Paisaje sonoro distópico…
Por : Alejandro Giacomán
Paisaje sonoro distópico…
…escrito en el celular en el asiento trasero de un Didi en el tráfico.
Un verdadero gasto de tiempo.
Entre las pocas no decepciones del siglo XXI, y obsérvese que, para un niño que esperaba automóviles voladores, teletransportación, robots y demás futurismos, y que con los años se siente casi totalmente defraudado, podría recomendar el siguiente alucine, o experiencia, que por casualidad se me presentó en forma azarosa la otra tarde, basado visualmente en la película de ciencia ficción Blade Runner, clásica de Ridley Scott, de 1982, y que se complementa en la banda sonora con un álbum del grupo de avant-jazz e improvisación Food que detallo a continuación. El viajecito que sugiero es una especie de espectáculo vivo y real de paisaje y música.
Sírvase seguir las instrucciones al pie de la letra dentro de lo posible, adaptándose a su espacio geográfico y entorno socioeconómico.
Preparación: procúrese una comida que sea de su agrado, con generosa cantidad de alcohol, yo recomendaría por lo menos un martini seco.
Si el alcohol es un problema, y el amable lector me está a punto de cancelar, ya sea por recato o adicción, sustituya de la mejor manera posible por pastel sin gluten, chocolates sin azúcar, huevos de libre pastoreo, hotdogs de carrito con todo, ensalada de kale con champiñones y jícama sin limón, o si la comida también es un problema, sustituya por una agotadora caminata en un buen parque, abrace un árbol, aspire hondo el aroma de una flor a la que no sea alérgico o tome una relajante clase de yoga, en fin, algo que realmente “ponga”, como bien podría decirlo The Dude (de The Big Lebowski): Whatever gives you an adequate buzz, or even high, man!
Se trata de un viaje corto en automóvil por la CDMX o en su megalópolis preferida que tenga un paso a desnivel o puente largo, libramiento elevado, freeway o segundo piso.
Es importante no manejar uno mismo por dos razones. Primera, para no violar ninguna ley de tránsito o chocar. Segunda, para dejarse llevar despreocupada y tranquilamente. Hay que convencer a al acompañante de antemano y prevenirlo de lo que se pretende hacer. Por fortuna, el acompañante tampoco tiene forzosamente que manejar. Se puede utilizar un taxi o un Uber o un Didi. Estos últimos se acercan más al futuro en cuanto a que Skynet (de otra robótica película de ciencia ficción, The Terminator) les indica el camino, pero tienen un par de inconvenientes. La Matrix (una tercera película) tiende a dirigir al conductor a tomar el Periférico o el Segundo Piso a la menor provocación. En mi experiencia es innecesario, pero Hal 9000 (cuarta, 2001: Odisea del Espacio) parece creer que es mejor recorrer más kilómetros a alta velocidad que esperar en muchos semáforos y calles con topes. No tengo idea cuál de los dos trayectos sea más ecológico. En un principio le pedía al conductor que no diera el vueltón tomando el célere rodeo largo, pero poco a poco me cansé de hacerlo y me relajo en la irresponsable apatía del posible consumo gasolinero indiscriminado. Esta experiencia sí requiere utilizar el Segundo Piso, aunque sea un tramo corto gratuito, como el de San Antonio a Periférico Sur que se toma por el Viaducto Río Becerra de norte a sur. (Sustituya el trayecto a su conveniencia o utilice el pago automatizado del lujoso camino)
La hora debe ser un poco antes del anochecer, o en la noche. Busque un día en que el tráfico permita cierta fluidez de circulación.
La música es indispensable. En la remota y ya obsoleta olvidada época del disco compacto, en alguna culta tienda cerca de Coyoacán, vendían una colección prohibitivamente costosa de discos alemanes de la marca ECM de jazz contemporáneo. El disco en cuestión es del grupo con el pésimo nombre de Food. Es difícil de googlear. El disco se llama Quiet Inlet y salió a la venta en 2010. No cabe ni siquiera observar que seguramente está agotado. En aquella tienda ya ni venden discos. Ellos se lo pierden. Entonces la cibernética pone a nuestra disposición millones de discos en plataformas como Spotify, Apple, Tidal, Amazon, Youtube, etc. Escuche y olvide, que hay demasiado. Es una maravilla del futuro presente, tomando en cuenta que en el pasado había que esperar a que importaran el disco o lo editaran en México, encontrarlo y comprarlo en la tienda, y almacenarlo en el poco espacio que quedaba en casa. Ahora un par de clicks en el teléfono celular y el álbum está a la mano, pero necesita que el escucha tenga una cuenta que permita disfrutar el disco sin interrupciones ni canciones entrometidas de catálogo forzoso, o como Skynet dice, siempre equivocándose: “sugerencias “. Una innecesaria y atravesada escucha de una balada de notorio crooner hispanoitaloboricuamexicano, o de dondequiera que sea, sería, aparte de inadecuadamente edulcorada, una tremenda interrupción a lo que se está tratando de lograr aquí. Sugiero hacer la búsqueda en la app primero por artista, disco y, por último, por canciones. También, descargar previamente en wifi para escuchar sin necesidad de hacer uso de valiosos megabytes de datos que además nunca son confiables en la calle, aquí en la CDMX funcionan cuando quieren.
