Ramo de novia
Por: Reyna Guerrero // de su libro Cero Grasa
Maayiiii, Mayii, Maaaayi… Algo que nunca supiste, Abelardo, es cuánto me gusta repetir mi nombre. Cuando era niña lo repetía tantas veces que cansaba a mi madre. Deja ya eso, nena, me estoy arrepintiendo de haberte puesto así. Ya me ves ahora, tantos años después, no he dejado de repetirlo, siempre en voz baja, para evitar los regaños de las monjas. Desde que estoy aquí me gustan más los domingos. Cuando las monjas se van a misa puedo acostarme en esta camita de fierro y tener los brazos abiertos con el ramo colgado de la mano derecha, Abelardo. Sí, ya ves muy poquito del ramo, solo las patas verdes de las flores, pero eso es todo lo que pude guardar después de tantos cambios de casa. Tantos años y tú guardando esa porquería, decía Ofe. Pero yo tengo mis recuerdos. Los primeros días que no volviste me ponía mi vestido de novia, el ramo en la mano derecha y me tiraba en la cama a esperarte, Abe. Lloré, dejé de comer, tal vez me querías más delgada. Me querías delgadita para que me escurriera entre los barrotes del atrio de la iglesia antes de casarnos por la fuerza. Por la fuerza de tu madre y de la mía para que no les naciera un nieto sin padre. Querías que se me notara la cintura para poderte anclar en ella como siempre. Pero la cintura se ahogó en el mar y tú también. Siempre quisiste vivir cerca del mar para poder escribir. Necesitabas estar solo para escribir muchas novelas. Las escribiste, Abelardo. ¿En alguno de esos libros aparerezco yo con mi ramo de flores y vestido de novia, esperándote y luego vienes por nosotras? Sí, fue niña. Muchas veces te veo cerquita de mí, diciendo, Chaparrita, no te preocupes que no te va a doler, ya me encargaré de ti. Y yo sin saber que así se hacían los niños. Eso te pasó por bruta, decía Ofe. Aquella vez desapareciste cuando te dije lo de la criatura. Y luego te mandé el telegrama porque en tu casa te querían matar. Un muchacho tan guapo y tan joven. Y mi papá ya no me hablaba. No quedaba más que el matrimonio. Te acuerdas de mi hermana Lourdes, pues por una pena menor que la mía se acostó en una tina que se fue poniendo roja y se la llevaron al panteón. Un hombre la dejó, se fue lejos y no quiso regresar por ella. Y tú, Abelardo, ¿por qué viniste? Antes de la boda no me hablabas. Era natural, tenías vergüenza de haberte ido. Pero después de casarnos en la iglesia, de mirarme la cintura en la penumbra con ojos de búho, después de quebrarme como junco, te fuiste, no sé a dónde. Saliste muy temprano. Dijiste que ibas al trabajo. Ni siquiera tomaste tu cafecito caliente. Te buscamos en la oficina, fuimos muchas veces a la policía, a los sanatorios, a la morgue. Yo llegaba rendida, me ponía el vestido de novia y te esperaba en la cama. Tus papás me llevaron al hospital y también allí te busqué. Me pasaba entre los barrotes de la puerta y me sentía delgadita, escapándome de la iglesia para que no tuvieras que dejarme. Y si no te hubieras ido yo podría verte. Te miraría de lejos para no molestarte y le diría a mi hija: Ése es tu padre, pero es muy importante y no puede vernos ahorita, Ése es tu padre, pero es un agente, lo tienen amenazado con matar a su familia, Ése es tu padre, pero lo obligaron a casarse con la hermana de un narcotraficante, ése es… Pero ahora tampoco tengo a mi hija, se me murió muy chiquita. Unos dicen que por la tristeza, otros que por las medicinas del hospital. Pero eso ya lo sabes. Yo no veía a mi hija. Me la quitó tu hermana Licha y a ella se le murió. Tenía cuatro meses y los mismitos ojos de mi madre. Unos dicen que estás muerto. Yo creo que estás ocultándote como lechuza. Por eso tu familia no me retuvo a su lado cuando te fuiste, me llevaron a ese hospital y luego me devolvieron con mi familia. Tu madre ni siquiera lloró cuando te fuiste. Tenía los ojos de cuervo y no hablaba. ¿Por qué nunca me quisieron si soy blanca como la leche, tengo los ojos azules y el pelo me brilla como las baratijas que venden en los mercados?, ¿por qué querían a fuerza a esa alzada de Maricruz como tu esposa? Entonces no hubieras