Como quien regresa a casa: de la Antigua Librería Madero al Claustro de Sor Juana
Por Adolfo Castañón
I
Vengo con gusto y emoción a este acto en el cual la Universidad del Claustro de Sor Juana recibe en su espacio el acervo cuidadosamente seleccionado por el ejemplar librero Enrique Fuentes Castilla, primero en la Librería Madero en la calle de ese nombre y luego en la Antigua Librería Madero, situada en la calle de Isabel la Católica y San Jerónimo. Agradezco a su hija Andrea Fuentes Silva y a la exrectora de la Universidad del Claustro de Sor Juana, la Dra. Carmen Beatriz López Portillo esta invitación y desde luego al actual rector de esta Casa, el Dr. Rafael Tovar López-Portillo.
Llego aquí con emoción y alivio, gratitud y júbilo por el hecho de que el tesoro libresco y documental fraguado por mi amigo “Don Enrique”, como era conocido, haya podido ser salvado de la dispersión.
Enrique Fuentes logró que en pocos años el espacio animado por él fuese un sinónimo del libro y las artes en México tanto como de su memoria. Logró consolidar un acervo y tras él armar una red de amigos, editores, impresores, lectores y proveedores que le dieron a la librería un espacio privilegiado dentro y fuera de México.
II
No lleno de detalles irrelevantes el poco espacio de que dispongo. Diré que esta circunstancia no es en modo alguna casual. La médula, el eje del imán que supo cargar Enrique Fuentes tiene que ver con la cultura y la historia mexicanas. Prueba de ello es que la figura de Fray Bernardino de Sahagún estaba estampada en las inconfundibles bolsas de plástico en que se envolvían los libros, papeles, revistas, pliegos, mapas y estampas que salían por las puertas de la librería.
Este imán es acaso de la misma familia radioactiva que mueve a la Universidad del Claustro de Sor Juana y que acaso meneaba los pasos, letras, villancicos y alegatos de Juana Ramírez de Asbaje. En ambos pulsa, fundida, la fragua del mestizaje y la conciencia de la lengua.
III
Me consta que Enrique Fuentes era un ávido lector de periódicos, pero sobre todo de libros. Releía con asidua y asombrosa periodicidad la novela de Miguel de Cervantes, Don Quijote y otras obras cervantinas, así como la verdadera Historia de Bernal Diaz del Castillo, las obras de Alfonso Reyes y las de Octavio Paz. Muy aficionado a las enciclopedias, diccionarios y epistolarios.
Su librería era una plaza de la tertulia donde podían encontrarse autores como Andrés Henestrosa, Vicente Quirarte, historiadores como Guillermo Tovar y de Teresa, Andrés Lira, Rodrigo Martínez Baracs o incluso historiadores de provincia como el lexicógrafo Jesús Vargas, autor del diccionario de chihuahismos, para no hablar de los libreros como don Fernando Villanueva.
Conversamos y hablamos mucho, de viva voz o por teléfono, sobre libros y voces como “chilango” y “gachupín”, por ejemplo. Esta última voz pasó a la Comisión de Consultas y la pongo como anexo para esta alocución. Me convenció Enrique de que el apodo de “chilango” que se da a los habitantes de la ciudad de México proviene de la voz española “cilanco”, que significa “lodazal”. De tal suerte, los chilangos o cilancos seríamos los nativos del lodo, y en última instancia, ¿quién lo dijera?, “los hijos del limo”, para evocar a Octavio Paz. Debo confesar que no he logrado convencer a los compañeros de la Academia Mexicana de la Lengua de que acepten esta contribución en sus lexicones.
La Antigua Librería Madero era la única de México donde se podían conseguir los casi ochenta libros que he publicado a lo largo de mis 72 años, pues uno de mis rituales era llevarle un par de cada uno de los títulos editados. Ahora le pido a la Universidad del Claustro de Sor Juana, a través de su exrectora, la Dra. Carmen Beatriz López Portillo y de su actual rector, Rafael Tovar López-Portillo, la autorización de venir a donar mis nuevos títulos para que se ubiquen en el espacio de este noble acervo, sin olvidar en este compromiso a Andrea Fuentes Silva, el hada madrina de este acto.
Anexo
Por último, comparto con ustedes la consulta que resolvió la Comisión de que formo parte como secretario, disparada por la de Enrique en torno a la voz “gachupín”.
Consulta: Estimados amigos, hago una consulta para saber cuál es el origen y etimología de la palabra “gachupín”. ¿Desde cuándo empezó a emplearse y cuál es la primera documentación acerca de esta palabra?
Respuesta: La palabra gachupín, gachupina se usa en México para referirse a ‘persona natural de España, en particular la que vive en México’: ¡Viva México, mueran los gachupines! [Diccionario del español de México, de El Colegio de México, México, El Colegio de México, 2010, en línea].