Como el anterior, el siguiente paso necesita un poco de tecnología, imprescindible en el presente, no digamos en la ciencia ficción. Si es automóvil propio, habrá que conectar el celular o tableta con el cable adecuado o bluetooth al estéreo del vehículo. Si es Uber o Didi, y he aquí otro de los inconvenientes de este medio de transporte, se deben utilizar forzosamente audífonos y éstos, de preferencia con cancelación de ruido, a menos que no se tenga el escrúpulo de pedirle amablemente al conductor que apague el radio, cosa que le hará perder algunas estrellas en la intachable calificación de usuario. Con el cableado adecuado o mucha pericia y compatibilidad en bluetooth, se podría inclusive compartir la música con el acompañante que no conduce, y que esté dispuesto. No es aconsejable compartir un solo par de audífonos, con solo un oído la música no se escucha igual, la estereofonía se pierde y con ella parte de lo introspectivo de la experiencia. Sugiero realizar las pruebas necesarias antes de hacer el viaje, o pedirle al acompañante que ponga en su propio celular y audífonos la misma música o cualquier otra que la o lo mantenga sosiego o distraído.
Un fondo a muy bajo volumen de cumbia, noticias, reggaeton, silbatos de camotes, se compran colchones y refrigeradores, también podría ayudar a ambientar folklóricamente, si no molesta demasiado. John Cage invita a incorporar todo ruido externo a la obra. Pienso en esos mercados de comida y productos extraños que visita Rick Deckard, el personaje que interpreta Harrison Ford, en Blade Runner, cuando está buscando replicantes. Música griega, comida humeante, sirenas policiacas, vehículos de construcción y de recolección de basura, instrucciones de tránsito pregrabadas y gente comunicándose en otros idiomas.
El material sonoro en cuestión son las canciones de la 3 a la 7, principalmente Mictyris, Becalmed, Cirrina y Dweller.
Las canciones 1 y 2, Tobiko y Chimaera, se pueden utilizar como preparación, antes del ascenso al Segundo Piso.
Hay que subir el volumen y guardar el más estricto silencio. No debe lastimar el oído; yo sugiero el volumen ligeramente abajo del umbral del dolor, pero debe ocultar toda otra fuente sonora externa lo mejor posible. La música y el paisaje deben captar toda su atención.
Vea a lo lejos el paisaje sin ver el asfalto ni los automóviles cercanos. Después del ascenso se experimenta la aparente sensación del vuelo. Evite cualquier contacto visual con otras personas.
La pieza 3, Mictyris, tiene un inicio percutivo que acompasa el paisaje del ascenso en movimiento. Un sax soprano acompañado de sintetizadores e instrumentos procesados establece una relajada incertidumbre que continúa sin demasiada angustia en un ambiente desolado.
El track 4, Becalmed, comienza con un despreocupado sax alto. Una trompeta responde al llamado como dinosaurios o grandes mamíferos acuáticos comunicándose a distancia. Un pequeño gong da la influencia oriental que también tiene Blade Runner.
En el Segundo Piso pasan por la mirada multifamiliares como en cámara lenta; más cerca, tristes azoteas de casas viejas con tinacos de asbesto, basura y fierros oxidados, y a lo lejos edificios corporativos vacíos disponibles para su renta, así como edificios de departamentos para pretensos millonarios con algunos balcones con ropa lavada que quisiera secarse a base de emisiones de escapes e imecas asfixiantes. El sol aparece en tramos, tímido y pardo, extinguiéndose entre nubes. Pantallas de internet relumbran coloridas en algunas ventanas proyectando series y juegos de video. En una cercana ventana de las casas de abajo, el adelantadísimo o perenne árbol de navidad en junio parpadea algunas de sus raquíticas luces en soledad, como el lirio blanco de Van Gogh. Anuncios espectaculares venden productos innecesarios y vehículos suntuosos con pantallas individuales para infantes que regresan de la escuela aburridos y sedientos de entretenimiento y multimedia informática. Esa “vida mejor” no llega nunca. De Blade Runner falta el dirigible y la geisha de la propaganda tomando el anticonceptivo. Este contraste entre luces y espacio libre en el estrato superior y un submundo de pobreza, suciedad, contaminación y sobrepoblación al nivel del suelo es lo que más recuerda la película.
Siguiendo en el tema Becalmed, las melodías de los instrumentos se definen y repiten. Un fondo de otras tomas y ecos de otras melodías, hasta con lo que parece ser un didgeridoo australiano, acompañan a los solistas, haciendo un ambiente de muchas pláticas fantasmales alrededor. El disco Quiet Inlet no es el magnífico soundtrack de Vangelis (q.e.p.d. el Maestro) que tiene la película. Es algo menos elaborado, menos romántico, menos planeado, más improvisado y más realista en cuanto a su semejanza con lo que ha pasado en el decepcionante siglo XXI con sus múltiples problemas, entre los que destacan la destrucción del medioambiente, el neoliberalismo, la dominación cultural y económica, el desempleo, las franquicias anodinas, los puritanismos absurdos, el populismo, la polarización, las migraciones y hasta el retroceso a la imprescindible guerra fría y caliente.
Cirrina, el quinto tema, es un lujo de batería, sax y trompeta un poco más optimista. La salida existe.
Dweller, el sexto track, continúa con el ambiente incierto y futurista, o del verdadero presente. Instrumentos al fondo parecen seguir una conversación y comentan cosas que no entendemos. También parecen cantar y pregonar vendiendo mercancía china barata. La percusión parece un vagabundo buscando y pateando botellas reciclables en algún húmedo y oscuro callejón.
Ya en el viaje total, se pueden seguir escuchando todas las canciones de nuevo y continuar por el paso elevado, o si se acaba el camino o no se desea terminar en otra comarca o colonia peligrosa, habrá que descender nuevamente al inframundo de la ciudad, y regresar a la realidad, cualquiera que ésta sea, optimista o no. El tema 7, Fathom, ofrece una salida con una resolución más alegre al principio. Después se queda un sonido como de fuego o lluvia y unos acordes difusos de guitarra eléctrica. El sax se despide solitario. Está bueno para la bajada. O el bajón. Que les sea leve.
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