Musarañas 05
Por: Francisco Segovia
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Fuego : Mazdeísmo ~ La luz y las tinieblas combaten de día y de noche; es decir, combaten en el terreno de la luz y en el terreno de la sombra, invadiéndose mutuamente. Pero esto ocurre en el mundo espiritual. En la atmósfera, en cambio —dice el Avesta—, el aire claro combate con el aire oscuro en un campo de batalla neutro: el aire vacío; o, mejor, vacante. En el aire del que ambos se retiran y se ausentan, en el espacio vacante, combaten el día y la noche.
Para el mazdeísmo, la claridad es la madre del fuego, no al revés. El fuego es una materialización de la luz: luz encarnada.
Dicen los magos de Media, hijos de Zoroastro, que todo viene del fuego: de su luz los ángeles sutiles, de su fuego los mortales, y de su humo los demonios.
Fuego : Levi-Straussiana ~ Rara vez, antes de nacer la humanidad, pudo el fuego derrotar al agua. Pero un día aparecieron la vasija, la olla y el caldero. Mediada pues su relación por arte de la alfarería o la metalurgia, el fuego puede ahora hacer que el agua hierva. La olla es el potro donde el fuego tortura, larga y vengativamente, al agua.
Fuego : Heracliteana ~ “El sol es nuevo cada día”, dice Heráclito. ¿Por qué parece esto tan novedoso cuando por todo el mundo y a lo largo de todos los milenios se ha dicho que el sol nace de nuevo cada día? Quizá sea que su fórmula no suena religiosa sino simplemente poética, desnudamente poética. Esto no impide, desde luego, que los eruditos la interpreten en el contexto de su filosofía, donde vendría a decir algo así como que el cambio siempre se renueva o —como quizás hubiera preferido expresarlo el propio Heráclito—, que también el cambio cambia. El fuego es símbolo de este cambio, como se ve también en este otro aforismo: “El fuego descansa cambiando”. Es fácil ver ese descanso en la fogata; es difícil, en cambio, verlo en el fragor con que arde un campo petrolero. El fuego manso que alimentamos en una chimenea (el que come como un perro) no nos parece igual al fuego airado que consume todo un bosque (el que devora como un tigre). ¿Es de veras la misma llama la que cocina nuestro alimento y la que consume nuestras ciudades, la que llena el ámbito de un horno y la que saja el cielo con un rayo? Si no lo miráramos todo a través del vidrio del bien y el mal —dice Heráclito—, veríamos que son la misma llama la que arde en el hogar y la arde en la hoguera, la que nos da de comer y la que nos devora.
El fuego perro y el fuego tigre son, y no son, el mismo fuego.
Hay dos, tres, muchos fuegos: uno que arde sin humo en las estrellas y otro que es casi solamente el humo blanquísimo que extrae de la leña verde; uno que nos mira con ojillos vengativos desde su tizón y otro que estalla de alegría en las pavesas; uno que purifica y otro en que nunca acaba de cumplirse la condena…
Hay un fuego minúsculo, que se alimenta de átomos de hidrógeno, pero que sólo se enciende si tiene una provisión inmensa como un sol.
Hay un fuego íntimo que aviva en cada célula el fuelle acompasado de la respiración.
Todos los elementos reposan alguna vez. Todos, menos el fuego. Aun la flama más modesta está consumiendo algo.
Cuando mi idioma tiene hambre, imagina las cosas ya en el fuego, y les cambia el nombre. Aún no toco esas varas, pero ya las llamo leña… Con hambre, a mi lengua hasta el fuego le hace agua la boca.
En la raíz de la llama vemos el meneo suave del fuego, su ritmo y su mesura, pero en la punta de su fronda se deshilacha y enloquece… En el árbol y en la llama se da la conjunción del trance…
Las llamas son un impulso por salir, salir, salir, alejarse del calor y enfriarse en la amplitud del espacio abierto. Para cobrar fuerza y salir, lo devoran todo en torno… También las almas del infierno se agitan buscando la salida, sin saber que ellas mismas son el pasto del incendio.
El fuego se alimenta de las almas que hipnotiza.
Alqui-mística ~ Antes de ser arrancados uno del otro, nuestros padres eran uno solo. Eva era —mucho más que una mera costilla— la mitad del cuerpo de Adán, y Adán era la otra mitad de Eva. Separadas, ninguna de las partes puede evitar tender hacia la otra. A la atracción entre ambas llamamos amor, pasión, deseo. En cualquier caso, esa atracción es un fuego: el fuego primordial de la alquimia.
La chispa que brota de dos trozos de pedernal que se golpean entre sí nos recuerda que, al rozarse, los cuerpos resplandecen. Pero no hay que olvidar que el fuego espiritual no nace de la unión de los cuerpos sino de su separación (de su fisión, en el caso de las bombas atómicas). El propósito de la alquimia no es pues la pasión, esto es, la fuerza de atracción, sino la unión en que esa fuerza queda satisfecha y extinta (la fisión nuclear). El fuego es símbolo de las transfiguraciones porque sólo transformándose puede la materia recuperar su unidad perdida, pero el objetivo es esa unidad, no el fuego mismo. Dicho de otro modo, el amor no es un fin sino un instrumento para alcanzar el equilibrio elemental e inconsciente del átomo de hidrógeno.
Por eso yo, que no soy alquimista, me alegro de no serlo. Yo no aspiro a la paz espiritual: a mí me gusta arder.
Rescoldo ~ Cuando ella se levanta, yo comienzo a rodar, inconsciente, a su lado de la cama. Es más tibio que el mío y prueba que en ella la vida arde mejor. No sé si acomodarme en la tibieza de su huella es cosa del amor o del simple instinto de supervivencia, pero es seguro que me deslizo a ella sin remedio, como si mi destino fuera cubrir con mi ceniza el hueco que ella deja al irse y resguardar las ascuas donde duerme su tizón.
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