Serket

Por : Armando Enríquez Vázquez

Extendieron el viejo croquis de la sala mortuoria, lo habían conseguido de manera fortuita, en él se mostraba el sarcófago las cuatro deidades que velaban los restos del faraón desde los cuatro puntos cardinales. Cuidando la esquina del sarcófago, al pie de la esquina oeste de la caja que guardaba la momia del faraón, al lado de la vasija canopo con los intestinos del monarca, lista para regresarle el aliento vital cuando el viejo faraón lo necesitara. Serket la diosa escorpión permaneció milenios protegiendo al sarcófago en total oscuridad, por eso el extraño haz de luz la puso en guardia después de décadas de silenciosa vigía. Siempre en posición de ataque, con el aguijón por encima de su hermosa cabeza humana con la que intentaba ver más allá de la oscuridad impuesta durante siglos en aquella tumba.

– ¡Shhh! No sabemos si hay algún tipo de bestia salvaje habitando el sitio. Parece que falta poco. – dijo una voz que venía del extremo opuesto de aquella luz que no alumbraba y sin embargo lograba reflejar las siluetas verde-azuladas de los hijos de Serket que corrieron a ocultarse en grietas y detrás de los vasos o alguna ofrenda. De pronto la oscuridad regresó al lugar.

El sonido de los cuerpos arrastrándose por el antiquísimo túnel que otros intrusos cavaron siglos atrás se acercaba a la cámara funeraria y Serket aguardaba en silencio. En aquella ocasión los intrusos armados con antorchas habían mantenido a raya a la progenie de Serket y se habían llevado a las otras tres guardianas del sarcófago en un par de viajes, ante la presencia impotente de la mujer alacrán cuyos hijos retrocedían ante la radiación de las antorchas. Las figuras de Neftis, Isis y Neit desaparecieron, sólo quedó ella para proteger al faraón ahí guardado durante los siguientes siglos.

El golpe seco de las botas del primero de los hombres al caer de un metro desde el túnel a piso despertó el instinto de todos al interior de la cámara funeraria. Sólo el jadeó del segundo hombre y el haz de luz negra sobre las paredes alertaron a Serket y su ejército.

Nadie podía disturbar, ni profanar el cuerpo del faraón y si ninguna de las otras deidades había podido sobrevivir a la última incursión de los profanadores del recinto, esta vez la diosa se aseguraría de reestablecer el orden por otros años o preferiblemente siglos por venir.

Los hombres temerosos de cualquier animal que pudiera habitar o resguardase en la enorme cámara mortuoria apuntaron primero con los haces de luz negra. Entonces los hijos de Serket salieron de sus escondrijos y ante la mirada incrédula de los intrusos llenaron la bóveda con sus reflejos fluorescentes con los que imitaron la cúpula celeste del exterior de la pirámide. Serket tuvo el tiempo necesario para operar su poder y mientras los hombres admiraban la bóveda que representaba a Nut en todo su esplendor, aderezado por esa leve fluorescencia de los cientos de pequeños escorpiones que ayudaban a una mejor representación del cielo que cubre a los hombres, ella con la sutileza de ser la diosa-escorpión sustrajo el aliento de los exploradores, abriéndoles las puertas de ese otro reino en el que el faraón habría de recibirlos.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *