El balón del Chamuco

Paulina Ramírez Santoyo

Me enojé tanto que ahora sí quería demostrarles quién era el mejor, entonces lo hice y di la patada más fuerte que pude en sentido a la portería del Godzila, así le llamábamos porque, para ser un niño de 11 años, era bastante grande.

   Todos teníamos la misma edad, íbamos en la misma escuela, era abril del 63 y estaba de moda Please Please Me de los Beatles. A mí me gustaba, pero, bueno, siguiendo con la historia, así fue como el balón cruzó sin siquiera darnos cuenta por la rapidez, y antes de comenzar a festejar, ¡Crash! El balón había roto la ventana y entrado a la casa de la vecina. Pero no cualquier vecina.

   “La bruja”, eso era lo que mis jefes me decían, que ella era una bruja, algunas veces por la noche pasábamos por ahí y se escuchaban algunos cánticos y gritos extraños, estábamos seguros de que ahí había algo malo, en ocasiones había personas que entraban con distintos animales, conejos, pollos, gallinas, una vez vi a alguien entrar con un cabrito, lo más raro es que tres días después, en el lote baldío de la calle siguiente, pude oler algo asqueroso, como cuando la avena que hace mi abuela se echa a perder y vi una caja, me acerqué y adentro había un cabrito muerto, amarrado, con algunas plantas, una foto, cosas muy extrañas, decidí irme sin mirar de más.

   Pero entonces estaba ahí, y toda la banda me miraba con gestos nada amigables, fue cuando el Dálmata me dijo: “te toca güey, vas”, se me congelaron las manos, respiré hondo y no quedó de otra, iba caminando y me dio miedo tocar la puerta pero lo hice, pasaron varios minutos y nadie salió a pesar de que toqué y toqué y toqué varias veces, ya me estaba haciendo a la idea de tener que pedirle el dinero a mis jefes para arreglar el vidrio, la chancliza que me iban a poner ya la estaba sintiendo, no sin antes darme cuenta de que mis piernas me temblaban como nunca antes.

   La casa era vieja, ya solo existía uno que otro rastro del color blanco que supongo hace décadas había sido pintado, no había reja, ni jardín, solo una maceta junto a la puerta, la planta que parecía más muerta que la mismísima muerte.

   La banda se desesperaba y me retaron a meterme, hasta el Trofeo, por trompudo y feo, me dijo: “Muy gallinita la niña, va por el equipo”, y ya no la pensé, sin que me importara vi como entrar por la ventana rota de esa casa tan sucia y vieja, tratando de no cortarme con los vidrios. ¡Y que salto adentro de ese lugar! Era realmente tenebroso, lo primero que pude apreciar era una figura de la muerte al otro lado de la sala, sillones viejos, ya hasta se les salía el relleno, a un lado había una mesa, que bien podría ser la del comedor, tenía plantas, hierbas, velas y cartas del tarot.

   Busqué el balón y no estaba, pensé que estaría muy cerca de la entrada, pero no, ni rastro, me adentré un poco más, no había nada más que un pasillo con puertas blancas cerradas. Fue ahí donde di la vuelta para regresarme, la cara de vergüenza que le iba a poner a mis amigos iba a ser mi tumba. Pero sentí como una mano congelada me tocaba el hombro, se me salía el corazón y tuve que voltear rápidamente, era la bruja.

   ¿Cuál es tu nombre? me preguntó, me sorprendió que no parecía estar enojada, “Roberto” dije, apenas y me salían las palabras, ella siguió: “Bien Roberto, ¿quieres sentarte?” y me señaló a la mesa, lo cual hice muy lentamente, me moría de miedo, pero ella no se veía mala persona en ese momento, me senté, y sí, ella parecía tener nubes en los ojos, era una persona delgada y tal como me lo habían dicho tenía el cabello largo y blanco. Ahí fue cuando me preguntó: “Dime, Roberto, ¿cuál es tu mayor deseo?”, no lo pensé dos veces: “Quiero ser el mejor jugador de futbol del mundo”, le dije, y se lo dije de modo firme, no titubeé para nada, fue algo extraño, después de ese momento ella me vio fijamente, sonrió, era una sonrisa tenebrosa, de esas que te dejan frío y me pidió que me esperara en ese lugar, se paró y caminó a lo largo del pasillo para entrar a una habitación al fondo.

