La bañera

Por: Mercedes Rodríguez Abascal

Todos en el pueblo lo saben, nadie habla de ello. Mi madre es la amante de mi tío, que es a la vez mi padre. Yo le hablo de usted y le llamo padrino Eliseo. Es el hombre más rico y poderoso de la localidad. Su piel es morena rojiza, muy oscura, como entintado. De niña pensaba que iba a desteñirse con las gotas de lluvia.

En nuestra casa no hay espejos, no puedo mirarme el rostro, busco en los charcos mi reflejo. Cuando voy a la farmacia me miro largamente en la vitrina. De mi padre heredé el color de piel. Mis piernas y brazos son delgados, la piel está cuarteada por el frío y la aridez. El cuerpo desnudo casi no me lo miro, sólo ocasionalmente cuando hay buen sol y me baño a jicarazos.

No me parezco a mi madre, ella tenía buenas caderas, dicen que fue lo que embebió a mi padrino. Ahora le quedan huesos que aún han de moverse con gracia, ya que él la visita de martes a viernes a las cinco de la madrugada, justo cuándo se despiertan los animales. Se encierran en un cuarto encalada que él le construyó. En el centro hay una bañera blanca con patas en forma de garras que hizo traer de la capital.

Yo los espío, me las arreglo para mirarlos por un agujerito. Cuando él llega, mi madre ya tiene preparados varios peroles de agua hirviendo. Él se quita la camisa, es alto y delgado, sus músculos son duros; sin esfuerzo vierte el agua caliente en la bañera. Mi madre, sin ropa y pudor, arroja hojas olorosas y un líquido aceitoso que no reconozco. Entre los vapores veo cómo él la enjabona. Le soba el cuerpo mucho rato. Luego la seca y la monta como los toros en el campo. A él le da por gemir como burro, es cuándo a mí me dan ganas de reír y cosquillas entre los muslos. Al terminar la levanta como si fuera de nube, la devuelve a la bañera. Ella se queda largo rato con los ojos cerrados, él regresa a la casa grande. No vuelvo a saber de él, si me acerco a su casa mi tía maldice y me corre a palos.

Mi madre habla poco, mis hermanos pequeños parecen animales de pocilga. Apestan, ella olvida cambiarles la ropa, se cagan y pasean con el bulto mosqueándoseles. Me dan asco. Están mejor atendidos los animales del rancho del padrino. Si me dieran a escoger yo sería vaca lechera, que me expriman la leche con tal que me den buena pastura y pueda dormir caliente en el corral.

Tengo quince años, me llevo bien con mi primo Eusebio, que también es mi medio hermano. En altura iguala a nuestro padre.

A escondidas nos encontramos en el campo. Tenemos planes; él quiere ser rico y yo quiero un cuarto con una bañera blanca. Deseamos largarnos del pueblo. Eusebio dice que matemos al padre para recibir su herencia. Le dijo que no sea menso, que tendría que repartirla entre siete hermanos y cuidar a su viuda. Le propongo un robo y huir. Soñamos muchas cosas, pero no hacemos nada. Me mete la mano entre las piernas, me resisto, le digo que mañana venga antes de la cinco de la madrugada para que le muestre mi secreto.

Llega antes que el padrino. Le enseño el agujerito para espiar. Mira sin perder detalle. Propone irnos al campo para jugar como ellos. Le dijo que no tengo bañera. Corre a su casa y dice que lo espere.

Bien quieta aguardo atrás de los corrales. Escuchó un motor, es Eusebio. Por la ventanilla me muestra una bolsa de yute donde se almacena el fríjol llena de fajos de dinero. Es rico. Le recuerdo la bañera. Estaciona la camioneta y nos bajamos. Caminamos de la mano como si fuésemos novios. Yo vigilo, en el cuarto de baño amarra con una soga ancha las patas delanteras de la bañera, me pasa la cuerda para que la amarre a la camioneta. Aprisa nos subimos. Arranca, acelera provocando una tolvanera. La bañera se desprende de la tierra apisonada, veloz sale por la puerta rompiendo pedazos de muro.

            La bañera se ve hermosa con la luz de la mañana, pareciese correr por su libertad. Después de andar un poco para no ser alcanzado, paramos, la subimos a la parte trasera. Es resistente, llega completa.

            A lo lejos mi madre grita a voz en cuello, ni siquiera en los partos la escuché sollozar. Para no oír me tapo los oídos, el ruido me llega lejano, así imagino el sonido bajo el agua. Mi padrino suelta tres balazos sin puntería, el sudor le escurre, parece que se destiñe.

Miran partir su bañera.

Eusebio, la bañera y yo buscamos donde alojarnos. Cuatro pueblos y nada.  Ya no hay casas con puertas anchas.


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13 comentarios

  1. A veces, con ciertos cuentos, siente uno que ficción y realidad se entrelazan, ca-prichosamente.

    ¿Quien es esa niña de 15 años, jugando a ser grande y quién es niño de 17 años, Eu-sebio, atreviéndose a llevarse la codiciada bañera de los padres.…?

    Tal vez son almas errantes, almas soñadoras, que regresan a sus olvidados y cansados cuerpos, para simplemente regalarnos los intensos minutos de otra realidad, más intensa y más apasionada.

    Bravo por nuestra Teacher Mercedes, que inicia nueva zaga y nos regala dos estampas de amores contrariados, uno infiel, y el otro juvenil y arrebatado.

  2. Esta tan bien descrita que conforme iba leyendo, en mi mente apateian las imagenes de lo descrito fue como si yo lo estuviera viviendo.
    Excelente…

  3. ¡Excelente historia! Sólida escritura capaz de transmitir la suavidad de lo terrible y hermanar, a través de imágenes poéticas, lo mejor de la tradición de atmósferas mágicas del cuento hispanoamericano, con la inasibilidad de la otredad propia de nuestro tiempo.

  4. Muchas felicidades, que forma de escribir!! Qué imaginación!! Te mando un fuerte abrazo y que sigan los éxitos. 😘

  5. En la pubertad tenemos inquietudes… Queremos experimentar los deseos… Y cuando los vivimos, nos damos felicidad. Bella bañera.

  6. En la pubertad tenemos inquietudes… Queremos experimentar los deseos… Y cuando los vivimos, nos damos felicidad. Bella bañera.

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