Bajar el volumen de Gonzalo Geraldo: voluntad de cifra y fragmento

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En uno de sus libros más recientemente publicados, La mandíbula del tiempo. Ensayos sobre Georges Bataille, Ignacio Díaz de la Serna propone el concepto de “pensamiento móvil” para caracterizar el modo en que el escritor francés se aproxima a lo real. Díaz de la Serna nos dice, a propósito de la obra de Bataille: “Pero si nada hay que sea explicado, ¿a qué vienen entonces las próximas páginas? De seguro defraudarán a quien busque en ellas la docta exposición de una teoría. Mi propósito: intentar restituir el tono de un pensamiento móvil. Por tono entiendo una suerte de gracia que no se aprende, un raro privilegio que algunos poseen -Bataille, en mi opinión, lo tuvo- para expresar su pulsión orgánica, sus estremecimientos más íntimos. Pensamiento móvil porque no lo constituyen ideas, sino espasmos. En él la reflexión no se trata sobre las cosas; se concentra en las variadas sensaciones que originan el asco y el vértigo”. Aunque el concepto de “pensamiento móvil” parece exponer, de entrada, un oxímoron en su construcción (por cuanto la consideración tradicionalmente asociada a la idea de pensamiento, al menos hasta Nietzsche, ve a éste como algo fijo, estático, perteneciente a una estructura e integrado a un sistema), creo que la propuesta de Díaz de la Serna no sólo es afortunada sino que ofrece una visión muy lúcida del método que Bataille usa para sumergirse en lo real: uno que instalándose en el centro del de éste, en su vórtice más secreto, sea capaz, al mismo tiempo, de asumir todas sus contradicciones y aporías, de articular sus balbuceos y dar cabida a las voces del afuera, siempre tan soslayadas.

Pienso lo anterior en relación a Bajar el volumen de Gonzalo Geraldo, libro publicado este año por el sello editorial Sauvage Atelier. El texto de Geraldo, construido a la manera de un diario de vida -sin serlo sino de forma aparente, ya hablaremos de eso-, expone de manera repetida el difícil (podríamos incluso utilizar la palabra “extraño”) vínculo que se establece entre escritura y realidad, en un estilo con el que Georges Bataille hubiera simpatizado. Este vínculo está problematizado ya desde la primera entrada del diario: “¿Cómo comienza una vida? ¿Cómo se escribe una vida? La primera ficción de este dietario, su contrato con la experiencia, su contrato con los acontecimientos. Y su primer recuerdo, un afásico cogiendo la palabra, un niño anciano que afectado susurra: “Yo soy escrito” (p.9). El hecho de que se cuestione, desde la apertura misma del texto, la autenticidad de los acontecimientos consignados en el libro, su fidelidad en tanto registros de las reflexiones y hechos de una voz que, de forma espectral, pretende inscribirlos en un diario de vida, remite el texto inmediatamente a una especie de twilight zone, una dimensión desconocida en que las líneas divisorias entre ficción y realidad desaparecen y lo que se nos cuenta, lo que se nos susurra obedece más bien a un orden fantasmal.  Dicho cuestionamiento se sostiene a lo largo de las más de ochenta páginas con que cuenta Bajar el volumen y pone de relieve la importancia que posee el tema en el entramado del libro, a la manera de un leitmotiv que regresa una y otra vez a la superficie de la página: así, encontramos ejemplos de la problematización ya mencionada en fragmentos de la sección media del libro (como en una hermosa entrada del sábado 12 de agosto: “¿Cómo comienza una vida? ¿Cómo se escribe una vida? De la triste y plomiza bruma de los días surgen de improviso versos hace tiempo soñados. De la orina y la lejía de las calles, surgen de improviso versos hace tiempo soñados. De una sucesión de grises, un sordo cantar; de una sucesión de grises, un chirriar de niebla” (p.41)) o del final de Bajar el volumen (entrada del miércoles 19 de enero: “¿Cómo se cuenta una vida? ¿Cómo se narra su ritmo? Un hombre muere. Una hija sueña con su padre todas las noches. ¿Qué es un hombre que muere? Una hija durmiendo con su padre todas las noches” (p.76).

