Tambuco, el álgebra del aire
Por: David Noria
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“La piedra siente”, afirmó Diderot. Después de escuchar a Tambuco Ensamble de Percusiones hay que ampliar la intuición y decir: “la piedra canta”. Su concierto en Estambul, el pasado 14 de septiembre en la Sala Cemal Reşit Rey puso de manifiesto el carácter primordial del ritmo. Primordial no sólo por ser un fenómeno intrínseco a la naturaleza, sino porque una vez traspuesto y transfigurado en música –ese juego con el aire–, el ritmo conforma algo así como las ruedas sobre las que anda el vehículo de la emoción. Un ritmo es un patrón de golpes, acentos y silencios elocuentes. Es matemática encarnada en la materia que se besa, choca, se calla, susurra y recomienza.
Al escenario fue saliendo, uno a la vez, cada integrante del cuarteto. Ya de pie frente al público, con una luz cayendo a plomo en medio de la oscuridad, el primero marcaba su pauta como si de una clave se tratara. Cuando el patrón se había asentado, salía el siguiente, que levantaba, sobre aquel cimiento, un nuevo piso por donde el oído empezaba a pasear con sorpresa; y así el tercero y el cuarto hasta crear un edificio encantado, un castillo de naipes sostenido con la destreza de cuarenta dedos prestidigitadores. Hazaña de la coordinación, este malabarismo no pudo menos que suspender las miradas y abrir los oídos a una variada paleta de registros sordos o resonantes, de repiques o golpes, campaneos o frotaciones, tantos eran los instrumentos y objetos de los que dispusieron los percusionistas. Madera, metales, plásticos: los diferentes órdenes de la materia al servicio de un extraño ritual donde el más mínimo gesto quedaba revoloteando en una sala absorta.
Ricardo Gallardo, Alfredo Bringas, Raúl Tudón y Miguel González, con 25 años de proyecto compartido y varios discos en su carrera, interpretaron un repertorio compuesto por piezas de Steve Reich, Héctor Infanzón, el propio Tudón, Rüdiger Pawassar (¡qué armonías las de su pieza “Sculpture in Wood”!), Paul Barker, Ravel (adaptado al xilófono) y Geleneksel. En medio del programa Gallardo presentó al público turco al embajador José Luis Martínez y Hernández, a quien llamó emocionado uno de los principales promotores de la cultura en México, tras lo cual brotaron esas percusiones de la gratitud que son los aplausos. Ya se sabe que las palmas y el corazón son los címbalos compartidos por todos.
Esta fiesta de la fascinación duró algo más de una hora. Una de las piezas fue tocada únicamente con piedras. Simples, como de río. ¿Sabían que las piedras pueden producir melodías? Pero acaso se impone cambiar de perspectiva. No se trata de la materia o del instrumento. La mano es la diferencia. Oh, qué mano sabia pudiera hacer cantar también a nuestra materia sólo en apariencia inerte, y dejarla así mismo vibrando y tibia.
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