María Izquierdo
Emilio Abreu Gómez //
De su libro Sala de retatos. Intelectuales y artistas de mi época
Lleva con sencillo orgullo su origen indio. Ni hace alarde de su talento ni se avergüenza de su humildad. María Izquierdo es uno de los productos milagrosos de la tierra mexicana. En todo su ser, en su inteligencia y en su sensibilidad, en sus ojos y en sus manos, radica el arte pictórico. Toda ella es: María Izquierdo. Vive y existe en pintora. Vivir es aspirar; existir, afirmarse. En María Izquierdo se realiza este diálogo de la aspiración y de la afirmación, sin lucha ni desasosiego. Es un diálogo plácido, coherente, en el cual las voces dicen su parte no para disputar ni para negar ni para querer imponer una idea o un precepto sino para completar un todo, para hacerlo más dúctil, más fecundo.
En María Izquierdo el ritmo, el color y la profundidad se mezclan con suavidad y concierto. Es posible que, en ocasiones, predomine el color. Es posible que sobre el color predominen los colores. Es posible que sobre los colores predominen ciertos colores, esos que llamamos nuestros, porque así lo han querido la tradición y nuestros ojos. El guinda y el solferino, son colores patrios.
Pero cuando esto sucede encontrarnos que en María Izquierdo aparecen las huellas de las artes populares que son como brasas que, bajo cenizas de recuerdo, van encendiendo los hombres y los niños de los campos. Los trabajos hechos en lata, en carrizos y en cortezas de coco, son los que, con ocasión frecuente, dan los temas y también la inocencia de la forma y del color, a la pintura de María Izquierdo.
Esta es la circunstancia que la aproxima —como en ningún otro pintor— a la entraña mexicana. Su obra, casi en su totalidad, pertenece al tono popular. Hasta cuando parece que se aparta de esta línea —cuando pinta el retrato de María Asúnsolo, por ejemplo— pone detrás del cuadro, en el fondo, un paisaje recortado, una selva romántica.
Ahora que converso con María, en medio de un grupo de amigos, descubro el traje que luce y que se adhiere a su carne y a su condición femenina. Es un traje primitivo, enaguas negras con abalorios de color, zurcidos, con hilos apretados, por los volantes de la orilla. Una blusa blanca con encajes de color, en el pecho y en las mangas. Y un rebozo de bolita, de color azabache que le cubre los hombros y se enreda en sus brazos y cuelga luego sus flecos entre sus dedos. El peinado hace juego con este traje; unas trenzas enrolladas en una o dos vueltas, en su cabeza.
María Izquierdo habla con la sencillez propia de la mujer que se pasa las horas en su casa. Habla con la pulcritud de una señora siempre a punto de dar un consejo. Sus hijas la contemplan con admiración y envidia. Con solicitud adivinan sus caprichos. Prontas están siempre para servirla y aliviarla en los quehaceres domésticos, a fin de que no distraiga el tiempo que dedica a su pintura.
María pinta a todas horas. Todas las luces le parecen buenas para realizar su obra.
—Cada hora del día —me dice— tiene un matiz que es posible aprovechar. Cada matiz podemos aprisionarlo y guardarlo luego en el cuadro que pintamos. Aun la luz artificial nos proporciona tonos útiles para nuestro arte. Lo importante es no juntar, monstruosamente, horas de disímiles tonos. Lo que importa es aprovechar un mismo ángulo para la proyección de la luz en los cuerpos. Aquella luz increada, de la pintura antigua, que parecía salir de las carnes mismas, de los cuerpos, no es posible tolerarla en la pintura moderna. La pintura moderna redescubre la realidad. La realidad de los cuerpos, de las almas, de las cosas, de los seres. Con todo produce esto una impresión y una expresión. Cuando se exageran resultan modas o escuelas; pero cuando se equilibran son realidad que traspasa la conciencia, no sólo del individuo sino de ese ente social que radica en todos los seres.
La pintura para mí —continúa— no es sino un lenguaje. Un lenguaje que nos permite decir algo de lo que no podemos decir con los otros lenguajes. Un arte que no satisface la necesidad de crear lo que para los otros lenguajes es imposible, es un arte que no existe. El arte es la realización de lo oculto. Yo, por mí, sé decir que mi pintura es el lenguaje que más se acomoda con las necesidades de la expresión de mi alma. Mis amores, mis odios, mis recuerdos, mis sueños, están en mi pintura, diluyéndolos en los colores y en las líneas que pinto.
María Izquierdo (1902-1955) nacida en San Juan de los Lagos, Jalisco. Pintora. También se menciona como fecha de nacimiento 1906. En 1927 ingresó a la Academia de San Carlos, siendo discípula de Manuel Toussaint y Germán Gedovius. Compartió estudio con Rufino Tamayo durante finales de los años veinte. Formó parte de la Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios. Su primera exposición individual fue en una galería de arte del Palacio de Bellas Artes, animada e impulsada por Diego Rivera, quien era director de la Escuela Nacional de Bellas Artes. Colaboró en la revista Hoy. Conoció a Antonin Artaud en 1936 quien escribiría sobre ella un texto publicado en 1936 titulado “La pintura de María Izquierdo”. Fue la primera pintora mexicana en exponer fuera del país, en el Art Center de Nueva York, en 1930. En 1948 quedó paralizada del brazo izquierdo, continuó pintando con el izquierdo. Según Luis Cardoza y Aragón había pinturas de María Izquierdo en el bar del Leda. En diversos escritos es mencionada por Octavio Paz. Murió en la ciudad de México.