Si hay otro rasgo que destaca en el libro de Geraldo es su evidente voluntad de ciframiento, esto es, de ofrecer a los lectores una perspectiva de la realidad que no tiene nada de fácilmente digerible o escrutable, sino que se exhibe en todo su hieratismo, su complejidad, a partir de consideraciones efectuadas en un lenguaje que, más que deberle a la prosa, se halla ligado profundamente a la poesía. Esta elección entra en conflicto con la forma escogida para expresar las reflexiones, la del diario de vida, habitualmente vinculado a la descripción morosa de emociones y pensamientos. La aproximación poética que hace Geraldo en Bajar el volumen otorga una densidad mayor a los fragmentos que conforman el libro, cosa que redunda en una sobrecarga de los sentidos presentes en el texto, que parecen traspasados de múltiples niveles de significado; contribuyen a esto, por supuesto, las numerosas citas que el autor realiza en las páginas del volumen, que van de Enrique Lihn a Bertolt Brecht, de Ricardo Piglia a Ezra Pound (por mencionar sólo algunos nombres). Hay, en ese sentido, la idea de convertir el diario en una suerte de palimpsesto donde se escriben y reescriben textos de variada proveniencia.

Al llegar a este punto, creo pertinente apelar el ejemplo de la escritura de Friedrich Nietzsche, al menos tal como la concibe Maurice Blanchot en uno de los ensayos que forman parte de su libro El diálogo inconcluso. En “Consideraciones acerca del nihilismo”, Blanchot analiza la obra del filósofo alemán, poniendo énfasis en la tendencia de éste de adoptar el aforismo como uno de sus principales vehículos de expresión. Blanchot reconoce en esta decisión de Nietzsche no sólo una preferencia estilística sino más bien una manera de posicionarse dentro de la filosofía, que desafía el afán sistémico de pensadores como Kant y Hegel, contra los cuales, de alguna manera, la obra nietzscheana se erige. Refiriéndose a esta escritura fragmentaria, el intelectual francés afirma: “Es difícil captar esta habla de fragmento sin alterarla. Incluso lo que nos dijo Nietzsche de ella la deja intencionalmente cubierta. No cabe duda que semejante forma indica el rechazo del sistema, su pasión por la inconclusión, su pertenencia a un pensamiento que sería el de la Versuch (prueba, ensayo) y del Versucher (el que prueba, el que ensaya, ensayista) y que está ligada a la movilidad de la búsqueda, al pensamiento viajero”. A mi entender, se verifica un gesto similar en Bajar el volumen por cuanto el movimiento de fractura, centrífugo manifiesto en los textos de Nietzsche, halla su correlato aquí en la dicción repetitiva, elíptica y seca de las entradas del texto de Geraldo, dicción que genera un efecto marcado de balbuceo: podemos constatar esta característica en varios fragmentos del libro; así ocurre, por ejemplo, en la entrada del martes 1 de noviembre: “De un viaje a ninguna parte, no hay tiempo más que para evocarlargas listas de cuentas pendientes. “Yo he sido menos que Ulises”. De una ocurrencia tan viva, tan alegre, sólo perviven las metáforas del retorno, la irresistible idea de un recomienzo donde se burlan incansablemente sus pruebas” (p. 20). O en la entrada del miércoles 7 de diciembre: “El desesperado piensa odio, se acuesta con odio, sueña y despierta con odio, toma notas en su diario con odio: “Me rajé. Estoy roto, fisurado, despedazado” (p.24). O en la entrada del viernes 24 de febrero, que funge como una verdadera poética de Bajar el volumen: “El poema como una isla (trabajo de ascesis, elipsis, ausencia de grasa). El amor como una isla (trabajo de ascesis, elipsis, ausencia de grasa) / “Dejar de escribir. Abstinencia y evasión. Dejar de escribir. Abstinencia y evasión” (p. 33). O en una del domingo 18 de junio, potente en su desorden gramatical, uno de los fragmentos más bellos del conjunto: “Cuando enteras no salen las palabras y el fango me atraganta, a la acedia doy muerdos, su oscura poza miro, y exclamo: “triste hicimos el aire dulce que del sol se alegra, triste estamos en el negro cieno” (p.39).

El balbuceo al que he aludido no hace más que patentizar con mayor fuerza la voluntad de cifra y fragmento que posee el libro de Geraldo, su deseo de volver sibilina la lengua, oscureciendo y revelando a un tiempo los dictados de ese pensamiento móvil (si seguimos a Bataille en la versión de Díaz de la Serna) o pensamiento viajero (si consideramos a San Nietzsche según Blanchot) que se desarrolla en sus obras. Bajar el volumen despliega así su música en un tono lírico y entrecortado, con una aproximación que busca, más allá de todo, rozar los ritmos del silencio.


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