   Pasó poco rato en realidad, pero para mí fue eterno, en mi mente la campana para salir al recreo nunca tardó tanto, mis cuates chance ya se habían ido, yo bien, pero bien espantado, podía oler como a quemado y a libro viejo, era algo extraño porque también parecía que la figura de la muerte me veía fijamente, a un lado había una jaula con unos pajarillos que no dejaban de moverse. Ahí fue cuando vi como la puerta volvía a abrirse, y salió la señora con mi balón, ese mero que atravesó su ventana. ¡Chanfles! Ya se me había olvidado que iba a tener que decirles a mis jefes. Ya en la mesa, la anciana me dijo: “Llámame Cony, mira Roberto, para llegar a ser el mejor futbolista deberás seguir la siguiente indicación, siempre, siempre deberás utilizar este balón”. Y me regresó la bola, la mismísima que había pateado minutos antes, pero me dijo: “Si no juegas con este balón, no alcanzarás tu meta, puedes irte, y por la ventana no te preocupes, ya iba a venir mi sobrino a cambiarla porque estaba floja”. “Sí Cony, gracias”, le dije, y hasta rematé con: “La verdad es que le tenía miedo, pero es bien buena gente, muchas gracias, tenga linda noche”.

   Salí y mis amigos seguían afuera, “Te tardaste un madral, pensamos que ya te había hecho caldo” dijo el Trofeo, por trompudo y feo, y les grité: “Bueno ya, ya, no pasó nada, vamos a seguir con esto que se va a hacer noche y nuestros jefes nos van a venir a buscar, debemos practicar para vencer a los tarados esos de la Narvarte, órales, ¡Tú, pinche Trofeo, estabas del otro lado, que tú no eres de mi equipo!”

   Comenzamos a jugar y el Trofeo era el mejor de todos nosotros, pero ahora estábamos practicando, tocaba dividirnos, él era el delantero de su lado, yo era del mío, entonces ahí fue cuando supe que algo raro y realmente malo estaba a punto de suceder. Empezamos otra vez, anotación por aquí, otra por allá, ganábamos 2-1, en eso el Trofeo se perfilaba, apuntaba directamente a la portería y el Godzilla papando moscas, era un gol seguro, de la nada el Trofeo gritó de un modo terrible y cayó al piso: “Ah, chingada madre, ah”, siguió con gritos desgarradores: “Mi pierna, mi pierna”, pensamos que bromeaba y solo quería tiempo: “¡Ya párate, pinche Trofeo!” gritó el Cuñado, pero al ver que no se paraba nos acercamos, no tuvimos que hincarnos para darnos cuenta que la pierna estaba rota, era espantoso, se le veía el hueso roto por afuera. ¡Ay mamita!, el Cuñado corrió a su casa por una de sus hermanas que estaba comenzando su internado porque estudiaba medicina. Leticia, preciosa la mujer, por cierto, alta, delgadita, nariz perfecta y chatita, sus ojos eran color azul, como el cielo, tenía cabello negro, siempre usaba sus labios color carmín, a su llegada solo pude notar que parecía un angelito que venía del cielo a ayudar. Después de eso, llegaron todos los adultos, mi Lety ayudó en lo que pudo, mientras se agachaba para hacer su magia de doctores con sus manos, vi sus pecas, los nervios se me fueron, pero en eso me cayó el veinte de lo que estaba pasando y que se llevan a mi cuate al hospital. “¡Lety, sálvalo, que lo necesitamos!”, le dije, ella sonrió, y su sonrisita se me quedó grabada, pero así fue como todo cambió desde ese día.

   Nos seguíamos viendo, el Cuñado siempre nos llevaba los informes de cómo iba el Trofeo, tres días después nos dijo que su recuperación estaría gruesa y que no íbamos a contar con él para el juego en contra de los de la Narvarte, no podíamos echarnos para atrás, pero teníamos que practicar, equipos nuevamente, éramos siete en total, el Godzilla, Dálmata, el Cuñado, el Manitas, el Chimpa, el Gringo, que era pésimo y siempre se quedaba en la banca pero ahora tendría que jugar, el Bebote y yo, el Dálmata iba de delantero del otro equipo, que saca y empieza, se la pasa al Bebote, me aplica un túnel, me ardí, y luego mete gol, ¿qué digo gol? ¡Golazo!, momento de la revancha, sacamos, el Chimpa me la pasa al medio campo de la calle, y ahí yo ya me quitaba a todos con más facilidad que la tabla del dos, sentí que el balón y yo estábamos unidos literalmente, de repente que anoto, más tardé en celebrar que en volver a marcar y que el Chimpa se prende. Entonces sacó, se la pasó al Dálmata que se la regresó al Chimpa, el chavo parecía todo un profesional, se acercaba a la portería y en ese instante un carro se estaciona muy cerca de nosotros, era la mamá del Chimpa: “Ramón tenemos que irnos”, se paró el partido, “Mamá estaba a punto de marcar”, gritó el Chimpa, su mamá se acercó corriendo y le dijo: “Ramón, lo siento mucho, tu abuelo acaba de fallecer”, el abuelo de mi compa era su mayor ídolo, pasaban horas y horas juntos, en ese momento todos sabíamos que no podíamos seguir, abrazamos a Ramón y nos fuimos a nuestras casas.