tenido una hijita con ojos de aceituna. La conociste. Tal vez sí la conociste y por eso me la quitó Licha. Sólo me la dejaban ver una hora diaria. Tú estabas con ella todo el día o toda la noche con los ojos de canica brillando. ¿Qué hiciste cuando se enfermó?, ¿por qué no fuiste rápido al doctor?, ¿por qué no aceptaste mis cuidados? Yo no te hubiera delatado. No le hubiera dicho al guardia ni a los narcos donde estabas. Te hubiera protegido. ¿Qué hiciste con la tal Maricruz?, ¿te casaste con ella en otro pueblo, con otro nombre?, ¿quisiste regalarle a mi hija? Se quedaron con mi niña y me enseñaron otra en esa caja de muerto al gusto de tu hermana Licha, ¡Estaba tan hinchada! No la reconocí. Y los azahares que le pusieron en su manita derecha estaban marchitos. Tanto tiempo sin poder verla siquiera. Ya sabes cómo crecen los niños. Cambian tanto de un mes a otro, de un día a otro. Por eso tengo la fotografía siempre conmigo, a cada rato la veo, pero con el tiempo se va borrando. Nada más me acuerdo de sus ojos. No son como los de la Maricruz, ni como los tuyos, ni como los de Fernando. Cuando se murió mi niña, Fernando fue a visitarme muchas veces. Pero no pude casarme con él. No sé si me despreció porque estuve en el hospital o porque me abandonaste. Ya no me importa, ahora en este asilo las monjas me dejan cocinar y no me tratan mal por ser dejada. Pero estas son monjas y tu hermana ni monja era. Y por ella tus papás nunca te enterraron, ni te han velado. Si estás muerto es seguro que estás pagando mi perjuicio. Fernando no pudo casarse conmigo por tu maldita culpa, por la maldita culpa de tu hermana que ni siquiera me dejó a mi hijita para consolarme. Y nunca pude darle un hijo a Fernando porque me quedé seca para siempre. ¡Cómo quisiera matarte si no estás muerto! Matarte como tú mataste a mi hijita y rematarte porque Fernando me dejó como tú y decía que era por no tener hijos. Pero siempre supe que tenía otra mujer cerca del mar. Se llamaba Maricruz y era morena. Y yo soy una baratija como las del mercado, descolorida con los ojos transparentes. El único que me dio el pésame fue Fernando. Mi papá se lo calló hasta la tumba. Ni en sus últimos días me dirigió la palabra. Te imaginas ¡veinte años sin hablarme! Desde aquel día que me llevó al doctor y le dijeron que yo estaba embarazada. Ni una palabra. Cuando se murió mi hijita que tu maldita hermana bautizó con el nombre de tu madre, mi papá se quedó sentado en su sillón. Sentado toda la tarde. Sin hablar, sin llorar. Mientras yo con mi vestido negro y mi ramo de novia escuchaba los rezos en el panteón ¡Hacía tanto calor! Todos tenían una sombrilla para taparse menos yo. Llegué tarde Abelardo, por andar buscando mi ramo escondido entre tantas cajas en la bodega. Cajas con los regalos intactos esperándote. Esperando una casa para mi hija y para mí. Y casi no pude ver el ataúd cuando lo bajaron porque estaba muy lejos. Sólo vi cuando lo metieron en el hoyo. Nadie me dejaba pasar, pero yo los empujaba. Cuando llegué cerca arrojé el ramo, Abe. Para que la acompañara un recuerdo de sus papás, pero quedó hasta encima de la tierra. Y Fernando lo recogió y me lo dio. Por un momento pensé que eras tú. Todos estaban yéndose y ni me miraban. Estaba sola con Fernando y él me dijo que no me preocupara. Me acompañó a la casa y me ayudó a limpiar el ramo. Empecé a olvidarte. Pero no te gustó. Te llevaste un día a Fernando hasta el mar y le aconsejaste que no me pusiera casa. Cuando llegó era como ave de rapiña. Yo me fui contigo esa noche, Abelardo. Sabía que eras tú disfrazado de Fernando. ¿Sabes cómo lo supe? Por como me mirabas la cintura. Y decías que querías hijos, Fernando, para cuidarlos y cuidarme. Pero te ibas al mar muchos días y cuando regresabas eras Abelardo otra vez. ¿Crees que me engañabas, Fernando?, ¿crees que no sabía tus andanzas con esa cacatúa de Maricruz? Maayi, Maaaayi, ¡Mayi! Estate quieta, hija, no ves cómo me estorbas para bordar. No sólo para bordar te estorbé mamá, te estorbé para todo, para estar a solas con papá, con Ofe, te estorbé en el grupo de bordado cuando