De acuerdo con Antonio Alatorre —“Historia de la palabra gachupín”, en Scripta philologica: in honorem Juan M. Lope Blanch (México: UNAM, 1991)— gachupín se originó del apellido español Cachopín y fue introducido por Jorge de Montemayor en su obra Los siete libros de la Diana:
Yo os prometo, a fe de hijodalgo, porque lo soy, que mi padre es de los Cachopines de Laredo, que tiene don Felis, mi señor, de las mejores condiciones que habéis visto en vuestra vida [Los siete libros de la Diana, segundo libro, de Jorge de Montemayor, España, Biblioteca Virtual Cervantes, 1561]
Según Alatorre, el linaje de los Cachopines existió durante la época de Montemayor y se popularizó en los Siglos de Oro, debido a las constantes reimpresiones de su libro durante los siglos XVI y XVII. Esto hizo que diversos autores de la época conocieran la voz Cachopines y la usaran en sus obras literarias como un personaje literario representante de los hidalgos, una clase social señalada como prepotente. La aceptación de este personaje se extendió a las obras americanas, especialmente las que se escribieron en la Nueva España. Sin embargo, en el continente americano significaba ‘estraño’. Con este sentido aparece por primera vez en la epístola V de Juan de la Cueva, quien vivió en México de 1574 a 1577:
Las comidas, que no entendiendo acusan los cachopines y aun los vaquianos, y de comellas huyen y se excusan, son para mí, los que lo hacen vanos. También destaca el texto Grandeza mexicana, de Bernardo de Balbuena (México: Sociedad de Bibliófilos Mexicanos, 1562-1627/1927): Harrieros, oficiales, contratantes / cachopines, soldados, mercaderes, / galanes, cavalleros, pleiteantes.
Posteriormente, la palabra cachopín fue transformada en gachopín por autores como Fernando González de Eslava y Juan de Cárdenas y, para finales del siglo XVII, en México se multiplicó el uso de la palabra gachupín con el sentido que actualmente posee.
De acuerdo con búsquedas en diversos diccionarios, cachupín se documenta desde finales del siglo XVIII con el siguiente sentido ‘el español que pasa y mora en las Indias, que en el Pirú llaman Chapetón. Es voz traída por aquellos países y muy usada en Andalucía, y entre los comerciantes en la carrera de Indias’ [Diccionario de la lengua castellana, en que se explica el verdadero sentido de las voces, su naturaleza y calidad, con las phrases o modos de hablar, los proverbios o refranes, y otras cosas convenientes al uso de la lengua, de la Real Academia Española, Madrid, Imprenta de Francisco del Hierro, 1729]. El sustantivo gachupín se consigna desde 1846 —en el Nuevo diccionario de la lengua castellana, que comprende la última edición íntegra, muy rectificada y mejorada del publicado por la Academia Española, y unas veinte y seis mil voces, acepciones, frases y locuciones, entre ellas muchas americanas, de Vicente Salvá (París: Vicente Salvá, 1846)— como sinónimo de cachupín. Mientras que cachopín se documenta hasta 1884 —en el Diccionario de la lengua castellana, de la Real Academia Española (Madrid: Imprenta de Don Gregorio Hernando, 1884)— como equivalente de cachupín.
Según el Diccionario de americanismos, de la Asociación de Academias de la Lengua Española (Lima: Santillana, 2010), un sinónimo de gachupín es gachupo, gachupa.
Cabe señalar que, además del origen señalado anteriormente, existen otras hipótesis. Por ejemplo, algunos autores indican que gachupín proviene de la unión de las palabras del náhuatl cartli, ‘calzado’, más chopinia, ‘picar la víbora’ (ca + chopin) y tal vez se hayan usado estas voces por las espuelas y la crueldad de los españoles [Apuntes para un catálogo razonado de las palabras mexicanas introducidas al castellano, de Eufemio Mendoza (México: Kessinger Publishing, 2010]. Sin embargo, este origen etimológico es difícil de sostener, porque no hay documentación al respecto.
Finalmente, adjuntamos un fragmento del texto “Chilango”, de Don José G. Moreno de Alba, publicado en Minucias del lenguaje (México: Fondo de Cultura Económica, 1992), en el que reflexiona sobre el valor despectivo de gachupín:
[…] En México y en otras partes de América se emplea en ocasiones el adjetivo, evidentemente despectivo, gachupín, para designar, en general, a los españoles. ¿Quiere decir que gachupín es un gentilicio? De ninguna manera, pues no se trata de una voz derivada. Es probable que, hace siglos, a cierto tipo de españoles establecidos en América, por determinadas razones, se les llamara gachupines (o algo semejante). Poco a poco esa designación fue extendiéndose a otros españoles no radicados en América, y el vocablo acabó por ser, en alguna medida, y dentro de determinados dialectos, contextos y registros, sinónimo de español. El despectivo gachupín, por tanto, designa hoy procedencia u origen, pero no es un gentilicio, pues no es fragmentable en raíz y sufijo, como todo gentilicio. Lo mismo sucede con otros adjetivos, no necesariamente despectivos, como jarocho (‘originario del puerto de Veracruz’) o tapatío (‘de Guadalajara’). Ni jarocho ni tapatío tienen, en su estructura, una raíz que remita a la ciudad de Veracruz o de Guadalajara. No son, por tanto, gentilicios, aunque signifiquen procedencia u origen. A este tipo de voces pertenece chilango (sin ser gentilicio, refiere a un origen o procedencia). Resulta por tanto inconveniente su inclusión en la lista de gentilicios que aparece en la Ortografía.
Ahora bien, en el DRAE, chilango tiene la marca de coloq. (coloquial). En el mismo Diccionario se nos aclara que coloquial es lo “propio de una conversación informal y distendida”. Creo que, por ejemplo, jarocho o tapatío podrían merecer en efecto esa marca (coloquial), aunque bien pueden no llevarla. En la nota biográfica de un personaje importante, tal vez no se anotaría “destacado político jarocho”, sino veracruzano; pero cualquiera diría “me gusta el buen humor de los jarochos”. La marca que no podría llevar ni tapatío ni jarocho es la de despectivo. Por sí mismas estas voces no resultan ofensivas. En el otro extremo estaría el vocablo gachupín. En efecto, la sola voz y no necesariamente el contexto manifiesta cierta idea de menosprecio.
En mi opinión, chilango está más cerca de lo despectivo (como gachupín) que de lo meramente coloquial, como podría ser jarocho […].
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