   Pasaron cuatro días, yo me sentía raro, no dejaba de pensar que eso era por mi culpa y por la del balón. ¿Habrá sido Cony? Las preguntas me mataban, pero pensé que solo era una coincidencia, de todos modos habíamos quedado de entrenar, llegamos ahora a la canchita que estaba a dos calles, al fin la habíamos ganado, siempre nos la quitaban, llevé el balón de la “suerte”, pero no estaba seguro de usarlo, entonces también cargué con otro que era más nuevo, faltaban dos semanas para el partido en contra de los de la Narvarte, la cosa se ponía difícil, estaban todos y hasta el Chimpa: “¿Cómo estás?”, contestó: “Mejor, gracias carnal”. Nos pusimos a jugar, decidí utilizar el balón nuevo.

   Comenzamos, el Chimpa estaba en mi equipo, el Gringo también. Le tocó al Cuñado en el otro, en una de esas el Gringo me pasa el balón, pero sentí como si mi cuerpo no respondiera a mi mente, ni siquiera paré la pelota, la vi pasar lentamente frente a mí, mis pensamientos sabían lo que tenía que hacer y, sin embargo, mi cuerpo ni siquiera se movió para ir tras de ella. El balón salió: “Chale ¿En serio?” dijo el Gringo, ya todo rojo de las quemaduras por el sol. Ahí fue cuando dije “A ver pérenme”, fui por el balón de Cony y retomamos el juego, otra vez era la sensación, nadie me paraba, ¡GOL!, ¡GOL!, ¡GOL!, el Cuñado era un gran defensa y varias veces me la aplicó, pero no pudo contra mi éxito, me sentía poderoso, como nunca. Acabamos agotados y yo fui el jugador estrella, 5-2, el Cuñado se había rifado un par de golazos ante nuestro poderoso portero, el Godzilla. “Bien hecho, Chamuco”, me decían mis amigos, nos vemos mañana para practicar con los mismos equipos.

   Y así fue como me di cuenta que ese balón era perfecto y que todo estaba en mi cabeza, nada podía ser mejor, así sí nos íbamos a quedar con el honor, La del Valle ganaba porque ganaba, y mañana sería otro increíble día para jugar, me fui a mi casa, mi mamá me sirvió un chocolate caliente y una conchita para antes de dormir, cenita de campeones, si ganábamos sin duda iba a agradecerle a Cony.

    Ya al otro día, eran las 5 de la tarde y nos habíamos reunido en la cancha para practicar, solo faltaban el Bebote y el Cuñado, pasaron 10, 15 minutos y el Bebote llegó corriendo, agitado y muy preocupado dijo: “Amigos iba pasando por la casa del Cuñado, quería ver si nos veníamos juntos, pero se estaban llevando a Lety al hospital”, todos nos quedamos perplejos, él nos empezó a explicar: “Iba llegando a la casa y pasó un coche rapidísimo y la atropelló, en serio se veía muy mal, la llevarían a emergencias”. No pude más, era Lety, mi Lety, me daba temor que algo le pasara, ni siquiera tenía edad para proponerle matrimonio, ahora sí era suficiente, les dije a los muchachos que ya me iba, tenía algo que hacer, caminé rápidamente a casa de Cony, el balón se me fue de las manos y escuché un sonido como que algo crujía dentro, algo raro que en todo este tiempo jamás había logrado oír.

   Me paré, agarré el balón y lo sacudí para escuchar atentamente, había algo dentro, busqué por todos lados y encontré una botella de Coca, me senté en la banqueta y tiré contra el piso esa botella, con la parte más puntiaguda abrí el balón como desquiciado, para después ver que en el centro tenía lo que parecía ser una cabeza muy chiquita, temblé, me dio cosa, porque parecía que esa cosa me miraba, era negra, muy rara, pero, además, había dientes, uno y otro diente, nadie me va a decir que esto no es un diente humano. Ni madres, se lo iba a regresar a Cony, enojadísimo corrí a su casa, toqué como loco, lapinche bruja se las iba a ver conmigo, primero el Trofeo, luego el Chimpa y ahora mi Lety,ya no más, en ese momento un chico de unos 27 años abrió la puerta diciendo: “Hola, ¿puedo ayudarte?”

   “Quiero ver a Cony”, se lo dije muy firme: “Ahora”, a lo que respondió: “Eso no es posible, lo lamento”, me veía como si yo estuviera loco, parecía que por mi edad no me estaba tomando en serio, pues yo le grité: “¿Cómo de que no es posible?, vive aquí, debo hablar con ella. ¿Dónde está?” A mí me iba a respetar. El joven respiró hondo: “Eso no es posible, lo lamento, soy el sobrino de Cony y falleció hace dos noches”. Mi mundo se desmoronó, aparte de ser bruja ahora está muerta, me fui haciendo para atrás, pero le di el balón, así nomás estiré mis manos y que se lo doy, sin decir nada, en ese momento ya no escuchaba, solo iba enfurecido a mi casa, además con miedo, sentía culpa, mucha culpa, tanta que no tenía ni siquiera el valor para volver y ver a mis amigos.