dejaron de hablarte porque yo estaba embarazada. Tus amigas me gritaban ¡panzona! en la calle y yo siempre con la cabeza gacha, sin poder hablarte, encerrada en esa casota sin Abelardo. Abelardo se fue, mamá… empecé a decirte, pero frunciste las cejas, y luego ese ademán tan raro, como de espantar las moscas, sacaste tu bordado. Después de un rato ya tenía yo los nudillos blancos de tan apretadas las manos, quería irme contigo a la casa. Ese día me pareciste tan blanca como el mármol. Tu lugar está con tu marido. Te levantaste y me dejaste ahí, en la casa de escarcha. El día de tu muerte, Fernando me acompaño al velorio pero le pedí que no se acercara a tu ataúd. Me daba miedo y tuve razón. Eres una bruja. Cuando me dejaron levantar la tapa del ataúd, abriste los ojos de cacatúa, igual que el día ese cuando la casa se volvió de mármol. Y no creas que no escuché cómo me decías muy quedito, panzona, panzona… ja, ja, ja. Entonces le dije a Abelardo que me llevara a la casa o a Fernando, ya no me acuerdo y… ¿sabes qué?, ya no me importa porque aquí están las monjas y aunque grites ¡panzona, panzona! yo estoy con Dios y tú con el diablo. Mamá, eras igualita a la Maricruz solamente que más blanca. Pensándolo bien, siempre estuviste muerta, pero nos hacías creer lo contrario. De seguro te moriste en el mar, una de las veces que te fuiste con Abelardo. ¿Creías que no me iba a dar cuenta? Siempre sonriéndole, dándole la razón a pesar de que me había embarazado. Todo lo bueno para él. Abe, ¿un dulcecito?, ¿quesito importado de Suiza? Desgraciada. ¿Por qué nunca quisiste a mi hijita? Cuando se murió mi hijita, mi papá se quedó sentado en su sillón. Yo lo veía desde lejos mientras buscaba mi ramo. Llegué tarde Abelardo, tarde. Cuando traté de arrojar el ramo al hoyo que estaba tragándose a mi hijita no pude. Fernando me llevó a la casa. Entré a mi cuarto y puse música de Navidad, de esa que cantan los niñitos. Veía a mi hijita subiendo al cielo con los cantos. Dejé de llorar, Abe, ¿por qué iba a llorar si la veía subiendo al cielo? Me dio tanto gusto que empecé a reírme a gritos y hasta se me salían las lágrimas. Entonces Ofe me pegó, dizque para hacerme reaccionar, pero me siguió pegando y pegando. Mi papá la detuvo. Me encerraron en mi recámara y no comí en tres días. Pero yo no hice nada, Abelardo. En las noches temblaba. No sé por qué temblaba tanto, Abe. Entonces empecé a ver tus ojos en la pared, ojos de ave de rapiña mirándome. ¿Qué querías? Ya viste lo que pasó, empecé a pegarle a la puerta con la cabeza. Se me borró todo. Cuando desperté ahí seguías. ¡Desgraciado! Ojalá te pudras en el infierno. Mayiiiiii, Mayyyyii, Maaaaayi… Cuando me trajeron al asilo mi papá se quedó sentado en su sillón. Tengan cuidado, es peligrosa, decía Ofe. La muy fregada, ni un hombre tuvo. Sólo a mi papá. Yo la arañé sin querer, Abe. Me había pegado tanto que tenía un ojo cerrado. Entonces yo la arañé porque ojo por ojo y diente por diente. Cuando se descuidó le metí la uña en el bordecito del párpado. Ni siquiera se le salió la canica como a los muñecos. ¿Te acuerdas de los muñecos a los que les arreglaba los ojos? Siempre fui muy buena para componer ojos. Todos los niños me llevaban sus muñecos y yo siempre les cambiaba los ojos. Los compraba en La Merced muy baratos. Había cafés, negros y muchos azules como los míos. Pero Maricruz ni azules los tenía, por eso le metí la uña para cambiárselos. Le iba a poner las canicas azules para que cuando la vieras te acordaras de mí, Fernando ¡Cobarde! Nunca quisiste regresar para ver a tu hijita, a ver siquiera el cajón tan feo en que la enterraron. Síguele con la Maricruz, al fin que también está tuerta. Igualita que Ofe. Y tú, creíste que ibas a seguir amenazándome en la noche, apareciéndote cuando te diera la gana, Ya ves cómo se me quitó el miedo. Yo cambio ojos y cuando quieras te los cambio. Aquí están. ¡Míralos escondidos en el ramo! Ándate con cuidado Abelardo, en un rato que te descuides te cambio los ojos. Yo misma cambié los míos por los de Maricruz y mira lo bien que me quedaron. Mayyyiiii, Mayyiiii, Mayii.