                               el cántaro —leña las mesas de oro.   El cántaro,                ¿quién nos mira en el dibujo                        del árbol?[1]

IV

Guardaba con orgullo un dibujo.

el joven Salvador Dalí se lo había regalado a su padre,

a quien conocía pues nacieron en el mismo pueblo, Figueras,

luego de haberlo dibujado,

mientras el niño Ramón lo veía

asombrado trazar esas líneas.

La suerte me permitió ir a Figueras

a visitar la casa de Joaquín y la de Salvador Dalí.

La suerte se llamó María Dolores Rodríguez,

la esposa de Louis Panabiere,

quien escribió una primera tesis

sobre Ramón Xirau y los catalanes en el exilio.

Lo vi caminar muchas veces.

Caminaba de prisa. Parecía remar.

Andando en los Viveros de Coyoacán,

un sábado por la mañana en compañía de Ana María

para limpiarse los pulmones de tanto tabaco.

Devorador y prolífico.

Quería conocerlo, tocarlo todo, ir a todo…

Sus Obras completas son una convención.

Xirau escribió mucho más,

publicó considerablemente más de lo que está encuadernado en sus libros.

Montones de páginas perdidas en los periódicos y revistas.

Por ejemplo, las que dedicó a Dylan Thomas en (1958). [Ver anexo]

Del poeta inglés le interesaba el sentido religioso:

“Thomas fue religioso. Él mismo lo decía:

‘En algún sitio leí de un pastor que, cuando le preguntaron por qué se dirigía a la luna para que protegiera a sus rebaños, contestó: ‘Bien tonto sería si no lo hiciese’”.

Xirau escribía como él mismo dice de Thomas “[…] por amor al Hombre y en alabanza de Dios, y bien tonto sería si no fuera así”.

Algunos dirán que era un “hombre universal” o un divino filósofo del Renacimiento

—como Giordano Bruno su maestro en la universidad a distancia de los siglos…

Sus ebriedades no eran de este mundo.

¿Acaso lo son el Maestro Eckhart, Jakob Boehme, Angelus Silesius y otros peregrinos querúbicos?

¿Acaso Edith Stein, Simone Weil, Hanna Arendt?

¿Acaso lo son Henri Bergson, Gabriel Marcel, Jacques y Raissa Maritain, que asistieron a la muerte de Leon Bloy?

Las Españas de Xirau eran siempre otras

—no renegaba de Jorge Manrique (1440-1479),

pero no dejaba de prestar secretas devociones

al Marqués Enrique de Villena (1384-1434).

Su otra España:

la de Miguel de Molinos y de Juan de Yepes,

la de José Ángel Valente y María Zambrano…,

la de Raymundo Lullio y Juan Goytisolo.

Estaba en todo y entre todos.

Compartía el pan de todos los días

y la sal de la conversación…

El pan en la servilleta.

Le gustaban los manteles,

las servilletas,

las sábanas blancas,

los blancos.

No se burlaba de la muerte ni de la vejez.

Tomaba en serio su papel de sobreviviente.

Lo era en más de un sentido…

Esas cosas se las enseñó su padre,

se las enseñó Quevedo.

Tuvo un gran y necesario amor al que nunca renunció.

Y al que dedicó muchos poemas.

La encontró en San Ildefonso una mañana con un vestido amarillo.

No era su musa, sino su sombra, su otra X,

con quien compartió hasta el final de sus días

el agridulce oficio de vivir…

Sus poemas: grandes vitrales que dejan pasar

la luz sagrada de la tarde.

La última vez que lo sentí fue en la Catedral de México.

Cuando estaba a punto de celebrarse

la misa con motivo de su primer año difunto.

Me avisaron que acababa de morir Marie José Paz.

Una casualidad reunió ese día a los tres,

a los cuatro, a los cinco, a todos.

Ramon —sin acento— escribiste tu poesía en catalán,

la lengua materna de la señora Subiá.

La de tus resistentes antepasados.

La lengua de Lulio y de Verdaguer,

de Pla, de Gaudi y de Dalí

y de tu amigo y casi hermano

Manuel Durán, el otro catalán.

La lengua en que leíste por primera vez al Quijote.

Entre mis manos, la elegante edición de tu poesía

hecha por Joan M. Pujals en Barcelona en 1969

dedicada de tu puño y letra.

Publicaste a los 29 años El sentido de la presencia,

uno de tus primeros libros.

Es extraño. Perdiste a tu padre Joaquín y luego a tu hijo,

del mismo nombre.

Eso no te impidió conocerte a ti mismo.

Coneixe’t, diu, coneixe’t.   L’auriga? Tots som aquest auriga destinat a llegir tots els destins.   L’oracle calla, parla; baixa la blava coneixença, boscs d’oliveres baixen.Dice: Conócete, conócete.   ¿El auriga? Todos somos este auriga destinado a leer todos los destinos.   El oráculo calla, habla; baja el azul conocimiento, bosques de olivos bajan.

[1] Ramón Xirau, Obras 2, Poesía completa 1987-2010, El Colegio Nacional, 2015, pp. 68-71.

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