   Cuando llegué a mi casa, mi mamá me había servido mi chocolate caliente y la conchita, no pude tragar ningún bocado: “¿Qué te ocurre Roberto?”, preguntó mi mamá, pero no contesté. “¿Es por lo de Lety? Ya nos llamaron los papás de Gustavo, ella va a estar bien, le va a costar trabajo volver a caminar, pero lo va a lograr, mañana vamos a ir a verlos y llevarles algo al hospital”, me levanté. “No quiero nada”, fue lo último que mencioné antes de subir y de parecer un fantasma durante los siguientes días, hasta hoy.

   Ahora estoy aquí, días después de todo este desmadre, sentado en la banca, y mis amigos se encuentran iniciando el partido contra los odiosos de la Narvarte, el Trofeo fue quien me llamó, él está echando porras a mi lado, con su yesito, ya todos le firmamos, solo faltaba yo. Cuando me llamó me pidió que fuera al partido, que me necesitaban, al llegar hace un rato se me caía la cara de vergüenza, pero mis compas, pues son compas, pero me tocó estar en la banca porque no fui a los entrenamientos después de lo de Lety, mi Lety, que gracias a Diosito ya está bien, salió del hospital. La culpa me comió vivo durante todo ese tiempo, pero ya la maldita bruja no estaba más, el balón no estaba más, pero apenas llevamos 10 minutos y ya nos están metiendo una madriza como nunca.

   El capitán de los de la Narvarte era Rulo, un güerejo atlético que parecía princesa, eso sí, ya metió 4 goles y acababa el primer tiempo, no sé ni qué pensar. ¿Pero, qué es lo que estoy viendo? ¡Es mi Lety llegando a la cancha! ¿Nos viene a ver? Ese angelito se acaba de sentar en las gradas. ¡Es bella, muy bella!, pero, ¿qué?, ¿cómo que ese estúpido del Rulo acaba de meter otro gol? Maldito imbécil, acaba de señalar a Lety y de mandarle un beso, ¡No Lety! ¿Por qué sonríes? No lo hagas, no te rías, ahora sí no se las va a acabar este cabrón. ¿Quién se cree? Me dice el Bebote que van a cambiarme por el Gringo dos minutos iniciando la segunda mitad, no me siento en mi mejor momento, pero sé que podré dar mucho de mí si me lo propongo, y más ahora.

   Termina la primera parte, el imbécil no deja de hacer tarugadas, ahora resulta que le está dando una paleta. ¿En serio? ¡Ay, patético! Lety nunca lo va a querer, menos si estamos nosotros aquí. Me estoy enojando y mucho, pero ya es momento, inicia el segundo tiempo y el gringo da el pase más largo del mundo tan largo que la pelota ya se salió de la cancha y un coche que va pasando choca con ella para mandarla todavía más lejos.

¿Y ahora qué?, A lo lejos, hasta el otro extremo de la cancha un cuate del otro equipo grita: “¡Oigan aquí hay otro balón, no lo habíavisto, vamos con éste!” Lo patea para seguir jugando, no lo puedo creer, era el balón, el balón que la maldita anciana había embrujado.¿Qué se supone que tengo que hacer? El Cuñado grita: “Chamuco,entras”, el Gringo va saliendo de la cancha y yo no quiero entrar, pero escucho: “Vas güey, vas, ¿qué esperas? Es el Trofeo.

   Saca el otro equipo y de la nada me interpongo entre el balón y el resto de los de la Narvarte, siento la misma energía, y el balón se apodera de mí, pero no. ¿Qué me pasa? Roberto ¡Piensa! No puedes dejarte, estoy perdiendo la concentración, y pateo, pateo, pateo y que pateo tan duro el balón que le doy al Rulo en la cabeza y cae, ¡Crack! nunca antes había escuchado un golpe tan duro, paro el partido, me estoy acercando, no puedo creerlo, sale sangre, quiero llorar, el Gringo está pidiendo ayuda, todos están sorprendidos, uno de los del otro equipo comienza a acercarse al Rulo, Lety corre hacia él, yo no sé qué hacer, estoy mirando la escena y todo parece ir en cámara lenta, no estoy comprendiendo. Se escucha “¡No está respirando, no respira, no respira!”, volteo la mirada y la veo, ahí está y me sonríe, era una sonrisa tenebrosa, de esas que te dejan frío… Cony.

El balón del chamuco es parte de la antología de cuento deportivo Marcaje sin balón, boxeo de sombra de próxima aparición en Bonart.

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